miércoles, 30 de septiembre de 2015

Las subvenciones como abono de voluntades

Siempre he estado contra las subvenciones. Lo he escrito en este blog en reiteradas ocasiones, pero si insisto es porque el día a día me pone en bandeja nuevos ejemplos de lo importante que es concienciar a la gente de lo dañino de que los recursos públicos se desvíen a chorradas que no valen absolutamente para nada.

Cuando afrontamos un tema existen dos posibilidades: o es relevante o no lo es. Lógica pura. Si es relevante, como por ejemplo la construcción de una carretera, el tratamiento de un enfermo o la educación de un hijo, lo suyo es que el Estado ponga los medios adecuados y asuma esa función. No exclusivamente, por supuesto, pero sí con la intención de poder atender las necesidades de la población. Si el tema no es relevante, como por ejemplo la cría de cachorros de Golden Retriever, lo suyo es que la función la ejerza quien tiene las ganas, el interés… y los medios.

Aunque esto parece de sentido común luego vienen las cuestiones intermedias: ¿Qué pasa con los colegios y los hospitales privados? ¿Es lógico que se subvencionen? Pues creo que sí, siempre y cuando le interese al Estado. Me explico: si un grupo de personas quieren montar un colegio o un hospital privado están en su derecho siempre que cumplan los estándares que marcan las normas. Si ese colegio o ese hospital conviene al Estado porque se pone en un sitio con demanda y sale más barato echar una mano a esos particulares que montar un centro público tiene cierta lógica la subvención, pero única y exclusivamente desde ese punto de vista. También considero lícitas las ayudas, por ejemplo, para iniciar una actividad económica, ya que aunque hay un lucro privado el conjunto de la sociedad se beneficia.

Es decir, en mi opinión la subvención es una herramienta que la administración tiene para completar su función a través de incentivos a la iniciativa privada. 

Comida que pagamos todos. Foto de La Voz de Galicia
Pero ahora me gustaría que alguien me explique qué función social, pública o colectiva cumple que el “Día del Vecino” el menú costase 2 euros por persona. No me he comido ningún número ni me he equivocado, han leído bien: 2 euros por comensal. ¿Cuánto costó realmente el menú? Vamos a ponernos a tirar por lo bajo, digamos que 10 euros, que no me parece mucho porque moverse hasta la Feria y desplazar cocinas y de todo es costoso. ¿Quién ha pagado los otros 24.000 euros? Si fueron 3.000 personas y la diferencia es de unos 8 euros…

Casualmente se “premió” con distinciones varias a diversos cargos políticos, como los que otorgaban generosas ayudas a colectivos varios. Triangulen ustedes que a mí me da pereza.

Anuncios a página completa con entrevistas, o publicitando asociaciones, comilonas, viajes, cuchipandas… en eso se gastan las disparatadas subvenciones y ayudas públicas mientras se siguen rateando pensiones o medicamentos. ¿En qué clase de sociedad vivimos?

Las subvenciones se usan como abono de voluntades, y lo de la palabra "abono" ha sido totalmente intencionada. Que la administración colabore con las asociaciones es correcto, que les facilite su labor también, que no impida su normal desarrollo es de sentido común... pero que las intenten comprar es otra cosa, y peor aún es que lo consiguen habitualmente. Una vergüenza.

Y luego me dicen que los recortes han sido dramáticos. No, señores míos, han sido escasos, escasísimos, o no los han hecho donde debieran. O las dos cosas.

1 comentario:

  1. que razon tienes luis,pero todo está com pensando,yo te doy y tú me das.

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