Como era de esperar, el Oscar a mejor actor masculino ha sido para Leonardo DiCaprio, por “El Renacido”, una película de las que podríamos denominar “lamprea”, porque es de esas que o te apasionan o las aborreces. Mi caso es el segundo.
Casi tres horas de impresionantes paisajes y una fotografía estupenda para contar una historia no solo inverosímil sino directamente fantástica en que un tipo al que dan por muerto y dejan medio enterrado con el cuerpo lleno de heridas profundas, la cabeza medio abierta y un tobillo aparentemente roto que luego se va curando milagrosamente. La parte de los paisajes, que como les decía es una cosa impresionante, es lo único salvable de una cinta que cuenta en dos horas y media largas lo que podía decir con la gorra en 90 minutos, y aun así sobrarían unos cuantos.
El Oscar de DiCaprio me parece el pago de una vieja deuda que tenían con él, y que se lo han dado porque “le iba tocando”, cosa llamativa porque hay actores como Cary Grant, Peter O’Toole, Orson Welles, Albert Finney, Edward Norton o Johny Depp que nunca lo recibieron. Se ve que caer bien en la industria es importante, y casos como el citado de Welles son un ejemplo de lo bien que puedes hacer tu oficio sin que te lo reconozcan porque eres un apestado para la profesión.
El tema de los premios es como es. Hoy día un montón de gente se fía de los galardones como si eso fuera realmente importante. Les puedo hablar de un mundo que conozco razonablemente bien y que es el de la hostelería. Ahí hay dos tipos de premios: los que se pueden comprar y los de verdad. Los segundos escasean, y hay alguno muy conocido como las famosas Estrellas Michelín que no son objeto de mercadeo, al menos tan directo como los otros. Sí es cierto que suelen ser premios sesgados hacia un tipo de gastronomía, pero eso ya lo sabemos todos. Ningún restaurante “tradicional” ha recibido una Estrella Michelín que yo sepa, porque lo de no poner “espuma de nitrógeno sobre cama de kiwi al eneldo” no queda guay en la guía.
Los premios “que se compran” funcionan como sigue: una entidad, normalmente una empresa “de comunicación”, crea los premios “algarrobo de oro” y, tras consultar cuatro o cinco guías de restaurantes, hace un envío de cartas a los que aparecen varias veces en ese profundo análisis. La carta viene a decir más o menos algo como “Felicidades. Su restaurante ha sido seleccionado como ganador del premio algarrobo de oro 2016. Este premio, otorgado por la prestigiosa empresa de comunicación TeloVendo, se entregará durante una gala que tendrá lugar el próximo día 10 de noviembre en el Gran Hotel de La Toja. Si desean confirmar su asistencia solamente tendrán que abonar unos gastos de representación de 2.500 euros”. Por supuesto también habría las categorías de “algarrobo de plata” y “algarrobo de bronce” que salen algo más baratos.
El orgulloso ganador, tras aflojar la pasta, colaborará en la pesca del siguiente incauto mediante la exposición de la estatuilla de rigor, una cosa de cerámica preferiblemente barnizada con algo que recuerde al oro.
Lo de DiCaprio obviamente no funciona así. Eso se parece más a Eurovisión, donde todos damos por sentado que tales países “se votan entre ellos”, lo que nos perjudica porque estamos en una esquinita y encima nos llevamos regular con algunos vecinos. El mismo argumento por el que asumimos que Letonia le dará los 12 puntos a Rusia se torna en explicación de que Francia no nos dé a nosotros ni uno. Cosas que pasan.
Las familias de Holliwood funcionan así. Los votos se dan no solo por la calidad de las cintas sino por las simpatías o antipatías de cada cual. Al menos es la única explicación que le veo a que hayan premiado esto. Al menos no le han dado el de mejor película a ese coñazo.
Casi tres horas de impresionantes paisajes y una fotografía estupenda para contar una historia no solo inverosímil sino directamente fantástica en que un tipo al que dan por muerto y dejan medio enterrado con el cuerpo lleno de heridas profundas, la cabeza medio abierta y un tobillo aparentemente roto que luego se va curando milagrosamente. La parte de los paisajes, que como les decía es una cosa impresionante, es lo único salvable de una cinta que cuenta en dos horas y media largas lo que podía decir con la gorra en 90 minutos, y aun así sobrarían unos cuantos.
El Oscar de DiCaprio me parece el pago de una vieja deuda que tenían con él, y que se lo han dado porque “le iba tocando”, cosa llamativa porque hay actores como Cary Grant, Peter O’Toole, Orson Welles, Albert Finney, Edward Norton o Johny Depp que nunca lo recibieron. Se ve que caer bien en la industria es importante, y casos como el citado de Welles son un ejemplo de lo bien que puedes hacer tu oficio sin que te lo reconozcan porque eres un apestado para la profesión.
El tema de los premios es como es. Hoy día un montón de gente se fía de los galardones como si eso fuera realmente importante. Les puedo hablar de un mundo que conozco razonablemente bien y que es el de la hostelería. Ahí hay dos tipos de premios: los que se pueden comprar y los de verdad. Los segundos escasean, y hay alguno muy conocido como las famosas Estrellas Michelín que no son objeto de mercadeo, al menos tan directo como los otros. Sí es cierto que suelen ser premios sesgados hacia un tipo de gastronomía, pero eso ya lo sabemos todos. Ningún restaurante “tradicional” ha recibido una Estrella Michelín que yo sepa, porque lo de no poner “espuma de nitrógeno sobre cama de kiwi al eneldo” no queda guay en la guía.
Los premios “que se compran” funcionan como sigue: una entidad, normalmente una empresa “de comunicación”, crea los premios “algarrobo de oro” y, tras consultar cuatro o cinco guías de restaurantes, hace un envío de cartas a los que aparecen varias veces en ese profundo análisis. La carta viene a decir más o menos algo como “Felicidades. Su restaurante ha sido seleccionado como ganador del premio algarrobo de oro 2016. Este premio, otorgado por la prestigiosa empresa de comunicación TeloVendo, se entregará durante una gala que tendrá lugar el próximo día 10 de noviembre en el Gran Hotel de La Toja. Si desean confirmar su asistencia solamente tendrán que abonar unos gastos de representación de 2.500 euros”. Por supuesto también habría las categorías de “algarrobo de plata” y “algarrobo de bronce” que salen algo más baratos.
El orgulloso ganador, tras aflojar la pasta, colaborará en la pesca del siguiente incauto mediante la exposición de la estatuilla de rigor, una cosa de cerámica preferiblemente barnizada con algo que recuerde al oro.
Lo de DiCaprio obviamente no funciona así. Eso se parece más a Eurovisión, donde todos damos por sentado que tales países “se votan entre ellos”, lo que nos perjudica porque estamos en una esquinita y encima nos llevamos regular con algunos vecinos. El mismo argumento por el que asumimos que Letonia le dará los 12 puntos a Rusia se torna en explicación de que Francia no nos dé a nosotros ni uno. Cosas que pasan.
Las familias de Holliwood funcionan así. Los votos se dan no solo por la calidad de las cintas sino por las simpatías o antipatías de cada cual. Al menos es la única explicación que le veo a que hayan premiado esto. Al menos no le han dado el de mejor película a ese coñazo.
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