Hoy reproduzco el texto leído en el homenaje a Miluca Real y Luis Latorre del Verruga en la cena homenaje que tuvo ayer en La Palloza.
Aprovecho para dar las gracias a Daniel Romay, José Luis Puga y José Rodríguez (Pepe de La Barra) por su generosidad al organizar este evento, a las autoridades y amigos por acompañarlos y a Ramiro, de La Palloza, por abrir para este acto un día de descanso, que solo los que tenemos vinculación con la hostelería sabemos lo que implica.
¡Gracias a todos!
Señora Alcaldesa de Lugo
Señora Delegada en Lugo de la Xunta de Galicia
Señor Subdelegado del Gobierno
Señor Diputado Provincial
Señora Delegada en Lugo de la Xunta de Galicia
Señor Subdelegado del Gobierno
Señor Diputado Provincial
Señor Presidente de la Asociación Provincial de Empresarios de Hotelería
Señora Jefa de Servicio de Turismo de Lugo
Señor Concejal del Ayuntamiento de Lugo
Queridos amigos:
Los que hoy nos hemos reunido lo hemos hecho para ofrecerles un sencillo pero sincero homenaje a Luis y Miluca, Miluca y Luis, tras toda una vida dedicada al mundo de la hostelería en el Verruga, un local que ya forma parte de nuestros buenos recuerdos y que han dirigido durante décadas con tanto acierto.
Lo único malo del día de hoy es no poder compartir este homenaje con Don Cándido y Doña Emilia, fundadores del Verruga y maestros en muchos sentidos de la palabra, tanto en lo profesional como en lo personal.
Hablar del Verruga es hablar de una familia que comenzó poniendo tazas de vino en un humilde local, con el suelo de tierra batida, y que poco a poco logró ir creciendo en fama y prestigio gracias al buen hacer de Emilia en la cocina y de Cándido fuera de ella. No se habría logrado nada sin uno ni sin el otro, y lo mismo pasa con Luis y Miluca, son un equipo que se complementa y que juntos ha logrado lo que parecía imposible: mejorar el legado de Cándido y Emilia.
Si a Miluca le vino la profesión como continuación de la de sus padres, como algo natural, a Luis le tocó meterse conscientemente en este mundo tras casarse con ella. ¡Quién le iba a decir a aquel chaval que se crio entre las bicicletas de Hijos de Félix Latorre que iba a dedicarse a algo tan diferente!
Muchos sabréis que Luis fue árbitro de baloncesto, profesión que tanto le gustaba y que tuvo que abandonar por una lesión. Lo que no sabréis tanto es que también sacó el número 2 de toda Galicia en las oposiciones que de aquella había para entrar a trabajar en Caixa Galicia. A esto renunció voluntariamente para ayudar en el taller de bicicletas de su familia, un sacrificio que nunca volvió a mencionar.
Al casarse con Miluca se fue vinculando al Verruga y acabaron entrando a trabajar primero y a dirigir después un negocio que, como el de todos los que nos dedicamos a esto, marcaría para siempre nuestras vidas. En el caso de Luis, persona concienzuda, supuso replantear muchas de las cosas que se daban por sentado. Se cogió el coche y se fue por toda Galicia a buscar proveedores: percebeiros, cazadores, mariscadoras, pescadores… y cambió las formas de trabajar de un negocio que ya eran costumbres casi indiscutibles. Él las discutió y mejoró la materia prima del Verruga, algo que parecía imposible.
Cuarenta años metido entre las cuatro paredes del Verruga, casi literalmente, es algo más que una profesión, es una dedicación casi digna de un monasterio. Luis ha sido durante cuatro décadas la roca sobre la que se asentó la permanencia del local, y eso es mucho decir en un restaurante que cerró sus puertas tras más de 64 años de honroso servicio.
En cuanto a Miluca, mamó la profesión casi literalmente. Tenía seis meses cuando Emilia firmó el contrato del Verruga y se encerró a trabajar allí. Como no podía ser de otra forma, vivió su infancia entre barricas y jugando en la calle de la Cruz, divirtiéndose como solo Miluca es capaz de hacer allá a donde va, con la ventaja de que su alegría es contagiosa.
