Hoy les traigo al blog uno de los brillantísimos artículos del doctor Juan Manuel Jimenez Muñoz, un muy seguido médico y escritor malagueño que les recomiendo seguir en Facebook si no lo hacen ya.
De los análisis que he leído sobre estos 25 años del "espíritu de Ermua", ninguno más acertado, directo, claro y sin paños calientes que el del Dr. Jimenez.
La historia de ETA explicada para jóvenes
Queridos menores de 25 años, a quienes las siglas de E.T.A. no os dicen absolutamente nada; queridos menores de 35, a quienes las siglas de E.T.A. os dicen más bien poco; queridos lectores en general:
El mejor homenaje que podemos hacer a Miguel Ángel Blanco es explicar con lenguaje sencillo, y antes de que los verdugos reescriban la Historia, lo que fueron los años de plomo. Por eso, este escrito debería circular como la pólvora por todas las redes sociales.
Primero: ¿Qué fue la E.T.A.? Fácil: un grupo terrorista con 900 cadáveres a sus espaldas, 2600 heridos y 300 asesinatos sin resolver. Dejó de matar hace tan sólo once años.
Segundo: ¿Qué quería conseguir la ETA? Yo os lo diré: separar de España por las armas al País Vasco y Navarra, y crear en dichos territorios una República Socialista Marxista-Leninista en la que sólo cupiesen los propietarios de ocho apellidos vascos con Rh negativo. Y casi lo consiguen. Y si se hubiesen salido con la suya, ahora tendríamos como vecino a un gemelo de Corea. Pero de Corea la mala: la del Norte.
Tercero: ¿Quiénes apoyaban, o justificaban, o militaban en E.T.A? Pues veréis: en primer lugar la Iglesia Católica Vasca, que jugaba entonces a dos barajas: diciendo una cosa en el País Vasco y la contraria en el resto de España. En segundo lugar, muchos de los políticos vascos que ahora parecen ángeles: esos que nos hablan del “dolor” que sienten por lo sucedido mientras aún organizan homenajes a los asesinos excarcelados, esos que ahora van a escribir el relato de la Transición. Y en tercer lugar, muchas personas corrientes de la sociedad vasca y navarra: unos, por miedo; otros, por convicción; y todos, convirtiendo aquel territorio vasco-navarro en un terrorífico manicomio.
Cuarto: ¿Quiénes se beneficiaron de los crímenes de E.T.A? A ello voy sin perder un instante: en primer lugar la propia E.T.A, que juntaba dinero a mansalva con los robos, secuestros y extorsiones a empresarios; y en segundo lugar los partidos nacionalistas vascos, que recogían los frutos de las acciones violentas de E.T.A. en forma de réditos políticos, privilegios territoriales y presupuestos del Estado. Bueno, ellos no los llamaban “frutos”: los llamaban “nueces”.
Quinto: ¿Cuánto duró el terror de la E.T.A? Ahí va el dato: más de medio siglo. Cincuenta y tres añitos de nada: entre 1958 y 2011. Por simple comparación, fíjate en estas cifras: la Guerra de la Independencia contra los franceses duró 6 años; las tres Guerras Carlistas vascas, 43 años en total; la Guerra Civil Española, 3 años; la Primera Guerra Mundial, 4 años; la Segunda Guerra Mundial, 6 años; la dictadura de Franco, 39 años. Por eso, cuando alguien te diga que ETA luchaba contra el franquismo, cágate en sus muelas. ETA, en dictadura o en democracia, luchaba contra España: contra la España de Franco, contra la España de Carrero Blanco, contra la España de Arias Navarro, contra la España de Adolfo Suárez, contra la España de Joaquín Calvo-Sotelo, contra la España de Felipe González, contra la España de Aznar y contra la España de Rodríguez Zapatero. Siempre contra España. Lo mismo que ahora hace Otegi, pero con bombas.
Sexto: ¿Sabéis, queridos jóvenes, las bromitas que gastaba E.T.A. en toda España? Vamos a ello. Unos meses nos deleitaba E.T.A. con cadáveres esparcidos por las calles: militares o civiles con los sesos fuera del cráneo, eviscerados, amputados, sanguinolentos. Otras, con niños de 9, 10, 11 o 12 años, hijos de guardias civiles, desfilando en pequeños ataúdes blancos hacia el cementerio. En ocasiones, con gentes anónimas que compraban en el Hipercor, o que veían una película en un cine, o que se bañaban en la playa, destrozadas por las bombas. A veces, con personas encerradas dos años seguidos en un zulo de tres metros: enterrados en vida. En ocasiones, con concejales secuestrados y muertos a sangre fría de un tiro en la nuca: estos días estamos recordando a Miguel Ángel Blanco. Bueno, ellos, los de Otegi, no llamaban a estas cosas “tiros”, ni “bombas”, ni “muertos”, ni “metralletas”. Ellos lo llamaban “lucha”. Y lo siguen llamando, no nos engañemos. Y así nos lo quieren escribir en los libros de texto, para vergüenza colectiva.
