viernes, 9 de mayo de 2014

Lugo tiene un color especial

Si hay algo español mundialmente famoso es el espíritu festivo de nuestro país. Desde las muñeiras hasta las sevillanas, pasando por jotas y demás bailes regionales, lo que prima aquí es el aparcar durante unos días la monotonía y lanzarse a la calle con cualquier excusa.

Y es que además las fiestas son participativas. Ves por ahí otras muy fastuosas pero donde el público simplemente es eso, un observador externo que está allí pasmado sin aportar nada al evento, mirando cómo explotan fuegos artificiales o cómo se ilumina el monumento de turno, pero de una forma totalmente ajena.

Aquí somos más de meternos en la jarana hasta el cuello. Ya sea ponerse una toga en el Arde Lucus o un casco en el desembarco de Catoira, lo que prima es sentirse parte de la fiesta, o como decía Torrebruno: “lo importante es participar y divertirse”, frase cuyo significado debería inculcarse en las escuelas.

Fuera de nuestro país son muy conocidas diversas fiestas, pero hay dos que se llevan la palma: los encierros de San Fermín y la Feria de Abril. La primera por lo espectacular y, hablando mal y pronto, por los huevos que le echan a ponerse a correr delante de un bicho que no suele bajar de los 600 kilos, coronados por un par de cuernos que te pueden fastidiar el día. La segunda porque se traduce en alegría y baile en cantidades industriales, ya sea por la música o por las generosas bebidas espirituosas que de todo hay.

Hace ahora veinte años que mi madre, a la que le gusta más la fiesta que a un tonto un lápiz, tuvo la idea de montar una pequeña Feria de Abril en Lugo. Curiosamente hubo algún imbécil que lo criticó porque era “traer fiestas foráneas”, y lo decían los mismos que defendían que desde Galicia desperdiguemos por el mundo lo nuestro, lo cual está muy bien. Hay espacio para todos y momentos para todo.

El éxito de la fiesta le dio la razón a Miluca, y que surgieran como setas otras iniciativas similares, también. Desde aquella cada año pone farolillos y fíe “pescaítos” en pleno centro de Lugo. Vamos a hacer un poco de publicidad: en el Verruga, en la calle de la cruz.

El primer año se trajo un cocinero de Andalucía para que le enseñara a freír el pescado, ya que no es como poner una merluza a la romana. Cada sitio tiene sus cosillas y sus trucos, y por mucho que le des la receta del caldo a un tipo de Córdoba, no hay nada como enseñarle a hacerlo en persona. Pues al revés pasa lo mismo.

Eso sí, le duró el aprendizaje dos días, porque lo de tener mano en la cocina es un don como el del que toca el piano de oído o pinta sin haber ido jamás a clases, y mi madre la tiene. Lástima que no sea genético porque yo soy bastante menos ducho en esas cosas, aunque también influye que ella lleva toda la vida, literalmente, metida en un restaurante. Pues lo que les decía. A los pocos días ya freía mejor el pescado que el maestro, así que desde esa cuando llega la feria se pone a ello y saca pescaditos como churros (en este caso la comparación no pega mucho, pero bueno).

Si eso lo completas con farolillos, banderolas, rebujitos y sevillanas, tienes la feria montada. También con la manzanilla, que el primer año de la feria en Lugo todos pensábamos que sólo era una infusión y no, más bien no.

La feria del Verruga dura sólo los mismos días que la feria de Abril. Este año, curiosamente, es en mayo, porque va en función de la Semana Santa, así que les queda hasta este domingo para sacar la bata de cola, o para ir a palmear de civil, que tampoco pasa nada… y eso sí, a tomar puntillitas, chanquetes y carabineros, que por cierto estos últimos hacen un arroz que es un manjar.

Hoy me ha salido publirreportaje, pero oigan, esto también es Lugo, y la familia es la familia.

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