Las crisis son los momentos que definen realmente cómo funciona una sociedad. Si bien todos estamos de acuerdo en que hay escala incluso en los valores fundamentales, es obvio que el mayor de todos es la propia vida, y que supeditar temporal y justificadamente los demás al mantenimiento de la salud es lo razonable.
No es momento de críticas, reproches ni de hacer política cutre o de mirarse el ombligo, para eso ya tendremos tiempo desde que todo esto pase. Me avergüenza como ciudadano ver a dirigentes políticos pendientes de su propia cuota de poder o de echar mierda al de al lado cuando hablamos de algo tan serio. Ahora solo cabe marcarnos un Fuenteovejuna y esperar para lo demás.
Pero también es el momento de la verdad, literalmente hablando. Si hemos tenido cientos de experiencias previas con bulos, cadenas absurdas, mensajes de WhatsApp ridículos y demás para prepararnos, lo estamos disimulando muy bien. No hacen más que circular tonterías y supuestas recomendaciones con el típico “pásalo, es verdad que lo ha dicho la tele” con cosas que jamás han salido en la tele.
¿Cómo podemos reconocer si un mensaje es auténtico o no? Lo primero es que cuanto más se refuerce su intento de parecerlo, más falso suele resultar. Si viene firmado por una supuesta persona con un supuesto cargo, aunque dicha persona y cargo existan, no tiene credibilidad a menos que incluya un enlace a la web oficial de la institución oportuna. No colaboremos en extender bulos que si normalmente son simplemente molestos ahora pueden ser incluso peligrosos. Recuerden siempre que cuando uno reenvía una cadena está empeñando su propia credibilidad en ello y si envía a un amigo algo que pone “lo acabo de escuchar en la radio”, “me lo acaba de pasar un médico, un ingeniero o un amigo mío policía” pero realmente ni lo ha escuchado en la radio ni se lo ha pasado el médico, el ingeniero o el amigo policía de verdad, lo que está haciendo es mentir a sus contactos.
Todo esto refuerza la importancia del papel de la prensa como garante de la veracidad. Pueden meter la pata, por supuesto, y hay que ser incluso prudente con lo que se ve impreso, pero al menos hay mayores garantías y todos conocemos medios de comunicación más fiables que otros, que no dejan de ser panfletos políticos más o menos disfrazados. Estoy seguro de que ahora la mayoría tenderemos a buscar prensa con credibilidad. Relativa, sí, pero mayor que la de un mensaje del móvil.
Esto traslada más que nunca a la prensa una responsabilidad tremenda: la de no caer en el amarillismo, en la noticia chocante (y por lo tanto vendible) pero de discutible veracidad. Seguro que estarán a la altura.
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