martes, 10 de mayo de 2011

En defensa de la sociedad civil

El más grande de los problemas de nuestro país no es el paro, ni la crisis, ni siquiera la clase política que tanto denostamos. Sé que suena un poco exagerado, pero estoy hablando totalmente en serio. Nuestra mayor laguna es la inexistencia de una sociedad civil que se contraponga al poder público. No me refiero únicamente al poder político, ni al de una administración en concreto, sino al Poder con mayúsculas, al que se ejerce “en nombre del pueblo” pero pasando ampliamente del mismo. Como liberal que soy, siento una natural, profunda y eterna desconfianza hacia toda forma de poder conjunto que vaya contra los intereses y derechos del individuo. Por supuesto no estoy hablando de la anarquía, sino de minimizar el impacto que las necesidades de la sociedad como tal tiene sobre cada persona.

¿Es eso más grave que el paro o la crisis? Pues francamente, creo que sí, porque es una de las causas de muchos de nuestros males. En España la clase media está siendo destruida a pasos agigantados, ya que el pequeño empresario y el autónomo, que vienen siendo lo que componía la burguesía española, se están viendo abocados a cerrar sus negocios en gran parte por los errores del gobierno de Zapatero. Pero no me quiero centrar en hablar en contra de este gobierno, sino de todos, del “Gobierno” como concepto y en todos sus niveles.

El Poder también intenta dominar la poca sociedad civil que pueda surgir. Si uno funda una asociación, ya sea de vecinos, de empresarios, de amigos del abejaruco o de apoyo a la candidatura de España en Eurovisión, lo primero que se le pregunta es “¿y ésta que es, del PP, del PSOE o del Bloque?”. No concebimos que un ente funcione al margen de la política, y que incluso se enfrente a ella. Todo tiene que estar encajado, sea a patadas o con suavidad, en una opción política, en uno de los “lados”.

textoEn Lugo pasa lo mismo, aunque hay alguna honrosa excepción. La asociación en defensa del parque Rosalía de Castro (www.parquerosalia.es) o la de vecinos de Aceña de Olga O Carballo (www.alguiennosocultaalgo.com), por ejemplo, se plantean abiertamente los temas que le interesan a su zona. De hecho la del Parque Rosalía ha logrado por de pronto paralizar el adefesio de las Torres de Orozco y su acción fue la que consiguió que los juzgados empiecen el camino del arreglo de esa “desfeita”. O Carballo está intentando que quien salga de las urnas tenga el compromiso de salvar el parque Marcos Cela, ojalá lo consigan aunque por ahora Orozco está esquivando el tema con lo de que “primero lo acabamos y luego veremos por dónde lo conectamos” que, contra toda lógica, parece que está colando.

Por supuesto, estas asociaciones son demonizadas por el que gobierna en cada momento, porque le resultan incómodas, pero esa es precisamente la idea con la que se deben crear.  La principal función de la sociedad civil, al igual que la de los medios de comunicación (en teoría, claro), es contraponerse al poder, sacarle los colores e intentar que no se crean que su palabra es ley, a pesar de que literalmente lo es.

No son parte de esta sociedad civil que yo defiendo todas esas asociaciones que lo único que hacen es pelotear al que está en el poder o al que creen que puede alcanzarlo, para intentar buscar favores o ser “los más poderosos” del barrio. También es llamativo, y tristemente habitual, ver asociaciones de vecinos, o de empresarios, o de lo que sea en que los asociados tienen miedo a hablar, o a criticar una medida que proponga el Presidente, “no vaya a ser que se cabree”. Pues si nunca tienen oposición van a pensar que son una especie de Dios que nunca se equivoca, y eso no es bueno.

La Declaración de Independencia de Estados Unidos dice, y muy bien dicho, que “cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, que persigue invariablemente el mismo objetivo, evidencia el designio de someterlos bajo un despotismo absoluto, es el derecho de ellos, es el deber de ellos, derrocar ese gobierno y proveer nuevas salvaguardas para su futura seguridad”. No estoy llamando a la revolución, ni a poner guillotinas en la Plaza de España, pero sí al menos a perder el miedo a hablar, a oponerse a quien dice representarnos si creemos que no refleja nuestras opiniones y sentires.

Tengo el privilegio de contar entre mis amigos a políticos en ejercicio, y normalmente son más sensibles a las opiniones de lo que la gente piensa, pero el problema es que hay un miedo atroz a hablar y nadie les dice nada hasta que la cosa revienta y salimos a la calle en manada.

Hablen, protesten, asóciense, no se fíen de lo que les cuentan… Creemos esa sociedad civil de la que ahora carecemos. Es incómodo, entiendo que da pereza y que es más fácil quedarse en casa y protestar, pero nos irá mejor a todos si no nos fiamos únicamente de que el debate político va a poner todos los temas sobre la mesa.

1 comentario:

  1. EL amigo del pueblo.10 de mayo de 2011, 10:41

    Gran artículo.Incide en algo importantísimo para la pervivencia de toda sociedad democrática, que es su defensa continua por parte de los ciudadanos que la conforman.Esa es nuestra obligación.Se acuerdan de la famosa frase de Kennedy, pregúntate que puedes hacer por tu país y no que puede hacer tu país por ti.España en esta cuestión es cuando menos paradójica.Los españoles una vez llegada la democracia sólo nos preocupamos de nuestros "derechos", yo tengo derecho a esto , aquello y lo de más allá. Somos como niños -malcriados-.Los políticos -nuestros padres adoptivos- inciden en malcriarnos hablando siempre de todo aquello a lo que tenemos derecho, es decir, subvenciones y ayudas, pero nunca de obligaciones. Nosotros tampoco nos acordamos nunca de las obligaciones hasta que truena.¡Y cómo está tronando ahora!.Si queremos ser ciudadanos y no siervos debemos actuar como tales realizando un control a políticos y gobernantes, exigiéndoles responsabilidades porque nos las exigimos a nosotros mismos.Resulta mucho más cómodo vivir adormecido.Pero la democracia -real- es y debe ser uno de las formas de gobierno menos cómoda, tanto para gobernantes como para gobernados.

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