viernes, 15 de julio de 2016

La guerra en casa

Aunque es una obviedad decirlo, el objetivo principal del terrorismo es crear terror, como su propio nombre indica. Lo están consiguiendo, no creo que nadie lo dude. Los reiterados golpes dados en diferentes puntos de Europa hacen mella en el ánimo de cualquiera y nos recuerdan que nadie está a salvo.

Ya no se trata de unos tipos vestidos de musulmanes que secuestran unos aviones y los estrellan contra las torres gemelas, no es una cuestión de grupos paramilitares preparados, es cualquiera. Un chaval con una metralleta o un tipo con un camión de gran tonelaje. Es imposible saber quién será el próximo y dónde atacará y eso nos crea a todos un estado de cierta intranquilidad que es justo lo que persiguen.

La semana pasada estuve con mi familia en Roma. Estaba totalmente plagada de policías y militares que, de forma ostentosa, portaban armas y situaban coches castrenses en puntos clave. Evidentemente estaban ahí no tanto para vigilar como para darnos a los demás una falsa sensación de seguridad, si bien entiendo que además de esos efectivos habría tantos otros o más mezclados con el público.

Aun así la tranquilidad que disfrutábamos antes se ha roto. Cuando volábamos hacia la capital italiana no crean que no se nos venía a la cabeza lo que había ocurrido en el aeropuerto de Estambul, o las amenazas de atentados en toda Europa.

En otra escala la situación es similar a la sensación que había cuando ETA mataba día sí y día también, cuando ponían bombas en supermercados y pegaban tiros al que se les ponía por delante. En España hemos vivido el terrorismo muchos años y la sensación es relativamente familiar, con la diferencia de que ahora se busca la masacre del civil para ganar espectacularidad y titulares.

Estamos en guerra. No es una sucesión de batallas militares como las acostumbradas, sino de ejercicios de terror y de destrucción de la población. Lo malo de este nuevo panorama es que no es suficiente con enviar un par de portaaviones y mandar unos misiles de esos que son tan listos que esquivan árboles para matar a su objetivo. Aquí la destrucción es más inesperada y más indiscriminada, y mucho más dificil de atajar.

¿La solución? No seré yo uno de esos gurús que aseguran que “lo que hay que hacer es…”, pero parece que nuestra táctica actual de esperar a que los servicios de inteligencia corten todos los intentos de masacre no funciona como debiera. Nadie entienda una crítica a esos servicios, que realmente hacen lo que pueden y es imposible controlar todo, pero es lo que hay.

En su momento muchos sentíamos una cierta animadversión a los vascos en general aunque tuviéramos muy queridos amigos de allí, porque entendíamos que una parte de la población apoyaba aquellas acciones o sus fines. Sobre todo al ver las elecciones. No veíamos la firme condena por parte de todos los sectores que esperábamos y eso nos convertía en injustos con la parte que sí lo hacía. Al menos yo confieso ese pecado, igual que confieso que ahora siento cierto resquemor cuando veo un turbante.

No se trata de racismo, porque aquí hablamos de credos no de razas, sino de desconfianza hacia quienes representan una ideología que está intentando aterrorizar a nuestro gran país, la Unión Europea, y al resto de occidente. Por supuesto que no son todos los que están pero creo que es humano estar preocupado. No es justo, lo sé, pero es lo que hay. Igual que cuando se hace mención a pederastas y muchos piensan en la Iglesia o de corrupción y se piensa en políticos, generalizaciones falsas pero que están ahí y en las que pagan justos por pecadores.

Precisamente si consiguen romper la tolerancia y el respeto que en occidente se debe sentir hacia la diferencia, habrán logrado una parte importante de su objetivo: destruir la esencia misma de la civilización y convertirnos en personas igual de intransigentes que ellos. Conmigo al menos me temo que lo están empezando a conseguir.

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