jueves, 10 de agosto de 2017

¿Queremos que Lugo se convierta en Benidorm?

Se puede entender lo molesto del tema pero las pintadas son excesivas, claramente.


A los muchos términos que la prensa acuña día sí y día también para denominar nuevos fenómenos (o no tan nuevos) se ha unido uno nuevo: “turismofobia”. Las campañas que ciertas personas están orquestando contra empresas que alquilan coches, instalan empresas de uno de los sectores más productivos de España o incluso contra los propios turistas han puesto sobre la mesa un debate que, seamos sinceros, no es necesariamente malo, aunque sí lo son los extremismos.

Durante sesenta y cinco años mi familia regentó un conocido restaurante (nota publicitaria: si quieren saber las recetas del Verruga hagan clic a la derecha de este artículo, donde sale el tema del libro, y lo tienen en su casa incluso dedicado y sin gastos de envío) que se nutría de clientes locales y también de turistas. Hubo muchas personas que venían año tras año como una tradición más, clientes para los que el Verruga era una visita obligada. Con esto quiero decir que no tengo nada contra el turismo, ni mucho menos. Sin embargo sí reconozco que creo que se nos está yendo de las manos.

Hubo un tiempo en que esta playa estaba vacía
Según la pesca excesiva esquilma nuestros mares y las talas descontroladas destruyen el Amazonas, el turismo es una fuerza destructora que convierte la personalidad de cada lugar en un decorado de película de serie B y la tradición propia en llavero. No puedo evitar recordar con cariño aquellas muchas tardes que nos íbamos a Las Catedrales y estábamos cuatro gatos mal contados, por el tema de que es una playa “muy incómoda” porque “cuando sube la marea no hay playa”. Hoy día la peregrinación de turistas es tal que se han tomado medidas (ridículas por cierto, si ven que me despisto recuérdenme que otro día hablemos del estúpido sistema de control implantado en esta playa) para, supuestamente, proteger el arenal.

También estudié en Santiago de Compostela, y le tengo mucho aprecio a una ciudad que hoy día es un parque temático, con la Catedral al frente de una prosaica y hasta me atrevería a decir que herética actividad comercial. Al multimillonario negocio del Camino de Santiago (sí, yo mismo he intentado atraer a Lugo parte de ese filón, lo sé) al frente del cual se sitúa un ambicioso personaje que quiere todo el pastel para él, le falta un Cristo que expulse a los mercaderes del templo.

Ver mundo es bonito, pero lamentablemente nuestra ajetreada vida y los medios de transporte de masas han hecho que nadie viaje, sino que simplemente hagamos turismo. La diferencia es bastante evidente. Mientras que esos libros de viajes del siglo XIX o del XX trataban sobre experiencias, contacto con personas de otros ambientes, culturas e incluso religiones e ideologías, hoy la masificación ha hecho que todo se reduzca a la foto típica, el plato típico, el traje típico, la excursión típica y el “no te puedes perder” tal cosa.

Magalluf, foco del turismo cutre de botellón
Los principales polos de atracción de turismo en España son auténticas colonias donde es difícil encontrar un restaurante con la carta en castellano, y en lugar de venir a empaparse de nuestra cultura muchos turistas vienen a empaparse en alcohol y desmadrarse como no podrían hacer en sus países sin serias consecuencias legales.

Con todo esto no pretendo hablar contra el turismo, sino contra la masificación y la exageración, como en todo. Es muy difícil ordenar a los millones de visitantes que España tiene cada año, pero quizá no sería mala idea replantear el modelo que tenemos y que provoca que en ciertas zonas, afortunadamente no en nuestra ciudad por ahora, haya problemas de convivencia entre ambas “especies”, el foráneo y el local.

En Lugo no sufrimos aún las consecuencias de estas hordas, y el turismo que tenemos todavía es razonable y de cierto nivel cultural, que suele llevar aparejada también una respetable dosis de educación (por favor, no confundir esto con gente con pasta, colectivo en que no faltan sobrados, bordes y gilipollas). Estamos en un momento en que la ciudad empieza a ser conocida así que quizá no sería mala idea intentar enfocar nuestros esfuerzos a atraer a cierto sector de visitantes, los que vienen a observar y no a reventar.

Nada más lejos de mi intención que dar la razón a los que defienden esa llamada “turismofobia”, pero tengo que reconocer que yo tampoco quiero que mi Lugo querido se convierta en Benidorm. ¿Y ustedes?

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