miércoles, 15 de junio de 2016

El uso político de las corrientes sociales

¡Qué cosas! Resulta que ahora a los movimientos “neutrales, sociales y apolíticos” le salen fundadores por todas partes. Sin ir más lejos, en la presente campaña asistimos a las bofetadas que se están dando BNG y A Nova para reclamar la paternidad de “Nunca máis”, aquella ilusión colectiva que se demostró maniobra política y que supuso el inicio del fin de la ilusión política de mucha gente.

El nacionalismo, en su afán de sentar las bases de un nuevo mundo llamado Utopía, ha sido tremendamente hábil y ha comenzado por lo más pedestre: redefinir el lenguaje. Una táctica muy propia de la izquierda menos revolucionaria que busca como único fin un descarado “quítate tú para ponerme yo” pero oculto tras una capa de “yo lucho por El Pueblo”, tal y como demostraron todas las dictaduras de izquierdas que en el mundo han sido, empezando por las comunistas y acabando por la que aunaba lo peor de ambos mundos, el nacionalsocialismo.

En esta redefinición de la realidad, el nacionalismo acuña o determina términos como “país” para equipararlo al de “nación”, o “gallego” como “persona que es nacionalista y que habla obligatoriamente el único idioma patrio”. Cosas como ésta son las que hacen que nuestro único premio Nobel, nacido en tierras pontevedresas, no sea considerado gallego, porque la dictadura de lo políticamente correcto, normalmente emitida desde estos lares, ha decidido que solo es gallego el que habla exclusivamente gallego. La ley del embudo llevada al bilingüismo.

Se llega incluso a extremos como recuperar términos habitualmente utilizados por el mismísimo Franco, y la alergia a decir la palabra “España” les obliga a usar el tan usado otrora vocablo “Estado Español”.

En toda esta estrategia se usan colectivos para afianzar sus bases, con otra maniobra perfectamente válida y funcional. Se toma cualquier iniciativa, como por ejemplo la de la ecología, y en lugar de definir al propio partido como ecologista, se le da la vuelta y se reubica la ecología como propia del partido. Se fundan asociaciones controladas por afines y se integran en el aparato propio. De esta forma toda aquella persona que se sienta ecologista automáticamente se sentirá presionada de una forma más o menos sutil a entrar en la espiral nacionalista o como mínimo a simpatizar con ella. Que después a la hora de gobernar se ignoren esos principios es lo de menos, que ya se está cómodamente instalado en la poltrona y ajeno a temas tan mundanos. 
 
Por supuesto hay medios más sutiles aunque tremendamente capitalistas, como la financiación de las estructuras que pueden hacer la puñeta al adversario. En Lugo por ejemplo tenemos casos obvios en que además de pagarse jugosas minutas se conceden a colectivos balcones públicos para colgar sus pancartas, siempre y cuando sean contra los demás.

Esto ocurre con cuestiones incluso contrarias a la lógica nacionalista. Por ejemplo, todos los movimientos feministas o de libertades sexuales se encuadran en el arco de izquierdas, que aplaude rabioso cada vez que propone alguna barbaridad como el sangrado libre o la lucha contra las compresas heredadas del “heteropatriarcado” y esas memeces. Esa integración entre libertad e izquierda es totalmente absurda ya que la idea última del lado siniestro del espectro político es la igualdad absoluta, esto es, la negación de cualquier desviación del estándar. No se trata de igualar derechos, que esa es la base del liberalismo, sino de fotocopiar personas, tal y como demostraron reiteradamente los regímenes totalitarios comunistas a lo largo de las tristes décadas en que sembraron el terror.

Con “Nunca Máis” pasó exactamente lo mismo, aunque quizás algo más organizado todavía ya que como gobernaban “los otros” era más fácil exaltar los ánimos. Ese experimento fue llevado con éxito también en el “no a la guerra” o el 15M, movimientos todos ellos apoyados genuina, sincera y hondamente por muchos ciudadanos que vieron cómo sus protestas no se usaban más que como arma política.

Tanto la izquierda radical, llamada comunismo a pesar de esta palabra produzca alergia a los propios marxistas que se quieren disfrazar de otra cosa, como la derecha reaccionaria resumida en el conservadurismo extremo, llegan al mismo lugar. Son perfectamente equiparables los juicios sumarios del Partido Comunista con los teocráticos de la Santa Inquisición, y el uso del terror en ambos casos para controlar a la población díscola, la que se quería separar de la Norma suprema, normalmente dictada a capricho del que tiene el bastón de mando.

Por supuesto todo esto se oculta tras un manto de buenas palabras en campaña. Hitler no llegó al poder diciendo “vamos a asesinar seis millones de judíos y a empezar la II Guerra Mundial”. Hablaba de “la patria”, “el pueblo” y exaltaba el odio al rico, al poderoso y al adversario político. Por si les suena.

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