viernes, 16 de noviembre de 2018

Las ''mafias'' perrunas atacan con pis... y yo sin enterarme

Una costumbre difícil de erradicar. Pero de ahí a una "mafia"...
Publicaba El Progreso ayer un artículo que hablaba de las tensiones que se producen entre algunas comunidades de vecinos con los propietarios de mascotas, concretamente de perros, por el tema de los pises de los animales.

Este tema, minimizado por los propietarios de perros, entre los que me incluyo - en propietarios, no en las personas que lo minimizan, que todo hay que aclararlo - y maximizado por los afectados - que esconden su identidad en el artículo aterrorizados por supuestas “mafias” que se organizan para ir a dejar meadas y cacas de sus perros en los lugares donde se les critica (como yo tengo el perro desde hace solo un par de años aún no me han invitado a preparar una "noche de las cacas rotas") - es difícil de equilibrar porque los intereses de unos y otros son difícilmente compatibles.

Que no te meen en la fachada parece algo de puro sentido común. Es un asco, y por mucho que te gusten los perros no se puede tolerar. Pero por otra parte es muy complicado que los perros no sigan sus instintos para “marcar” territorio, y aunque a veces me despisto (seamos sinceros) les prometo que procuro que el mío no lo haga. No siempre no tengo éxito, lo reconozco.

También es cierto que en una ciudad donde los seres humanos hacen sus necesidades donde Dios les da a entender es complejo atajar el comportamiento de los animales de cuatro patas. La eterna protesta que se realiza desde la Catedral, que ve como sus herrajes del siglo XII se están deteriorando porque no se persigue la “costumbre” de mear contra su puerta, cae en los sordos oídos de las autoridades, que probablemente prefieren perder los votos de unos cuantos curas que los de cientos de jóvenes asilvestrados (el que mea ahí no es que sea un ejemplo de civilización) aunque eso suponga llevarse por delante mil años de Historia.

Daños en la Catedral. Esto no son los perros... Foto: El Progreso (los herrajes del siglo XII no están en esta puerta).
Un ejemplo bastante significativo de estos comportamientos lo pudimos ver en San Froilán. Se instalaron unos baños portátiles a la entrada del callejón de Santo Domingo que eran olímpicamente ignorados por sus supuestos usuarios, quienes preferían aliviarse entre los contrafuertes del convento, quizá por tradición.

Poner baños portátiles...
No siempre sirve para que se usen...

Pero volviendo al tema canino, me sorprende que el Ayuntamiento no lleve a cabo un convenio con la magnífica facultad de Veterinaria de la que disfrutamos en nuestro Campus para investigar formas y maneras de evitar que los perros meen contra las fachadas. Si no se da una alternativa viable es complicado solventar el problema por no decir imposible.

Durante el breve pero fructífero mandato de Joaquín García Díez se intentó implantar el “pipi can”, del que he hablado en más ocasiones. Trajo consigo mucho cachondeo, pero fíjense que en su sencillez radicaba su belleza y utilidad: señalizar las alcantarillas para que los perros hicieran así sus necesidades. Como todo el mundo sabe, en el mundo perruno orina llama a orina, y no hay mejor atractivo para que un perro mee en un determinado sitio que el olor de sus congéneres haciendo lo propio. Quizás ahí tenemos una indicación de por dónde tirar, pero habría que consultarlo con los expertos.

En varias ciudades se han hecho experimentos con máquinas que dan una golosina la perro por mear en determinado sitio, pero no sé con qué éxito. Me imagino que escaso porque no veo que proliferen.

Lo que está claro es que los que exigimos respeto para nuestras mascotas y para nosotros mismos tenemos también que demostrarlo con los demás, y permitir que tu perro mee en la fachada de un local no es lo más indicado para ello, aunque también me han puesto mala cara cuando ha hecho pis en medio de la calle así que a ver si primero nos aclaramos y luego intentamos educarlos porque entenderán que en algún sitio tiene que hacer sus cosas el pobre animal.

Solo me gustaría pedir a los que, con lógica, reclaman medidas contra esa fea costumbre que recuerden que la culpa nunca es del perro sino nuestra, de los dueños. Lo digo por los desalmados que ponen veneno, clavos o demás barbaridades para atacar al eslabón más débil, el más cariñoso y el más generoso que existe. Denuncien si quieren, que nos multen, incluso pongan mala cara o riñan al propietario... pero por favor no carguen contra un pobre animal que solo hace lo que su naturaleza le dicta.

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