Creo en las encuestas cuando están de acuerdo con lo que yo pienso. Lo mismo nos pasa a todos pero quizás la mayoría es más prudente a la hora de reconocerlo. Sin embargo veremos que en un reconocimiento tácito de esta verdad universal (resumida en “vemos lo que queremos ver”), los mismos que hace unos meses se subían en los números del CIS para cacarear a los cuatro vientos que iban a gobernar (tic, tac, tic, tac…) ahora nos contarán la malvada manipulación de las cifras por parte de quienes tienen la sartén por el mango, la casta, la vieja política y bla bla bla.
En Podemos no están nerviosos, es que nunca han estado tranquilos. Empezaron con la euforia del crecimiento desaforado apoyado en los cinco eurodiputados con los que no contaban ni por apuesta, y todo fue bien hasta que en las andaluzas se encontraron con que un magnífico resultado se vio públicamente puesto en entredicho por la crueldad de las expectativas.
Mientras que Podemos sacó los mismos diputados que Anguita en su día (lo cual es muy comprensible porque el nicho de voto es el mismo, con algún aderezo más pero totalmente circunstancial), como en las encuestas les daban más pareció un fracaso. Mientras tanto, los de Naranjito (referencia que les ha venido al pelo) con seis parlamentarios menos salieron como si hubieran acariciado la mayoría absoluta.
Cataluña fue la continuación de esta tendencia. Un alza de Ciudadanos, a costa principalmente de los demás partidos nacionales (los ocho que perdió el PP más los cuatro del PSOE explican parcialmente los 16 incrementados a Ciudadanos) consolidó su protagonismo en esa Comunidad, tras varios años de papel secundario. También fue un clavo más en el ataúd de Podemos, que está viendo que es más fácil hacer campaña en las tertulias de la Sexta que en el mundo real, donde los juegos de intereses, incluso de sus propios correligionarios, lo ponen más complicado.
Hace ya tiempo que escribí que Pablo Iglesias había calculado mal los tiempos. Me reafirmo. Salió demasiado pronto y quien se está aprovechando de su trabajo es Albert Rivera, quien con mucha más inteligencia o suerte ha aparecido en el momento oportuno para erigirse en un centro extraño, ya que no se sitúa solamente entre izquierda y derecha, sino entre los “viejos partidos corruptos” y los “chalados de Podemos”. Ha aparecido como una figura mesurada y con una capacidad de comunicación mucho más plural que Pablo Iglesias, y le está ganando en su propio terreno, el de la tele, donde ni PP ni PSOE se atreven a poner el pie porque los machacan sin piedad.
Sin embargo parece que Ciudadanos está frenando, y tiene sentido. Han entrado en parlamentos autonómicos y en ayuntamientos. Están viendo, al igual que le pasó a Podemos en Europa, que es más fácil hablar que dar trigo y que criticar es positivo si se hace civilizadamente pero también que desde la barrera todos somos Manolete.
Gobernar desgasta. Estar en la oposición también si no se hace bien. Y el problema para estos grupos es que hay un efecto boomerang que se les puede volver en contra el 20 de diciembre.
Las patochadas de los nuevos gobernantes, similares a las patochadas de los anteriores, vienen a confirmar que el “todos son iguales” los incluye a ellos también y que nadie está libre de error, en contra de lo que nos venían vendiendo como un mantra machacón. No es tan fácil hablar en un pleno y mantener una coherencia cuando en miles de ayuntamientos hay miles de situaciones diferentes e incluso opuestas, y puestos a elegir, las encuestas parece que dicen que la mayoría de los ciudadanos tenderá a seguir eligiendo a los de siempre, como un mal menor.
Falta mes y medio para las elecciones y ahora toca escuchar los cantos de sirenas de unos y otros. La oposición sacará a Bárcenas y la corrupción, con toda la razón porque saben que es el punto débil de un PP que no supo o, lo que es peor, no quiso enfrentar ese problema con seriedad y profundidad. El gobierno, por su parte, venderá que hace cuatro años estábamos todos acojonados preparándonos para un rescate y un corralito que gracias a ellos no llegó.
En la balanza pesará más la situación personal de cada cual, y ahí es donde se verá cuán profunda es realmente la recuperación. Es el verdadero barómetro.
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