Lo de tirar de la manta se está convirtiendo en una divertida ocupación que se puede interpretar desde dos puntos de vista: el de la espada flamígera de la justicia, que ilumina el mundo con la Verdad, o el menos noble pero más entretenido argumento del “como me hunda te vas a cagar, que te vienes conmigo”. Conociendo la idiosincrasia nacional me temo que somos más de lo segundo que de lo primero, y encima da más espectáculo.
Dorribo, Bárcenas, los trabajadores de la televisión pública valenciana y el exalcalde de Vigo, Carlos Príncipe, tienen en común esa táctica, la de pretender indignar a la opinión pública con los sucios manejos, comisiones, ilegalidades, compadreos, latrocinios, enchufes, abusos y demás hierbas presuntamente crecidas durante muchos años en sus lugares de trabajo… y de los que fueron cómplices hasta que se les acabó el chollo.
El problema de todo esto es que aquí a nadie se le pasa por la cabeza poner en duda las acusaciones de estas personas. La obvia y evidente animadversión de los trabajadores hacia los responsables de su despido, del chorizo hacia quien no ha tapado sus chanchullos (esto vale para Dorribo y para Bárcenas), o del hombre de partido dolido con sus compañeros por un expediente de expulsión, parece que no hacen mella en la presunción de veracidad de sus acusaciones, en ocasiones sostenidas únicamente por sus rabiosas palabras.
Que ahora nos vengan tres trabajadoras de Canal Nou a denunciar abusos sexuales de un directivo que dicen que se masturbó en su presencia “entre 2007 y 2010” es un chiste de mal gusto. Que Dorribo acuse a quien le venga en gana y haga caer a un ministro porque entrar en el juzgado es más fácil que salir, es desesperante. Que Carlos Príncipe saque a la palestra ilegalidades de las que tiene constancia porque se encabrona con sus otrora colegas de partido (dicho sea de paso, el cabreo es más que razonable porque el expediente se lo abren por presentar en una conferencia a Rueda, ahí no hay “alianza de civilizaciones”), parece que es una violación del deber cívico que tenemos todos de poner en conocimiento de las autoridades los delitos de que se tiene constancia. Que Bárcenas asegure que todos estaban al tanto, es más de lo mismo.
Un ciudadano de a pie, entre los que me incluyo, ha de tener un punto de vista crítico con todo esto. Ni creerse a pies juntillas toda cuanta barbaridad oigamos, ni dar por sentado que todo es mentira. Sólo queda una salida: creerse lo que se pueda demostrar y poner en duda todo lo demás. Es lo que indica el sentido común.
Pero para hacer eso uno necesita un modelo, y carecemos de referentes. El PSOE se frota las manos pensando en Bárcenas como su caballo de Troya para entrar en un gobierno que las encuestas aseguran que tiene cada día más lejano, pero argumenta que Príncipe es un cochino mentiroso y que hay que asumir una presunción de inocencia que ellos no respetan con Rajoy. Lo mismo al revés, como suele pasar: al PP le hacen los ojos chiribitas viendo la casa viguesa del PSOE más revuelta de lo que se imaginaban por una tontería como presentar una conferencia.
Ninguno aplica principios que deberían ser evidentes. Ninguno cree en un Estado de Derecho en que las acusaciones hay que demostrarlas. Ninguno defiende la presunción de inocencia, salvo que se acuse a los nuestros, que entonces parecen los Padres Fundadores.
Entonces, ¿a quién va a mirar el ciudadano medio para buscar un referente moral? ¿A los acusadores? ¿A los acusados? ¿A los medios de comunicación que están deseando más carnaza porque creen que sólo vale el periodismo de catástrofes? Es tan difícil…
A riesgo de ser pesado, les repito lo de costumbre: duden de todo. Duden de los criticados. Duden de los críticos. Duden de las fuentes. Duden de los medios de comunicación… Duden incluso de la duda.
Es bonito seguir una creencia ciega porque te facilita la vida, pero luego no se extrañen si se revela falsa. Como todas las creencias ciegas.
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