Puede que sea por eso, porque lo vivió desde niña, no es totalmente consciente del don que tiene para la cocina. Le parece algo tan sencillo y evidente que lo considera natural, y eso hace que sea incapaz de darte una receta con cantidades, porque cuando le pides que te concrete a cuánto aceite se refiere con “un poco de aceite” solo sabe contestarte “¡un poco, un poco!, ¿cuánto va a ser? Pues eso, ¡un poco!”.
Miluca siempre fue consciente de lo que suponía meterse a trabajar en el Verruga y a qué renunciaba, y por eso mientras estuvo en activo aprovechaba cada segundo de su tiempo libre para estar con su familia y vivir una vida que la hostelería intentó negarle, sin conseguirlo. Ahora que están los dos jubilados sabe todavía mejor a qué renunció durante tantos años y valora como nada la tranquilidad de las cosas sencillas: comer en casa tranquilamente, dar un paseo y salir con Luis a tomar unos vinos sin presiones. Lo que mucha gente da por sentado erróneamente son hoy placeres que disfruta a lo grande.
Luis y Miluca son un ejemplo de una vida de trabajo, esfuerzo pero también de intentar combinar dos mundos tan difíciles de encajar como el de la vida personal y la hostelería. Nunca fueron ambiciosos, e igual que Cándido y Emilia jamás pretendieron abarcar más de lo que sí podían apretar pero no querían apretar.
¿Por qué el Verruga nunca tuvo un salón de banquetes? Pues precisamente por eso, porque valoraban más su propio tiempo que amasar un dinero que no podría comprarles la libertad relativa de la que disfrutaron.
Para los que trabajamos en el Verruga, sobre todo en décadas ya lejanas, fueron más compañeros que otra cosa. Don Cándido y Doña Emilia eran los jefes y los demás trabajábamos codo con codo en un mundo muy diferente del de hoy, seguramente en un mundo mucho más sano, donde había más compañerismo y la vida se tomaba con otra alegría a pesar de que los medios eran menos.
Hoy ya nadie va a la “caza del Cocerello”, ni se envía a los novatos a buscar “la piedra de afilar la aguja de quitar los ojos a las angulas”. Bromas inocentes que se gastaban y que hacían que no fuéramos solo compañeros de trabajo sino amigos, con amistades que duran hasta hoy y seguirán por siempre.
Quizás hoy nos tomamos las cosas demasiado en serio. No serían imaginables situaciones como aquella en que se estropeó el extractor de la cocina del Verruga y el comedor se llenó de humo. Unos extranjeros se asomaron y le preguntaron a Don Cándido si aquello era normal, y automáticamente el jefe les contestó que sí, que era algo de los restaurantes tradicionales. “¡Típico, típico!”, les dijo “Típico de los restaurantes buenos, si no ven humo, ¡no entren!”.
Eran tiempos más inocentes, donde se reaccionaba de otra manera. Un camarero le tiró por encima un café a un cliente. Tras pedirle disculpas le trajo otro inmediatamente. Cuando el señor pidió la cuenta el compañero, muy atento, le dijo discretamente “Don Fulano, el café que le tiré por encima no se lo cobramos”… “¡Pues qué detalle, hombre”!.
Son pequeñas cosas que fueron pasando estos años y que solo una vez amenazaron con llegar a mayores, con aquel señor que se dirigió a Doña Emilia y le preguntó "Buenos días, ¿aquí dan de comer?", y claro la jefa le contestó que sí, pero que tenía que esperar un rato.
Tras la comida, el hombre empezó a hablar con uno de los camareros y, levantándose, le dijo "Bueno, me voy al fútbol", a lo que el camarero contestó "pues ahora mismo le traigo la nota". "Ah, no, que a mí me invitó la señora"... "¿Cómo que yo le invité?"... "Yo le pregunté si me daba de comer y usted me dijo que sí"...
Lógicamente se armó, y desde aquella cada vez que alguien preguntaba en el Verruga sin daban de comer, le respondían con una sonrisa "¡no, vendemos!".
Son muchos los recuerdos de un local en que se formaron algunos de los grandes profesionales que hoy tienen sus propios restaurantes. Una época que tal vez no fuera mejor pero sin duda sí más sencilla, y probablemente más noble. Unos años en que la palabra y un apretón de manos valían más que un acta notarial de hoy día.
