jueves, 10 de septiembre de 2020

¿Por qué usar cascos cuando puedes molestar a todo el mundo y quedar de guay?

 

¿Por qué usar cascos cuando puedes molestar a todo el mundo y quedar de guay?

Ayer llevamos a Ducki, nuestro perro, a la playa. O mejor dicho, nos llevó él a nosotros porque aunque a alguno le pueda parecer disparatado fuimos por él. Tiene algunos problemillas de movilidad (aunque gracias a Maya, nuestra magnífica veterinaria, ha mejorado enormemente), achaques de la edad (va a cumplir 12 años) y el mar le sienta de maravilla. Además lo disfruta como un cachorro y nosotros con él.

Fuimos a Punta Corveira, un magnífico espacio que, gracias al Ayuntamiento de Barreiros, los que tenemos perro podemos disfrutar con nuestras mascotas. Ya les he hablado alguna vez de esa playa y realmente es un paraíso para los que queremos bañarnos con nuestros perros. Ver a un montón de canes, corriendo y jugando, sin que haya problema alguno es un ejemplo de convivencia del que muchos deberíamos aprender.

Y entre esos que quizá necesiten alguna lección está un grupito de adolescentes que, cuando estábamos magníficamente tumbados tomando el sol, aterrizaron allí con un altavoz portátil cuya principal función parece ser dar por saco al prójimo. La tecnología se alía con la falta de civismo y con un móvil y un cacharro del tamaño de un paquete de tabaco puedes molestar a todo bicho viviente en un radio de 40 metros a la redonda. Será que me estoy haciendo mayor o que me pillaron con uno de esos días en que no tienes ganas de música (literalmente en este caso) pero optamos por trasladarnos a otro punto de la playa, aprovechando además que subía la marea y era más prudente cambiar de ubicación. Una rápida consulta en Internet me informó de que el Ayuntamiento de Barreiros tiene una ordenanza que sanciona con hasta 3.000 euros la música a volumen excesivo en la playa. Me tentó llamar a la policía local, pero como les decía no tenía el día para conflictos.

Decíamos en los 80 “no hay parto sin dolor ni paleto sin transistor”, lo que ahora con la epidural y los altavoces bluetooth ha sufrido modificaciones, pero en esencia sigue siendo un proverbio bastante aplicable. Esa manía de obligar a los demás a tolerar la música que a ti te sale de las narices, habiendo como hay unos magníficos auriculares que te permiten quedarte sordo en privado sin molestar al resto, me resulta incomprensible. De hecho creo que hay algo de exhibicionismo, de provocación.

Hace unos días en la Plaza de España un grupo de chavales estaban con su altavoz a todo trapo y sus mascarillas cómodamente instaladas tapándose la nuez. Pasó la policía (en coche, como es habitual) y perezosamente se subieron la mascarilla un poquito para bajarla inmediatamente después de dejar de verse el coche patrulla... Y por supuesto mirando desafiantes a todos en algo entre un “a que molo” y un “a que no tienes huevos de decirme nada”. Por cierto, eran todos “nacionales”, y los ritmos no eran “caribeños” sino ese cutre rapeo local que, personalmente, me suena tan ridículo.

Lugo planteó en su día una ordenanza cívica que era un disparate. En este mismo blog ustedes pudieron leer mi frontal oposición a esa normativa, que no solo era una sarta de exageraciones sino, lo que es peor, un arma que cualquiera podría utilizar arbitrariamente. Pero quizá sí necesitemos una ordenanza que tenga sentido, que sea razonable y que ataje ciertos comportamientos. El límite de la libertad está en la libertad del que tienes al lado y esa verdad básica no entra en la cabeza de mucha gente.

Ya que no hay educación habrá que probar con las multas, que eso sí duele.

1 comentario:

  1. Estimado Luís,

    Ó fío do comentario de "Pasó la policía (en coche, como es habitual)"; se cadra algún día habería que falar do feito de que a policía nesta cidade non se digne a patrullar a pe (ou en bicicleta) e transite nos seus coches allea a calquera posible contacto ca xente.

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