Las campañas electorales generan dos cosas: promesas que no se van a cumplir y basura a toneladas en forma de carteles, folletos, programas y papelería varia. Como coincide que los gestores responsables de que se cumplan las normas medioambientales son los mismos que firman el papelorio no se percibe una gran preocupación por ponerle coto al tema ni por hacer cumplir las ordenanzas relativas al tema.
No hablo exactamente de que las banderolas o las vallas publicitarias sean ilegales, nada más lejos, pero sí que hay una importante laxitud en otros aspectos, como es el de las pegatinas políticas en el mobiliario urbano o la distribución indiscriminada de celulosas políticamente correctas.
Vemos atónitos cómo dos partidos principalmente, el BNG e Izquierda Unida, han decorado farolas, parquímetros y fachadas con pegatinas y carteles, saltándose a la torera tanto las normas como la estética más básica. Orozco, por supuesto, hace la vista gorda con quien probablemente tenga que ser su socio por obligación si Jaime no saca la mayoría absoluta. Sería empezar con mal pie multar a la novia antes de la boda (civil, por supuesto).
Me sorprende sobre todo en el BNG, quien consiguió hacer un parque en Lugo con el nombre de su difunto concejal Marcos Cela. Se callan cuando Orozco planea cargarse ese parque con una carretera que conecte el puente nuevo novísimo con la Aceña de Olga (utilísimo puente, entre las afueras del barrio del puente y un barrio periférico), y además empapelan Lugo a lo loco. Los Verdes estarán ídem de ira.
Esta laxitud sólo se ve en dos momentos: campañas electorales y huelgas generales. Los demás, a cumplir la norma, que no tenemos la llave del Gobierno, aunque realmente seamos quienes sí decidimos este domingo si hay boda o predomina el sentido común.
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