Probablemente una de las medidas que ha desarrollado Feijoo en estos años de gobierno y que más simpatías me ha despertado pase desapercibida para la mayoría de la población. Ayer anunciaban que han aprobado un presupuesto para la plantación de un millón de castaños en Galicia. Sí, un millón.

Cuando era pequeño disfrutábamos de una casita a unos pocos kilómetros de Lugo, es decir, en pleno monte, y mi hermana y yo salíamos a pasear con los perros. Andaría yo por los 10 años así que imaginen lo bien que lo pasábamos con esa libertad absoluta de ir por donde nos apetecía, meternos en líos, o subirnos al “cohete”, una estructura de hormigón del Instituto Geográfico Nacional (un punto geodésico, vamos) que nuestra imaginación convertía en una rampa de lanzamiento.
Mis recuerdos más nítidos son de una plantación de pinos que había frente a la casa, ordenados milimétrica y sosamente en filas y columnas como una hoja de Excel, y que había que cruzar para llegar a un auténtico bosque en que no era difícil ver animales (¡un conejo, un conejo!) o lo que te apeteciera encontrar.
Puede que esa plantación de un millón de castaños haga más por la identidad arbórea de Galicia que todos los discursos nacionalistas que hablan de exclusión. Aquí se va a lo práctico, a llenar nuestra tierra de árboles espectaculares, de los que necesitan cuarenta años para empezar a parecer lo que tienen que parecer pero que cuando alcanzan esas edades te hacen pensar que ha merecido la pena la espera.
Y no olvidemos que los castaños tienen una característica importante: dan castañas. Puede parecer una estupidez, pero no lo es en absoluto. La castaña ha salvado del hambre y la inanición a generaciones enteras de gallegos desde épocas inmemoriales. Antes de la llegada de la patata, procedente de América, fue la guarnición más recurrida y, al encontrarse con cierta facilidad en los entonces enormes bosques milenarios, la más barata.
La iniciativa de Feijoo me ha gustado, me ha gustado mucho. Lo único que les pediría, aunque es una petición extraña, es que no planten los árboles en líneas. Sé que no es fácil, pero no me digan que no son muchísimo más bonitos los bosques caóticos que esas fábricas de maderas en que se han convertido tantos terrenos. Sí, ya sé que es más práctico y todo lo que ustedes quieran, pero déjenme ser idealista y volver a aquellos bosques eternos, con “el cohete” en medio.
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