En este país que se pretende aconfesional sí hay una religión oficial, la de lo “correcto”. Hay una serie de mantras que se dan por hecho como válidos porque ni PSOE ni PP tienen la osadía de discutirlos, normalmente el primero como creador del principio inamovible y el segundo como becerril seguidor, no sea que se diga. Entre estas frases sagradas, que no se pueden tocar, mutar ni alterar de forma alguna, está la de que hay que proteger a toda cosa la “sanidad y la educación”, seguida de los “servicios sociales”. Creo que ya había hablado de esto en alguna ocasión, y aún a riesgo de repetirme un poco, le voy a dar una pasadita para luego centrarme en algo concreto.
Decir que cualquier sector es intocable es una estupidez. En todas partes se puede ahorrar, o reinvertir de otra manera al menos. Si, por ejemplo, en Galicia se estaban gastando cientos de millones de euros en unos medicamentos determinados habiendo el mismo pero más barato en el mercado reducir ese gasto no es “ir contra la sanidad”, sino racionalizar. De la misma manera, si en Lugo hemos reducido el número de centros de cuatro grandes hospitales (Xeral, Calde, San José y Castro) a dos (HULA y Calde) es obvio que eso supone una optimización de recursos, con lo que ese ahorro no perjudica al paciente, sino más bien al revés.
Pero aún podemos ir más allá. Cuando hablamos de “educación” todos pensamos en nuestros hijos, sobrinos e infantes en general. Los que dan las ruedas de prensa, que son muy listos, ya se encargan de enfocar el tema por ahí, y recordarnos lo de la calefacción del famoso colegio de Valencia o el desahucio del de Madrid, de reciente actualidad. Las universidades, por su parte, también reclaman fondos y más fondos para su sostenimiento. Tal vez todos estos colectivos tengan razón (si uno ve lo que cobra un catedrático de universidad le dan ganas de quitársela un poquito, pero bueno, vamos a darlo por bueno por aquello de que supuestamente son eminencias) pero cuando los sindicatos defienden la educación hay algo que no dicen pero incluyen en el lote: la “formación”.
Bajo el término de “formación” el común de los mortales entendemos que nos hablan de los cursillos. Cursillos de los sindicatos, cursillos del INEM, cursillos de la EGAP (Escuela Galega de Administración Pública), cursillos de empresas, cursillos de organizaciones patronales… Uno, que en su vida laboral ha sido cocinero antes que fraile y fue partícipe de alguno de esos cursos desde ambos lados de la tiza, no puede menos que poner en duda no sólo la financiación de estos “cursillos”, sino su utilidad.
No niego que haya cursos útiles, aunque a mi no me ha coincidido asistir a ninguno. Incluso los que yo mismo impartí parcialmente me parecían una pérdida de tiempo. Eran de comercial de seguros y tenías más horas de clase que para sacarse una oposición a notarías, y la gente que asistía lo hacía porque si no les quitaban las prestaciones por desempleo, con lo que prestaban escasa atención a una materia que, además de aburrida, tiene poca salida práctica. Yo tuve la suerte de dar la parte de informática y, al menos, ahí me hacían caso porque empezaba en serio el tema de Internet y eso siempre mola.
Pero la formación no es para tomársela a coña. Ni por las grandes oportunidades que se han perdido durante décadas en que se han despilfarrado muchos miles de millones de euros (no exagero nada de nada) en que nuestra población se aburra en aulas para escuchar cosas que normalmente ni les interesan ni se aprovecharon.
Si se fijan, cualquier organización sindical o empresarial pondrá el acento en la “formación” sacralizándola hasta niveles insospechados. Tal vez tenga algo que ver que se pague generosamente a los docentes con una muy jugosa comisión para la organización que monta el chiringuito, porque la mayoría son eso, chiringuitos. Además, si se fijan, no les valen soluciones de compromiso si no controlan el tema. Les voy a poner un ejemplo: la directiva de la Asociación de Hostelería está obsesionada con tener un centro propio de formación. Se les ofreció aprovechar las instalaciones e incluso el profesorado del instituto de Formación Profesional que está en Fontiñas (que tiene módulos de hostelería) pero eso no les vale, porque no lo controlan y no recibirían la pasta directamente. Es una cuestión de dinero, nada más.
Otro ejemplo: el Ayuntamiento de Lugo se gastó más de 1.100.000 euros en unos talleres para digitalizar el archivo municipal. No se sabe dónde están los archivos digitalizados (porque no los han puesto a disposición del público como prometían) ni se sabe a cuántas personas se ha “formado” ni si han encontrado trabajo usando un scanner en algún sitio tras el cursillo de rigor.
No se puede generalizar y asumo que hay trabajadores que asisten a cursos con aprovechamiento, profesores que imparten sus cursos con seriedad e incluso puede que organizaciones que no se lucren con este negocio (aunque esto último, francamente, lo dudo mucho, muchísimo) pero el sistema está totalmente corrompido desde hace mucho tiempo y creo que eso lo sabemos todos. Hay que acabar con la corrupción institucionalizada, el desvío de dinero público a “formación” que no forma, o al menos no de forma eficiente respecto al dinero invertido.
Sí se puede ahorrar en educación sin reducir la calidad: acaben con los sistemas de “cursillos de formación” y que los parados puedan asistir, de forma gratuita, a la formación profesional reglada, la seria, la oficial, la que tiene profesores de verdad, exámenes de verdad y donde se adquieren competencias de verdad. Gasten ese dinero en dignificar nuestra denostada F.P. y preparen auténticos profesionales. A corto plazo los sindicatos, organizaciones empresariales y probablemente algunas administraciones pondrán el grito en el cielo, pero a la larga la Sociedad, con mayúsculas, saldrá muy beneficiada.
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