Aunque me considero razonablemente maniático (sí, soy consciente de la contradicción intrínseca que contiene la expresión) en cuanto a temas de papeleo y de custodia de billetes, entradas y demás, llevo dos incidencias de dos situaciones que me hacen pensar que aún tengo que ser más cuidadoso.
El jueves de la semana pasada fuimos a la cena templaria del castillo de Ponferrada, un evento al estilo del Arde Lucus (aunque a bastante distancia por ahora) pero en plan medieval, como es obvio. El escenario es incomparable: el castillo que corona el rio Sil a su paso por nuestra ciudad hermana tiene un encanto y una presencia que son perfectos para este tipo de eventos. Ir allí a hacer el ganso vestidos de época (comparten con Lugo el poner mala cara cuando alguien tiene la osadía de usar el término “disfraz”) es más divertido que en muchos otros sitios que no cuentan con torres almenadas, pendones (de los de tela, ya saben) y un fondo en que Charlton Heston podría blandir la espada del Cid sin llamar la atención.
Noche templaria - Foto de infobierzo |
Me llamó mucho la atención que al hacer la reserva de las entradas en la oficina de turismo (por email) me pedían nombre, apellidos y edades de los participantes y el DNI y datos de contacto del “jefe de la expedición”, como si fuéramos a escalar el Everest. Casi me pareció exagerado… hasta el momento en que a la puerta del castillo me di cuenta de que había perdido una entrada. Ya me veía comiendo un bocadillo mientras los demás iban a la cena y haciendo el indio por la ciudad vestido de Rey de bastos (no pregunten) porque todos los que estaban caracterizados entraban a la cena.
Pero ahí la gran virtud del exceso con las peticiones de datos: me pidieron el nombre y comprobaron en el listado que efectivamente había comprado la entrada, y como los asientos estaban asignados por grupos (otro acierto, para evitar que la gente deje “calvas” y se pierdan sitios) pude entrar sin problema alguno. Una excelente organización.
Mi segunda metedura de pata en poco tiempo fue cuando íbamos a coger el ALSA a Madrid. Como compré los billetes hace cuatro meses (no se asusten, es que así hay unas ofertas tremendas: para que se hagan a la idea, un Lugo-Madrid por 9,00 euros, que es menos de lo que te cuesta el peaje si vas en coche) di por sentada la hora de salida del autobús, de memoria, y no sé por qué se nos metió en los cuernos que era a las 14:30. Como somos precavidos llegamos a la estación a las 14:05… es decir, cinco minutos después de que saliera el bus.
Nuestra cara de idiotas debía ser digna de ver, y encima con la taquilla cerrada. Le preguntamos a un conductor de ALSA si había alguna opción y con una amabilidad digna de mención (si alguien de ALSA lee esto, era un tal Losada, conductor del bus Madrid-Ferrol) nos solucionó la papeleta y habló por teléfono con alguien para que nos permitieran subir al siguiente autobús, el de las tres de la tarde, con lo que nos salvó el día y el viaje.
Dos incidencias resueltas felizmente por la magnífica organización en el primer caso, y la amabilidad y eficacia de unas personas en el segundo, que son reseñables en este mundo en que estamos donde prima el “es culpa tuya”. Claro que lo era, en las dos situaciones, y no habría podido decir ni una palabra en contra de nadie si me hubiera quedado fuera del castillo de Ponferrada o tuviera que comprar otros billetes de autobús, porque en ambos casos quien metió la pata fui yo, pero oigan, no podía menos que agradecer a toda esta gente su profesionalidad, su amabilidad y su espíritu de “voy a ayudarte porque creo que es lo correcto”.
Felicidades, tanto al Ayuntamiento de Ponferrada como a la empresa ALSA. Así da gusto.
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