martes, 29 de mayo de 2018

Gracias a la Muralla por presentarnos a María Dolores Pradera

María Dolores Pradera, La Señora - Foto: El Progreso
Aunque me sonaban sus canciones, como a casi todo el mundo, no había ido nunca a ver un concierto de María Dolores Pradera, y seguramente tampoco lo habría hecho si no fuera porque vino a dar uno a Lugo por el aniversario de la declaración de la Muralla como Patrimonio de la Humanidad en el año 2007. Allí fue donde me encandiló.

Sentí envidia de Sabela Corbelle, la periodista de El Progreso que le hizo una entrevista para el diario en aquella ocasión, en que hablaron de todo, empezando por su vuelta a los escenarios a los pocos días del fallecimiento de su exmarido, Fernando Fernán Gómez. Les recomiendo leerla y de hecho les dejo aquí un enlace para que lo hagan.

El apodo de “la señora” no puede ser más acertado. Elegante, sobria, precisa en su canto y contenida en sus movimientos se nos metió en el bolsillo con solo estar de pie en medio del escenario y cambiando sus chales cuando le apetecía en medio del concierto. No necesitaba más. Ni luces, ni colores, ni humo ni rabo de gaita. Ella se apañaba solita.

Volví a verla en La Coruña, en el Teatro Colón, a donde fui con mi madre y con mi abuela algunos años más tarde, y quizá por eso relaciono a María Dolores Pradera con ellas dos. Por motivos de edad con la segunda, y por magnetismo y por transmitir ganas de vivir con la primera. De hecho hace años que cuando mi madre me llama al móvil suena “Amarraditos”, uno de los indudables himnos de María Dolores Pradera.

En el último concierto que vi de La Señora rozaba ya los noventa años, pero eso no le impidió estar dos horas cantando. Me impresionó más que lo hizo de pie, estática y sin moverse apenas, lo que yo, con menos de la mitad de la edad, no sé si sería capaz de hacer.

Los conciertos de María Dolores Pradera eran una comunión con su público. Te metías en las canciones y en la música y como los grandes cantantes (en Lugo Noemi Mazoy, por ejemplo, consigue lo mismo) te contagiaba y transmitía sus emociones.

Hoy el mundo es un poco más gris porque esta madrugada nos dejó para siempre La Señora. La echaremos de menos, aunque su música sigue ahí para cantarnos ese “Gracias a la vida” que tanto enseña.

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