A toda esa historia, en la que son protagonistas Luis y Miluca, queremos también rendirle hoy un homenaje. A una familia que siempre hizo que nos sintiéramos queridos, incluso cuando Don Cándido echaba una de esas broncas que se le pasaban al segundo… Gente sana, que acogió de nuevo en el Verruga a compañeros que se marcharon y regresaron después, como el inolvidable Suso Cendán o Arturo. Esas cosas no se olvidan.
Hoy los amigos de Luis y Miluca estamos aquí para decirles que siempre serán parte de nuestras vidas y que ahora comienzan una etapa en que podrán vivir la vida que siempre quisieron.
Felicidades y enhorabuena a los dos.
Señora Jefa de Servicio de Turismo de Lugo
Señor Concejal del Ayuntamiento de Lugo
Queridos amigos:
Los que hoy nos hemos reunido lo hemos hecho para ofrecerles un sencillo pero sincero homenaje a Luis y Miluca, Miluca y Luis, tras toda una vida dedicada al mundo de la hostelería en el Verruga, un local que ya forma parte de nuestros buenos recuerdos y que han dirigido durante décadas con tanto acierto.
Lo único malo del día de hoy es no poder compartir este homenaje con Don Cándido y Doña Emilia, fundadores del Verruga y maestros en muchos sentidos de la palabra, tanto en lo profesional como en lo personal.
Hablar del Verruga es hablar de una familia que comenzó poniendo tazas de vino en un humilde local, con el suelo de tierra batida, y que poco a poco logró ir creciendo en fama y prestigio gracias al buen hacer de Emilia en la cocina y de Cándido fuera de ella. No se habría logrado nada sin uno ni sin el otro, y lo mismo pasa con Luis y Miluca, son un equipo que se complementa y que juntos ha logrado lo que parecía imposible: mejorar el legado de Cándido y Emilia.
Si a Miluca le vino la profesión como continuación de la de sus padres, como algo natural, a Luis le tocó meterse conscientemente en este mundo tras casarse con ella. ¡Quién le iba a decir a aquel chaval que se crio entre las bicicletas de Hijos de Félix Latorre que iba a dedicarse a algo tan diferente!
Muchos sabréis que Luis fue árbitro de baloncesto, profesión que tanto le gustaba y que tuvo que abandonar por una lesión. Lo que no sabréis tanto es que también sacó el número 2 de toda Galicia en las oposiciones que de aquella había para entrar a trabajar en Caixa Galicia. A esto renunció voluntariamente para ayudar en el taller de bicicletas de su familia, un sacrificio que nunca volvió a mencionar.
Al casarse con Miluca se fue vinculando al Verruga y acabaron entrando a trabajar primero y a dirigir después un negocio que, como el de todos los que nos dedicamos a esto, marcaría para siempre nuestras vidas. En el caso de Luis, persona concienzuda, supuso replantear muchas de las cosas que se daban por sentado. Se cogió el coche y se fue por toda Galicia a buscar proveedores: percebeiros, cazadores, mariscadoras, pescadores… y cambió las formas de trabajar de un negocio que ya eran costumbres casi indiscutibles. Él las discutió y mejoró la materia prima del Verruga, algo que parecía imposible.
Cuarenta años metido entre las cuatro paredes del Verruga, casi literalmente, es algo más que una profesión, es una dedicación casi digna de un monasterio. Luis ha sido durante cuatro décadas la roca sobre la que se asentó la permanencia del local, y eso es mucho decir en un restaurante que cerró sus puertas tras más de 64 años de honroso servicio.
En cuanto a Miluca, mamó la profesión casi literalmente. Tenía seis meses cuando Emilia firmó el contrato del Verruga y se encerró a trabajar allí. Como no podía ser de otra forma, vivió su infancia entre barricas y jugando en la calle de la Cruz, divirtiéndose como solo Miluca es capaz de hacer allá a donde va, con la ventaja de que su alegría es contagiosa.
Puede que sea por eso, porque lo vivió desde niña, no es totalmente consciente del don que tiene para la cocina. Le parece algo tan sencillo y evidente que lo considera natural, y eso hace que sea incapaz de darte una receta con cantidades, porque cuando le pides que te concrete a cuánto aceite se refiere con “un poco de aceite” solo sabe contestarte “¡un poco, un poco!, ¿cuánto va a ser? Pues eso, ¡un poco!”.
