lunes, 1 de febrero de 2021

Perdemos batallas todos los días


Les juro que no entiendo a este país ni a muchos de sus ciudadanos. Vamos a ver si lo he entendido correctamente…

Llevamos un año con una crisis sanitaria como ninguno de nosotros ha conocido jamás (deduzco que los que vivieron la gripe española eran tan pequeños que apenas la podrán recordar, pero bueno, ya me entienden). Hemos estado confinados en casa durante varias semanas y la economía está sufriendo una crisis como nunca hemos vivido la inmensa mayoría (aquí soy menos tajante porque la de la posguerra entiendo que fue peor… por ahora), se limitan nuestras libertades de circulación, de reunión, los horarios de los comercios, la actividad de los hosteleros, el ocio, la cultura y otras cuestiones sacrificándolas al altar de la seguridad, cosa que es comprensible visto lo visto…

Pero por otro lado seguimos adelante con proyectos discutibles y discutidos. Se empiezan las obras de un edificio de madera cuyo uso no está definido (que es la forma fina de decir que no saben para qué lo quieren porque únicamente están obsesionados con hacer una nueva pirámide, en esta ocasión de madera), se mantienen ideas ridículas como la de las bañeras colectivas junto al río, pomposamente denominadas “caldas” pero que no son otra cosa que recintos con agua del grifo calentada con una caldera, dan titulares para avanzar en la absurda propuesta de tirar una estación de autobuses situada en un sitio magnífico para gastar decenas de millones en una Intermodal que no tendrá trenes… y así todo.

No hay conciencia ni consciencia de la situación en que estamos. Los arcoíris y los aplausos nos han despistado (probablemente era el objetivo) y en lugar de unirnos para hacer lo que hay que hacer nos han lanzado a unos contra otros. A los gilipollas que salen de botellón no los para la Policía, les azuzan a los vigilantes de balcón para que nos entretengamos sacándonos los ojos unos a otros mientras quienes hacen una obvia y flagrante dejación de funciones se van de rositas.

Vuelvo a donde empecé: les juro que no entiendo nada. Cuando los presupuestos de las administraciones tendrían que planificarse como en una guerra, con fondos para la reconstrucción (económica en este caso) y para luchar contra el enemigo vemos que no, que los dineros siguen destinándose a caralladas y a cuestiones que, siendo menos irrelevantes, son prescindibles en este momento. La lucha política es la única que les interesa, porque sus cómodos sillones desde los que dicen representarnos no son otra cosa que tronos en los que jamás pensaron que estarían porque en el mundo real, el dela gente que trabaja, jamás podrían alcanzar ese nivel de vida ni de poder.

Cuando los países que están haciendo bien las cosas (que se cuentan con los dedos de una mano porque los “ejemplares” como Portugal se ve que tampoco acertaron) se dedican a hacer tests por millones cada vez que alguien tose un poco fuerte, aquí el Ministerio saca un anuncio porque recibimos algo más de cincuenta mil vacunas, para un país con más de cuarenta millones de ciudadanos. Al mismo tiempo, ponen trabas a que nos podamos hacer las pruebas (incluso pagándolas) en farmacias, clínicas dentales u otros lugares con garantías que podrían, voluntariamente, ser un punto de información para saber si somos portadores o no del puto bicho. El 28 de abril del 2020 publiqué un artículo que se titulaba “Solo hay un camino hacia la ''salvación'': pruebas masivas a toda la población”. Sigo pensando lo mismo.

Todos los sanitarios, y muchos que no lo somos, seguimos desesperados, viendo que aquí nadie se está tomando esto en serio. El ministro de sanidad se marcha a hacer campaña para presentarse en Cataluña (una de la zonas más castigadas por el COVID-19) como si fuera un Churchill victorioso contra los nazis cuando realmente deja la guerra como un Napoleón a punto de llegar a Waterloo. Sí, estamos perdiendo esta guerra. Estamos perdiendo batallas todos los días, cuando vemos que los contagios diarios se cuentan en decenas de miles y las víctimas por cientos un día, y otro, y otro más.

Comienza una semana y ya siento cansancio porque sé lo que van a decir los telediarios y los periódicos: que todo seguirá igual. Que el mantra que toca ahora es “salvar la Semana Santa” con esa miopía que sólo puede tener quien tiene su pan asegurado y le preocupa sólo tangencialmente la ruina de muchos negocios que no saben cómo van a pagar sus gastos porque no les dejan trabajar pero tampoco se toman medidas serias para acabar con esto.

Estamos en guerra, señores, pero algunos lo están confundiendo con otro tipo de batalla: la política. Siempre la repugnante política que se hace en este país.

1 comentario:

  1. Estimado Luís,
    Dacordo con case todo... salvo co que dicía vostede en abril. Eu tamén me reafirmo no que lle dicía daquela
    "Creo que é moito máis efectivo (o que levo case dous meses dicindo - Agora case un ano- , en base ó antecedente chinés) confinar por comarcas, abrir cada 2-3 semanas as que non teñan casos novos (apertura total) e ir segmentando as que os teñan por concellos, distritos, barrios... ata limitar a extensión do vírus a zonas pequenas nas que si se poden facer tests.

    Levamos case un ano sen tomar esa medida cando está demostrado que funciona (China, Nova Zelanda, Vietnam, Taiwan,...); así pois semella que o que queren os que mandan é o que temos.

    Se algo amosou esta pandemia é que temos uns científicos boísimos, un persoal sanitario excelente, unha cidadanía que aguanta o que lle boten... e uns políticos e xestores pésimos.

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