viernes, 16 de enero de 2015

Ojalá exista un infierno

Hay días en que me considero una mala persona y hoy es uno de ellos.
Si hay algo espantoso en apariencia es el alegrarse de la muerte de alguien, y no puedo evitar sentir regocijo por la desaparición del terrorista Bolinaga. Y aún les digo más, soy peor persona porque mi satisfacción es menor por saber que se ha reído 856 días de todos nosotros, uno por uno, tras su excarcelación, aquel lejano 12 de septiembre de 2012, por un “fallecimiento inminente” que ha tardado más de dos años en suceder.

Hay monstruos en el mundo que sobran. Si les pongo ejemplos como Hitler o los terroristas que cometieron sus atentados en el 11S, el 11M o más recientemente en París creo que la discusión es difícil de sostener en mi contra. A pesar de que alguno me venga con que “todas las vidas son iguales”, como me dijeron hace poco en una tertulia de la SER (cosa del tertuliano, no de la cadena de radio que no tiene culpa de las tonterías que podamos decir algunos).

Para mí obviamente no lo son, porque no le deseo la muerte a nadie más que a quien la causa indiscriminadamente para obtener unos objetivos políticos, o en nombre de un dios que, si existe, espero que tenga reservado el peor de los castigos para esta gente.

856 días son muchos días. Muchísimos. 856 amaneceres más de los que vieron las víctimas de las que no se apiadó este cabrón. 856 desayunos, comidas y cenas que no pudieron compartir con sus familias. 856 “buenos días” que no pudieron dar a sus compañeros de trabajo, a sus hijos o a sus parejas. 856 días en que se ha demostrado que los familiares de sus víctimas son más personas que él, porque si a otros les pasara eso probablemente este señor no habría durado tanto en la calle, aunque luego los condenaran por lo que sea. Llámenle asesinato o justicia, como ustedes consideren.

La pena de muerte es otro tema. Muchos tenemos nuestras dudas, ya sea porque estamos en contra pero tenemos argumentos para apoyarla o estamos a favor con dudas sobre alguno de sus extremos. Yo soy de este último grupo, mal que me pese reconocer una vez más mi maldad.

Yo sí apoyaría la justicia de la pena de muerte para cierta gente sin la cual el mundo sería un lugar mejor, y mi única duda es el problema de lo definitivo de la medida. ¿Qué pasa si te equivocas? Porque hasta con pruebas y confesión incluida puede haber errores, que ya ha pasado, y ahí sí que no hay indemnización que valga.

Ahora bien, sacando ese problema, que es lo bastante grande como para no aplicar la pena de muerte, no tengo ni el más mínimo problema moral en sacarnos de encima a gente que se dedica a poner bombas, a matar indiscriminadamente con una escopeta desde una ventana, o a violar niños para luego asesinarlos. En este último caso puede que incluso aunque no los asesine.

Si la prisión fuera un lugar en el que se pagaran las penas aún podría replanteármelo, pero lo que nos cuentan es muy diferente. Que para mantener una “paz” interna hay cierta flexibilidad con muchas cosas que nos sorprenderían. Que en lugar de trabajar dentro de la prisión para ganarse su pan se toma como una especie de “residencia de vacaciones”. "¡Qué barbaridad!" dirá alguno, "si no tienen libertad para salir"... hombre es que sólo faltaba. Es una cárcel no Marina D'Or.

Ya sé que es muy duro lo que estoy escribiendo hoy, soy plenamente consciente, pero hay 856 razones que me indignan en este momento y que me hacen pensar así. Los 856 días de “inminencia” de la muerte de un asesino que no eran tan inminentes.

No puedo evitar pensar en lo que habrían dado las personas que perdieron a sus allegados a manos de este tío por tener una fracción de ese tiempo con ellos. Pero no ha podido ser porque él no contempló “razones humanitarias”. Simplemente apretó el gatillo. Y ha estado dos años y cuatro meses cachondeándose de todos.

Ojalá exista un infierno. Llevan 856 días esperando por él.

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