Que hay gente loca es algo a lo que nos enfrentamos todos los días. Hay grados, por supuesto, pero es cierto que sin llegar a pensar en que necesiten camisa de fuerza (o sí, según el día) no me digan que no se han encontrado con gente que demuestra, con un altísimo grado de certeza, que está como una cabra. Literalmente.
Hay un perfil de enajenados que han encontrado su mejor campo de acción en las redes sociales. Allí pueden perseguir a quien quieran o amenazar con más bien poca sutileza sin temor a mayores consecuencias, no porque legalmente no sea perseguible la amenaza vertida digitalmente, sino porque casi nadie se toma en serio a estas personas y no se suele llegar a ir a la policía a decir “oiga, que una pirada me ha dicho tal cosa”. Lo dejas correr porque al final te rebajas a su altura y aunque caigas en la tentación de rebatir las tonterías que dicen cuando llevas un rato te sientes más tonto que ellos porque se supone que tú eres una persona normal, o así lo crees, así que decides colgar el teclado y dejar la discusión.
Pero insisten. Y parece que tu “retirada” es darles la razón, y eso cuesta. A mí me ha pasado varias veces, alguna de ellas muy reciente.
Demostrar madurez es muy bonito, pero también tiene su parte de sacrificio, porque te da la impresión de que le estás otorgando una victoria a la enajenada que lleva cinco o seis días dando vueltas en círculos a un asunto totalmente secundario. Y cuando encima algún amigo salta con el tema, ves que la mentada lo único que quiere es seguir discutiendo, porque probablemente no tiene otra cosa que hacer en la vida más que intentar dar rienda suelta a sus desvaríos en donde le dejan, ya que su marido la ha dejado y su familia no le habla. Amigos ninguno, cansados de tanta tontería y en el trabajo minimizan la relación con ella porque saben que es peligrosa. Hasta te avisan de que te alejes.
¿Cuál es la solución? Dejarlo correr. No hay otra, aunque cueste. Aunque sepas que alguna persona que está leyendo todo eso piense que se ha salido con la suya. Peor estás quedando entrando al trapo, ya no sólo ante terceros, sino ante ti mismo. Cuando te va la marcha y te gusta el debate es complicado abandonarlo, pero has de razonar que hay cosas que ya no son tertulias sino pozos de inmundicia donde sólo puedes salir malparado sí o sí, porque aunque ganes la discusión es a costa de tu propia cordura. Es lo malo de discutir con locos, que te contagian.
Me dirán ustedes, “¿y no es este artículo una especie de intento de dar un punto final llevando la tuya por encima?”. Pues quizás sí, no se lo voy a discutir, pero ya les he explicado en más de una ocasión que un blog tiene mucho de terapéutico y que si a mí me contenta dejar esto aquí escrito, ¿qué más les da a ustedes? Dejen que este artículo quede colgado aquí para que a lo mejor a otra persona le sirva de guía contra el impulso de seguir dando vueltas a las cosas eternamente, y a mí me sirva para dar por finalizada una etapa estúpida de mi vida con un propósito de enmienda: el de no caer otra vez en lo mismo, al menos durante un tiempo. Lamentablemente no es la última vez que la intento cerrar pero resurge, porque los seres humanos somos así de bobos.
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