La cafetería del MIHL, San Fernando, la cafetería de la Cárcel y la fábrica de la luz. Cuatro ejemplos obvios de intentos de escurrir el bulto y largar el problema a otra administración o empresa. |
Antes eran más discretos a la hora de intentar librarse de los marrones. Me refiero a las administraciones, claro. Hay dos formas fundamentales de escurrir el bulto cuando no se sabe qué hacer con algo, ya sea un servicio, un edificio o cualquier otro bien público. La primera es intentar colocárselo a una empresa, mediante una “adjudicación” que puede ser más o menos golosa o un auténtico disparate. La segunda es echarle el muerto a otra administración a ver si cuela. Por supuesto hay muchas más formas de librarse de asuntos peliagudos, como por ejemplo hundirlos en caso de que hablemos de un catamarán con el que no sabes qué hacer, pero mayoritariamente se tira de una de las dos expuestas inicialmente porque es mucho más peliagudo conseguir hundir un edificio entero, aunque mejor no demos ideas.
Lo de las adjudicaciones tiene su aquel. Si el negocio es bueno se acusará a la administración de buscar el lucro privado y si no lo es nadie querrá pujar (por supuesto ninguno de los mencionados acusadores del lucro se animará, que son muy generosos siempre que el dinero no salga de su propio bolsillo, claro está). Si quien gobierna es un partido de izquierdas debería ser una fórmula poco usada, ya que se supone que creen en la gestión pública a pesar de que en Lugo encontrar un servicio gestionado directamente por la administración no es como toparse con un unicornio pero sí como ver el rayo verde, que existe pero no hay quien lo pille.
Nuestra ciudad no se caracteriza precisamente por hacer buenos negocios con sus adjudicaciones. Por ejemplo nos gastamos una fortuna en arreglar la vieja fábrica de la luz y se le da a una empresa por un alquiler de 450 euros mensuales. Por ese precio la cogía yo, que hasta como almacén sale rentable. Bueno, y encima la cosa sale rana y nos va a costar una millonada indemnizar a la empresa. Ya ni hablamos de las fracasadas “inversiones” en la disparatada cafetería de la Vieja Cárcel, que no debería ni existir (es muy mona pero tapa el edificio). Un dineral gastado en construirla y lleva tres años vacía porque nadie la quiere coger, y no es de extrañar vistas las condiciones. Tampoco se ha conseguido un primo que pique y gestione la cafetería del MIHL, que ya ni se intenta colocar porque con la gente que pasa por allí un bar tiene menos futuro que una tienda espejos en el pueblo de Drácula.
A la vista de la sucesión de fracasos se ve que el Ayuntamiento le ha cogido alergia a sacar concursos, y en Lugo tenemos una terrorífica lista de servicios cuyos contratos de concesión están más que caducados (algunos llevan así lustros) y las denuncias de la oposición no hacen mella, porque se vive mejor sin trabajar excesivamente, que saca arrugas.
Las privatizaciones desastrosas no son patrimonio de la corporación municipal únicamente. También tenemos casos como el que les conté el otro día, el de Augasmestas, un absurdo que podría ser centro del guión de una nueva película de la Escopeta Nacional.
Pero hoy está más de actualidad la otra fórmula, la de endilgar el tema a otra administración.
Lo hizo ya en su día la Diputación, que se puso a construir residencias para la tercera edad como una enajenada y después le quiso pasar el tema a la Xunta. Lo pretende hacer la Xunta haciendo un trágala inaceptable al Ayuntamiento y al Estado con la ocurrencia, a estas alturas, de volver a empezar de cero con San Fernando y convertirlo en un Parador (una década después de contarnos lo fundamental que era el Museo de la Romanización que iban a hacer allí). La administración autonómica propone, para un edificio que no es suyo, una instalación que tampoco gestionan ellos. Así también propongo yo. Y también lo ha hecho esta mañana el Ayuntamiento proponiendo que la Xunta asuma sus guarderías, que se ve que le dan mucho chollo… Así hasta el infinito.
El problema de base es el mismo: la diarrea constructiva de nuestros próceres. Les encanta el ladrillo, edificar… con esa megalomanía que esconde traumas más o menos obvios y que da trabajo a las fábricas de placas de “siendo Fulanito un tío importantísimo se inauguró este mamotreto”. Se ponen a proyectar a lo loco sin pensar que no solo se trata de levantar edificios, sino de mantenerlos, hipotecando el futuro de su mandato y de los que vengan.
No es razonable, ni ecológico, ni económico ni aceptable. Eso de que una administración se ponga a hacer cosas que no son suyas para después reclamar a otros que lo mantengan no puede continuar. El truco es hacer edificios resultones: auditorios, guarderías, residencias, colegios… todo muy necesario, muy social y muy útil… pero que cuando te llegan los recibos de la luz, el agua, la calefacción y el personal quieres abandonar. Y no es tan sencillo.
Pues nada, sigamos para bingo. Construyamos más cosas: más barrios innecesarios, más viviendas en una ciudad con un 20% vacías, más bañeras colectivas de agua del grifo calentada, más edificios que intentaremos endilgar a otros… más gasto, más ladrillo, ¡más, más, más!… Hasta que un día esto parta por la base.
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