En esta vida hay que tener algo de sentido del humor. Principalmente porque si no lo tienes las cosas que te pasen, no las graves pero sí las molestas, te van a afectar mucho más de lo que es sano. Personalmente creo haber mejorado bastante en este sentido, y cosas que antes me podrían haber ofendido me las tomo a chirigota, a pesar de que en ocasiones sé que no es la intención del “sujeto causante”, pero oye, cada uno que viva como buenamente quiera o pueda.
Esto viene a que este sábado fui al cumpleaños de un amigo. Organiza, junto a su marido, unas fiestas de cumpleaños que cualquier día nos van a hacer aparecer a todos en el periódico, pero no en la sección de sucesos sino en la de “sociedad”. Además de mucha gente y muy maja, le echan imaginación al tema, y cada año hay una temática a la que te tienes que adaptar. Este año el tema era la “granja”, en todas sus variantes, con lo que cada uno iba como le daba la gana, lo cual está muy bien pensado porque deja abierta la puerta a lo que te apetezca hacer. Yo, que tengo un guardarropa granjil bastante escaso, me puse un traje y una corbata y fui de “Presidente-Director-Gerente de la cooperativa Osea, de granjas pijas del noroeste peninsular”.
Hasta aquí parece que la cosa tiene poca relación con el tema del que hablaba antes, pero ahora entramos al asunto. Una de las personas que fue a la fiesta iba disfrazado de granjero… con una papeleta del PP que le asomaba por el bolsillo de la camisa. Le “avisaron” de que había en la fiesta “alguien” a quien a lo mejor le podía sentar mal la broma. Entiendo que la cosa iba por mi. Pero vamos a ver, ¿en qué cabeza cabe que a alguien le pueda parecer mal semejante cosa en una fiesta de disfraces?. De hecho, he de reconocer que no se me había ocurrido a mi antes, porque si no mi disfraz habría sido (con el traje, claro) de cacique, y habría preparado papeletas con la lista de invitados en ellas y me habría puesto a repartirlas en la mesa de los bocatas. Me fallaron los reflejos. A lo que voy es a que falta sentido del humor, hasta en una fiesta de disfraces. Imagino que quien avisó a esta persona de que había “alguien” que podía ofenderse lo dijo porque de ser al contrario las tornas se ofendería a su vez.
En este país nos tomamos la política con demasiada seriedad. Ahora que estamos metidos hasta el cuello en una crisis galopante que, por desgracia, no parece que vaya mejorando, es más importante todavía no dejarse dominar por la cólera que se detecta en medios y partidos. Me parece lógico que se planteen los temas de debate con rigor y seriedad, pero no que nuestra vida gire en torno a un partido o una ideología. Que uno sea afiliado o simpatizante de un partido no quiere decir que se levante y se acueste pensando todo el día en eso, o que no pueda aceptar una broma (si es graciosa, claro) sobre su afiliación.
Habrá algún purista que me venga con que si atacan a tu formación, achacándole clichés, hay que tomárselo a mal. Pero precisamente ahí es a donde voy, lo que hay que hacer es reírse de ese cliché. Nadie en su sano juicio dirá que es falso que se intenten “acarrear” votos el día de las elecciones; lo que yo discuto es que eso sea un tema de determinada formación política (vamos, que lo hacen todas las que pueden), sino que es de cada persona y cada lugar. Podríamos poner sobre la mesa casos de formaciones de izquierdas o nacionalistas que gastan lo que no está en los escritos en autobuses y bocadillos para garantizarse alguna papeleta más a favor. Es parte del juego político, si el votante es tan burro, con perdón, que se deja comprar por un bocata y un paseo el problema reside tanto en él como en quien le ofrece pagarle ese precio.
Resumiendo: señores míos, más humor y menos dramatismo. Tomémonos en serio todo, y riámonos también de todo, que para cuatro días que estamos aquí me niego a pasarme tres llorando o cabreado.
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