jueves, 2 de febrero de 2006

Pedir cien

Durante los últimos meses, estamos asistiendo a una nueva forma de política de mercadillo que, contra toda lógica, está obteniendo unos frutos tan insospechados como rentables para sus iniciadores: la política del pedir cien para conseguir sesenta.

Marruecos pide la “devolución” de las “colonias” de Ceuta y Melilla para que, cuando se lo nieguen, al menos no le toquen las narices con el Sáhara, que es lo que realmente les importa; independentistas de Cataluña piden que les den el término Nación y la pasta para que les den, evidentemente, esto último; ERC escenifica una ruptura para que en el Estatuto de Valencia no ponga que tienen idioma propio y así poder colonizar culturalmente a esa Autonomía; Bastasuna no celebra su reunión prohibida pero al menos sí se convocarán las mesas de negociación de Otegui...

Si todas estas partes directamente hubieran pedido lo que ahora han conseguido, con la ley y el sentido común en al mano se lo habrían negado. Pero claro, al pedir mucho más se les concede una parte, porque somos tan demócratas que tampoco se puede decir que no a todo... ¿o sí?.

La Democracia no implica, necesariamente, que si alguien pide algo absurdo haya que darle al menos una parte para que no proteste demasiado. Estamos llegando a unos límites en que ciertas concesiones a quienes protestan van contra los derechos de los que permanecen callados, y la consecuencia lógica es que de un momento a otro florezca un partido de nueva creación que tenga un discurso sencillo, directo, populista y que aglutine a todas esas personas silenciosas, que son una aplastante mayoría.

El peligro de eso es que los partidos con ese corte suelen acabar creando campos de concentración, por lo que sería más lógico intentar evitar esas situaciones. ¿Cómo?, muy sencillo: abandonando en ocasiones la estrategia de la conveniencia política y centrándose en el sentido común. Si esto implica que PP y PSOE pacten para evitar que un puñado de votos dirijan la política de este país, pues así sea, pero no se puede seguir con esta absurda situación, que puede tener unas consecuencias de futuro muy graves, a pesar de que nos intenten sedar a diario.


Artículo del 2 de febrero de 2006 publicado en la sección de Cartas al Director de El Progreso

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