Protesta en el día de ayer de los empresarios de atracciones en el Ayuntamiento Foto: La Voz de Galicia |
Decir que la normativa autonómica impide la instalación de barracas en San Froilán es mentir. Así de simple.
Lo que el decreto de la Xunta indica es que está prohibido
ponerlas en ayuntamiento con el nivel máximo de restricciones, algo muy lejano,
afortunadamente, a la situación que vivimos en Lugo. Sí es necesario cumplir puntos
relativos a los aforos y distancias entre personas, como en cualquier otra actividad
hoy día, pero nada más.
Las reducciones son del 50% en filas (salvo convivientes,
que pueden estar igual de apretujados que en cualquier otra situación) o del
30% si no hay asientos (atracciones del tipo de las casas del terror y esas cosas).
La misma limitación del 50% tienen los hinchables.
Es más complejo llevar a cabo las medidas que se exigen del
entorno de las barracas como poner un recorrido de entrada y salida (bueno, eso
es sencillo, se hace con vallas y listo) o respetar un espacio de tres metros
cuadrados por persona… una normativa que al aire libre es bastante discutible
porque no se cumple en ninguna parte y recordemos que en exterior y con
mascarillas no debería haber problema alguno.
El Ayuntamiento dispone de margen de maniobra para permitir
a las atracciones que se instalen, e incluso al no haber casetas del pulpo
tiene un espacio adicional más amplio ya que esa explanada puede ser ocupada
por otro tipo de atracciones.
¿Qué peligro puede haber en una noria en que en la cabina
sólo suben miembros de una misma familia? ¿En qué dimensión paralela se supone
que te puedes contagiar dando brincos en el Saltamontes?
Se pone como excusa que el problema no son las barracas
exactamente, sino las aglomeraciones por la calle. La consecuencia lógica de
ese principio es dar por sentado que los conciertos que van a traer (esos sí) van
a ser de lo más corriente y no van a movilizar a la gente, porque el
razonamiento podría ser exactamente el mismo.
Esta repentina preocupación por la salud pública por parte
de quien el año pasado desobedeció la orden de la Alcaldesa de suspender los
actos de Samaín nos hace buscar motivaciones ocultas. Si fueran tan “responsables”
no habrían hecho lo que hicieron en ocasiones anteriores así que la razón debe
ser otra.
Mientras tanto los feriantes sufren la otra pandemia: la de la ruina económica. Un sector del que, sinceramente, no siempre nos preocupamos como deberíamos y que se une a una larga lista de personas que ven peligrar su futuro por decisiones caprichosas de quienes ejercen el poder público como una revancha y no como un servicio.
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