Miluca siempre fue consciente de lo que suponía meterse a trabajar en el Verruga y a qué renunciaba, y por eso mientras estuvo en activo aprovechaba cada segundo de su tiempo libre para estar con su familia y vivir una vida que la hostelería intentó negarle, sin conseguirlo. Ahora que están los dos jubilados sabe todavía mejor a qué renunció durante tantos años y valora como nada la tranquilidad de las cosas sencillas: comer en casa tranquilamente, dar un paseo y salir con Luis a tomar unos vinos sin presiones. Lo que mucha gente da por sentado erróneamente son hoy placeres que disfruta a lo grande.
Luis y Miluca son un ejemplo de una vida de trabajo, esfuerzo pero también de intentar combinar dos mundos tan difíciles de encajar como el de la vida personal y la hostelería. Nunca fueron ambiciosos, e igual que Cándido y Emilia jamás pretendieron abarcar más de lo que sí podían apretar pero no querían apretar.
¿Por qué el Verruga nunca tuvo un salón de banquetes? Pues precisamente por eso, porque valoraban más su propio tiempo que amasar un dinero que no podría comprarles la libertad relativa de la que disfrutaron.
Para los que trabajamos en el Verruga, sobre todo en décadas ya lejanas, fueron más compañeros que otra cosa. Don Cándido y Doña Emilia eran los jefes y los demás trabajábamos codo con codo en un mundo muy diferente del de hoy, seguramente en un mundo mucho más sano, donde había más compañerismo y la vida se tomaba con otra alegría a pesar de que los medios eran menos.
Hoy ya nadie va a la “caza del Cocerello”, ni se envía a los novatos a buscar “la piedra de afilar la aguja de quitar los ojos a las angulas”. Bromas inocentes que se gastaban y que hacían que no fuéramos solo compañeros de trabajo sino amigos, con amistades que duran hasta hoy y seguirán por siempre.
Quizás hoy nos tomamos las cosas demasiado en serio. No serían imaginables situaciones como aquella en que se estropeó el extractor de la cocina del Verruga y el comedor se llenó de humo. Unos extranjeros se asomaron y le preguntaron a Don Cándido si aquello era normal, y automáticamente el jefe les contestó que sí, que era algo de los restaurantes tradicionales. “¡Típico, típico!”, les dijo “Típico de los restaurantes buenos, si no ven humo, ¡no entren!”.
Eran tiempos más inocentes, donde se reaccionaba de otra manera. Un camarero le tiró por encima un café a un cliente. Tras pedirle disculpas le trajo otro inmediatamente. Cuando el señor pidió la cuenta el compañero, muy atento, le dijo discretamente “Don Fulano, el café que le tiré por encima no se lo cobramos”… “¡Pues qué detalle, hombre”!.
Son pequeñas cosas que fueron pasando estos años y que solo una vez amenazaron con llegar a mayores, con aquel señor que se dirigió a Doña Emilia y le preguntó "Buenos días, ¿aquí dan de comer?", y claro la jefa le contestó que sí, pero que tenía que esperar un rato.
Tras la comida, el hombre empezó a hablar con uno de los camareros y, levantándose, le dijo "Bueno, me voy al fútbol", a lo que el camarero contestó "pues ahora mismo le traigo la nota". "Ah, no, que a mí me invitó la señora"... "¿Cómo que yo le invité?"... "Yo le pregunté si me daba de comer y usted me dijo que sí"...
Lógicamente se armó, y desde aquella cada vez que alguien preguntaba en el Verruga sin daban de comer, le respondían con una sonrisa "¡no, vendemos!".
Son muchos los recuerdos de un local en que se formaron algunos de los grandes profesionales que hoy tienen sus propios restaurantes. Una época que tal vez no fuera mejor pero sin duda sí más sencilla, y probablemente más noble. Unos años en que la palabra y un apretón de manos valían más que un acta notarial de hoy día.
A toda esa historia, en la que son protagonistas Luis y Miluca, queremos también rendirle hoy un homenaje. A una familia que siempre hizo que nos sintiéramos queridos, incluso cuando Don Cándido echaba una de esas broncas que se le pasaban al segundo… Gente sana, que acogió de nuevo en el Verruga a compañeros que se marcharon y regresaron después, como el inolvidable Suso Cendán o Arturo. Esas cosas no se olvidan.
Hoy los amigos de Luis y Miluca estamos aquí para decirles que siempre serán parte de nuestras vidas y que ahora comienzan una etapa en que podrán vivir la vida que siempre quisieron.
Felicidades y enhorabuena a los dos.
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