viernes, 11 de octubre de 2013

Voldemort entre nosotros

No sé si ustedes han seguido la serie de libros de Harry Potter (si les supone mucha letra también hay películas). Si no es así les recomiendo su lectura. Son sencillos de llevar, entretenidos, y aunque no aportan nada culturalmente hablando son un ejercicio de relajación mental que sienta de maravilla. No todo son sesudas lecturas de Kant o Savater (me refiero a Fernando, no a Leticia Sabater, que esa es con “b” y tiene poco de sesuda).

Voldemort en su totalidad manifiesta
Pues a lo que iba, si no lo han leído les pongo en antecedentes: el malo es un mago maligno (lo de maligno aclara mucho las cosas, obviamente) que se llama Voldemort, pero nadie pronuncia su nombre porque es tan malvado que les da cosa decirlo en voz alta. Sustituyen su nombre con cosas como “quien tú sabes” o, mi favorita, “el que no debe ser nombrado”.

Pues algo me dice que esto no es tan ficticio como pudiera parecer. Hay un miedo cerval en muchos lugares, entre los que desgraciadamente hemos de incluir a Lugo, donde no se pueden decir muchas cosas en voz alta. Indirectas veladas sí, sutiles referencias también, aunque el nivel no es tan alto como para que ni las unas sean tan veladas ni las otras tan sutiles, con lo que todo el mundo sabe de qué se está hablando pero sin tener que decir el nombre. Vamos, “igualico” que con Voldemort.

Tenemos aquí magos malignos entonces para dar y tomar, porque anda que no hay miedo a hablar, a opinar libremente, a decir lo que se piensa. Y casi da igual el foro en que estés, que vayan de liberales o de demócratas, de izquierdas o de derechas, de tirios o de troyanos. Si hablas y dices que no estás de acuerdo, ya no con el fondo de un asunto, sino con un nimio aspecto o enfoque, te miran como si les acabaras de mentar a la madre y te crucifican a la primera de cambio. Se lo digo porque lo vivo día a día. Esclavitudes del tener la estúpida costumbre de decir lo que pienso, y normalmente sin cortarme demasiado.

Hay un sentimiento de grupo que explica esto: si quieres estar integrado y no ser la oveja negra es mejor estar calladito. Da igual que sea en un partido político (no lo nieguen, estaban ustedes pensando en eso) que en una asociación o un foro presuntamente de debate. Si hablas en contra de la línea argumental central te intentan machacar vilmente, y lo normal es que encima lo hagan con bastante poca imaginación, acusándote de la primera tontería que se les pasa por la cabeza.

La más habitual es la de buscar un interés oculto a tu postura. Es lo más sencillo y además suele dar buen resultado porque entra muy bien el “éste algo quiere”, que es el pan nuestro de cada día.

Creo que lo más importante para que una sociedad civil funcione y pueda ser realmente un contrapeso del poder político es, justamente, perder ese miedo. Hay que acostumbrarse a que en un lugar donde hay 10 personas habrá diferentes opiniones, y que ni todas tienen que ser válidas (hay mucho cabestro suelto por ahí) ni todas tienen que ser erróneas.

Lo primero es, insisto, perder el miedo a hablar. Y lo segundo evitar caer en la tentación de prejuzgar lo que se dice por el quién lo dice. No es un trabalenguas, es una reflexión lógica. Un argumento tiene que tener un peso por sí mismo, independientemente de quién lo exponga. Todo lo demás son excusas de mal pagador.

Eso sí, cuando ya entras a cachondearte directamente de la persona (el poner “ja, ja, ja” es un recurso muy socorrido en ciertos foros de redes sociales, como si fuera un argumento en lugar de una coz) pues mal vamos, porque demuestras muy, pero que muy poca capacidad de argumentar y, la verdad, una pobreza digna de un mendrugo.

Pero ya sabemos que borricos los hay en todas partes, así que llevémoslos como buenamente se pueda.

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