Bueno, aquí estamos de nuevo tras una corta semana de vacaciones. Empezaremos la nueva temporada con un tema de máxima actualidad: la reforma de la Constitución, contra la que me tengo que situar, ya lo digo de entrada (contra la reforma, no contra la Constitución).
Haciendo un poco de historia veremos que nuestra norma fundamental sólo ha sido reformada en una ocasión desde su aprobación en 1.978. La gran alteración que tuvo fue añadirle dos palabras “y pasivo” a uno de sus artículos que reconocía la posibilidad de que algunos extranjeros pudieran ejercer el derecho al sufragio "activo”, es decir, votar. Lo del “y pasivo”, que implica que también puedan ser elegidos, se debió a la Unión Europea, que exigía que todos los ciudadanos de la Unión puedan ser tanto electores como elegibles en los Estados miembros.
Ahora nos vuelven a hablar de retocar la mal llamada Carta Magna. Digo mal llamada porque una Carta Magna, como su nombre indica, es promulgada por un rey soberano para otorgar derechos a sus súbditos, mientras que una Constitución la aprueba el pueblo para, entre otras cosas, organizarse y limitar los poderes del sistema.
El motivo del retoque es limitar el techo de gasto de las administraciones, y obligarles con la más alta de las normas a no endeudarse más allá de un límite. Noble fin, absurdo procedimiento. Me parece fantástica la idea de constitucionalizar el principio básico de que la administración no se puede endeudar eternamente, y evitar el absurdo en el que estamos cayendo por el que se emite deuda para pagar intereses de la anterior. Es como si un particular pidiera un crédito para pagar los intereses de su hipoteca, un círculo vicioso que acabará en desastre sí o sí. Entonces, si apoyo la idea, ¿por qué estoy en contra de la reforma? Muy sencillo, porque no va a servir absolutamente para nada.
Veamos, la idea es la siguiente: se mete este nuevo tema en la Constitución para evitar que un partido mayoritario, es decir PP o PSOE, que gane sin mayoría absoluta se pueda ver forzado por los nacionalistas a eliminar ese techo de gasto. Imagínense que Ciu gobierna en Cataluña, como pasa realmente, o el PNV en el País Vasco, lo que pasó hasta hace dos días, y que Rajoy o Rubalcaba ganan las elecciones y se quedan a poco de la absoluta. Si esos partidos nacionalistas quieren tener dinero querrían endeudar más a sus Comunidades Autónomas y podrían forzar al gobierno en minoría a eliminar ese techo a cambio de, por ejemplo, aprobar los Presupuestos Generales del Estado. Si la norma tiene rango de Constitución eso no podría pasar, ya que hace falta una mayoría que sólo la unión de PP y PSOE puede lograr hoy día.
En principio la idea parece fantástica, y no habría más que decir, pero hay un “pero”. Lo que se va a meter en la Constitución es que “por ley” se podrá fijar un techo de gasto. Eso quiere decir que no se pone un máximo al endeudamiento en la Constitución, sino que se remite esa cifra a una ley… y como ya habrán adivinado esa ley puede ser objeto del chantaje del que antes hablábamos. Si un partido minoritario tiene la llave del gobierno puede pedir que el techo de gasto en vez del 10% sea del 2.000% y listo, en la práctica desaparecería el problema para ellos.
Por eso no estoy de acuerdo con la reforma, porque no servirá absolutamente para nada. Sólo es una declaración de intenciones, sujeta a los vaivenes de la política de barrio en lugar de blindar un porcentaje razonable en una norma inalcanzable para los habituales chantajistas de nuestro escenario público. Para eso, sería igual que aprobaran una ley sobre el tema, que tendría el mismo efecto y sería igual de fácil de comprar a cambio de los votos necesarios para aferrarse a la poltrona a quien le toque.
De no arreglar nada, la Constitución mejor me la dejan tranquilita, que de abrir ese melón hay muchas cosas que reformar en ese texto como la sucesión en la Corona, las funciones de cada administración, o la elección del Tribunal Constitucional para que no sea un mero reflejo político del Congreso.
En este blog he defendido que tal vez sea hora, ya no de una reforma, sino de redactar una nueva Constitución. Pero siempre que ese esfuerzo sirva para algo, no para ser una componenda más para quedar bien con todo el mundo lo que, como todos sabemos, al final hace que no se arregle nada.
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