lunes, 30 de diciembre de 2019

El fin de la era de la razón

Todos los esfuerzos de la humanidad por imponer la razón se van al garete.
La era de la razón ha terminado. Nos enfrentamos ahora a un mundo donde reina el postureo, la simpleza (que no sencillez) en el mensaje o el chascarrillo como sustituto del razonamiento, sobre todo cuando hay ausencia del segundo.

Puede que Internet, una herramienta con aspectos tan positivos como negativos, tenga muchísimo que ver en la universalización de la estupidez, ya que logra que todo se reduzca a una foto graciosa como máxima expresión de la inteligencia. Antes leíamos libros, ahora leemos memes, y la gente se estresa por dar una imagen de sí mismos que nada tiene que ver con la realidad, sino con lo que se quiere que los demás vean, como si eso tuviera la menor importancia. Sin embargo, hay una paradoja de raíz que no se acaba de solucionar, la de quien pretende dar imagen de cultura con terroríficas faltas de ortografía, la de quien aspira a ser un referente moral pero esconde su nombre tras la cobardía de un seudónimo que puede ocultar a cualquiera o la de quien ataca al adversario porque no sabe cómo rebatir su argumento. Ese es el mundo que estamos creando entre todos. ¡Qué alegría! ¡Qué alboroto!

Eso se traduce en que nuestros dirigentes asumen esa tontería reinante como algo normal, y la aplican sin rubor. A todos los niveles.

El Ayuntamiento de Lugo presume de ecologista pero sigue adelante con su descabellado plan de hacer una bañera colectiva al aire libre con agua del grifo calentada artificialmente con una caldera, o de hacer un barrio “verde” con 1.200 viviendas nuevas en una ciudad con 12.000 vacías.

La Diputación provincial, que también se apunta al carro de lo ecológico, deja tirado un catamarán en el río Miño hasta que se va a pique y sale a decir que no, que es que “el nivel del agua está por encima del nivel del catamarán”, o inaugura una perrera en la costa para cuarenta animales mientras en Lugo sigue obviando su compromiso de ampliar la que alberga a varios cientos.

La Xunta de Galicia se desdice de su argumentación de que “hay demasiados museos en Lugo” proponiendo uno nuevo (de arte contemporáneo) pero se resiste a hacer el Museo de la Romanización mientras nos echa el hueso del supuesto Parador para distraernos aunque tampoco responden por qué no lo hacen ellos como Pousada, quizá porque saben que es algo que no va a pasar.

El Estado se sienta a negociar el futuro de España con quien no quiere saber nada de España (salvo para pagar sus facturas, claro) y entre todos se niegan a hacer un pacto que no nos acerque peligrosamente a los abismos de otras épocas…

Y así todo. Por supuesto cada una de las administraciones dispara a las demás pero no ve sus propios pecados, y lo mismo hacen sus simpatizantes lo que nos lleva a una difícil pregunta: ¿Somos reflejo de nuestros representantes o son nuestros representantes reflejo de lo que somos? Yo me inclino por lo segundo, si les digo la verdad.

La Sociedad es la primera que ha tirado la toalla y ha acabado con el sentido común, en la búsqueda cortoplacista del beneficio inmediato. ¿Qué más dan conceptos como la decencia, el espíritu crítico, el honor, la palabra dada, la coherencia o, en definitiva, el bien, si puedo lograr unos euros o disfrutar del placer malvado de insultar desde detrás de una máscara virtual? ¿Qué importa el futuro si el presente es, aparentemente, menos deprimente?

El ser humano está involucionando. Se está sacudiendo de encima el finísimo barniz de civilización que mantenía y todos somos culpables en mayor o menor medida.

Quizá nuestros deseos de año nuevo deberían empezar por ahí, por ser mejores personas.

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