La casa derribada - Foto del gran Pepe Álvez |
De la justicia se suele decir que si es lenta no es justicia. También podemos decir que a veces no se percibe como tal porque tiene velocidades desiguales según sea la categoría social o el poderío económico del interesado. No ayuda demasiado tampoco la percepción de que en el juicio te irá según puedas pagarte un abogado corriente o uno de esos de campanillas que van con trajes de Armani y les tratan de Usted en los sitios caros.
Por ejemplo, ayer se procedió al derribo de la casa de unos pobres desgraciados (en el sentido literal, porque que te tiren tu casa es un concepto de desgracia como otra cualquiera) que seguro que lo hicieron mal cuando la construyeron donde no debían o siguiendo un procedimiento que no podían seguir, pero no tan mal como, por ejemplo, la construcción del Garañón, que sigue en pie a mayor gloria del constructor, la administración, y el concejal firmante de la licencia que creo recordar que fue el señor Besteiro, hoy día camarada Secretario General de los socialistas gallegos.
No se comprende que la justicia parezca tan rápida para las cosas pequeñas y tan lenta para las grandes, porque a mí, personalmente, me molesta más la mole que Orozco autorizó en el parque que la casita de estos señores en un terreno que la mayoría ni podríamos situar en el mapa, aunque nos digan la dirección y el código postal.
Es como que sancionen a los particulares por tener puertas de madera en el casco histórico de la ciudad de Lugo, cosa que aunque parezca increíble está prohibida por el PEPRI, y la multa nos llegue desde el Ayuntamiento de la ciudad, cuya puerta es… ¿lo adivinan? ¡Sí, han acertado, de madera! Así se escriben las normas.
Los españoles hemos perdido casi toda la fe que teníamos en los gobiernos de cualquier escala y color, y por supuesto en los parlamentos. La Corona, gracias al amigo Urdangarín y sus trapicheos, y a la querida del anterior Rey tampoco vive sus mejores momentos, a pesar de que parece que Felipe VI va recuperando terreno perdido. Nos quedaba el prestigio de la justicia pero también se diluye como un azucarillo en un vaso de agua caliente: vertiginosamente.
No es nada bueno. Todos necesitamos poder tener fe en algo: un partido, un Estado, unas normas, unas leyes… en algo que ponga “orden” en el caos que supone la sociedad anárquica, que se confunde demasiado habitualmente con la liberal. Nada que ver.
No me puedo solidarizar con los señores a los que les tiraron la casa porque no estoy seguro de que no tuvieran la culpa. Pero sí me uno a las voces que reclaman igualdad de trato para todos. Posiblemente esa casa tuviera que caer, pero no antes que el Garañón ni de que la administración cumpla su parte del trato: aplícate las normas a ti mismo y luego ya me lo exiges a mí.
Por ejemplo, ayer se procedió al derribo de la casa de unos pobres desgraciados (en el sentido literal, porque que te tiren tu casa es un concepto de desgracia como otra cualquiera) que seguro que lo hicieron mal cuando la construyeron donde no debían o siguiendo un procedimiento que no podían seguir, pero no tan mal como, por ejemplo, la construcción del Garañón, que sigue en pie a mayor gloria del constructor, la administración, y el concejal firmante de la licencia que creo recordar que fue el señor Besteiro, hoy día camarada Secretario General de los socialistas gallegos.
Torres del Garañón - Foto de La Voz de Galicia |
No se comprende que la justicia parezca tan rápida para las cosas pequeñas y tan lenta para las grandes, porque a mí, personalmente, me molesta más la mole que Orozco autorizó en el parque que la casita de estos señores en un terreno que la mayoría ni podríamos situar en el mapa, aunque nos digan la dirección y el código postal.
Es como que sancionen a los particulares por tener puertas de madera en el casco histórico de la ciudad de Lugo, cosa que aunque parezca increíble está prohibida por el PEPRI, y la multa nos llegue desde el Ayuntamiento de la ciudad, cuya puerta es… ¿lo adivinan? ¡Sí, han acertado, de madera! Así se escriben las normas.
Los españoles hemos perdido casi toda la fe que teníamos en los gobiernos de cualquier escala y color, y por supuesto en los parlamentos. La Corona, gracias al amigo Urdangarín y sus trapicheos, y a la querida del anterior Rey tampoco vive sus mejores momentos, a pesar de que parece que Felipe VI va recuperando terreno perdido. Nos quedaba el prestigio de la justicia pero también se diluye como un azucarillo en un vaso de agua caliente: vertiginosamente.
No es nada bueno. Todos necesitamos poder tener fe en algo: un partido, un Estado, unas normas, unas leyes… en algo que ponga “orden” en el caos que supone la sociedad anárquica, que se confunde demasiado habitualmente con la liberal. Nada que ver.
No me puedo solidarizar con los señores a los que les tiraron la casa porque no estoy seguro de que no tuvieran la culpa. Pero sí me uno a las voces que reclaman igualdad de trato para todos. Posiblemente esa casa tuviera que caer, pero no antes que el Garañón ni de que la administración cumpla su parte del trato: aplícate las normas a ti mismo y luego ya me lo exiges a mí.
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