
Pero la exposición es casi deprimente, no por la calidad sino por el contenido. Ver este Lugo nuestro cayéndose en pedazos, ayudado por una mano maestra que retrata con la puntería del francotirador del objetivo.
Hay fotos que tienen una indiscutible belleza dentro del horror. Una del clásico club “latino” resume las penurias de una parte del casco histórico: local cerrado, pintura desconchada, pintadas y un ambiente de decadencia al que no se consigue escapar de todo a pesar de las multimillonarias inversiones de nuestros dineros comunes. Otra, la de la estación de autobuses, parece una imagen sacada de una película apocalíptica, de esas tipo Mad Max o una cosa por el estilo. Es lo que hay.

A muchos nos quedaba el consuelo de que las grandes fotos se hacen con grandes cámaras, y que las nuestras son corrientes porque no tenemos medios. Desde ayer no puedo seguir pensando eso. Así que no, señores, la cuestión es el que sujeta el teléfono, no el aparatejo en sí.
Les recomiendo que vayan a ver la exposición, insisto, pero vayan preparados para una visión realista, bella y terrible de nuestro Lugo. Y para recibir una dosis de humildad en lo que a hacer fotos se refiere. O una lección, que para eso Pepe es maestro.
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