Séptimo: ¿Sabéis cuántos vascos tuvieron que exiliarse para siempre de su tierra por sentirse amenazados en aquel ambiente irrespirable? Ya va el dato: 300.000 vascos huyeron. Trescientos mil. Repito: trescientos mil. Son casi la mitad (en número) de los que murieron en nuestra guerra civil. Gentes que ya no votan allí. Gentes que ya no pintan nada allí. Gentes que ya no deciden nada allí. Nunca jamás. Ni sus hijos. Ni sus nietos. Un “retoque” demográfico de muchísima importancia. Una ingeniería social que es la verdadera victoria de E.T.A.: el “retoque” censal que ha permitido ahora, una década después, que los antiguos asesinos, y los antiguos cómplices de los asesinos, y los antiguos aplaudidores de los asesinos, y los actuales hijos de los asesinos, y los actuales justificadores de los asesinos, y los actuales tibios con los asesinos, obtengan en el País Vasco unos magníficos resultados electorales y sean socios preferentes del Gobierno. Sí, sí. Socios preferentes de Podemos y socios preferentes del Partido Socialista, el más castigado (junto al PP) por las balas de los asesinos. Qué vueltas nos da la vida.
Oiréis estos días –queridos jóvenes– que E.T.A. dejó de matar en 2011 porque comprendió que, para conseguir sus objetivos, lo mejor era entrar en política y abandonar las armas. No lo creáis. Se fueron porque no les quedó otro remedio. Se fueron por puro cálculo. Se fueron porque les faltaron armas con las que asesinarnos a todos, y dinero con que comprar dichas armas, y pistoleros que apretasen el gatillo. Se fueron porque ya no tenían suficientes sanguinarios que armasen las bombas y matasen a los niños de un Cuartel, o de un Colegio. Se fueron porque las condenas en la cárcel son larguísimas, y dan que pensar un poco. Se fueron derrotados por la Policía y por la Guardia Civil. Se fueron derrotados por una sociedad (la española) que dijo “¡Basta Ya!” tras el secuestro y asesinato a cámara lenta de Miguel Ángel Blanco. Se fueron, en resumidas cuentas, porque les vencimos. Porque la democracia, el mejor de los sistemas posibles, les ganó entonces la batalla. Aunque ellos, por desgracia, estén a punto de ganar ahora la guerra.
Adiós, E.T.A. Adiós. Adiós a ti y a la perra que te parió. Adiós a tu maldad y a tu lenguaje presuntamente progresista salpicado de Rh negativo, y de eufemismos, y de nacionalismo, y de fanatismo, y de racismo, y de tenebrismo, y de terrorismo, y de fascismo. Adiós al medio-perdón que pides con la boca pequeñita, y que yo no necesito, y que yo no te concedo, y que yo no te otorgaré jamás. Adiós al champán con que brindabas en la cárcel cuando matabas a alguien. Adiós a las nueces que caían del nogal cuando tú lo agitabas a las bravas; esas nueces que otros recogían, esas nueces que se convertían en réditos. Adiós a los entierros de tus víctimas por la puerta de atrás de las iglesias. Adiós a los curas y obispos que te amparaban bajo las sotanas, ésos que ahora piden también perdón pero no tienen perdón de Dios. Adiós a las tumbas profanadas de los asesinados, a esos sepulcros que –cual vampiros en la noche– pintarrajeabais con escritos insolentes para humillar a los deudos y matar dos veces a vuestras víctimas. Como el mismísimo cadáver de Miguel Ángel Blanco, a quien la familia tuvo que desenterrar del cementerio de Ermua para trasladar sus restos a Galicia.
Adiós, canallas. Adiós, malnacidos. Adiós, cobardes. Adiós, grandísimos hijos de la grandísima puta. Adiós. Adiós. Adiós.
No regreses por mi casa, E.T.A. de tristes recuerdos. No te quiero ni aunque hables en eusquera, o en catalán, o en español, o en gallego, o en valenciano, o en latín. Que los muertos, por desgracia, jamás entienden de idiomas.
Firmado:
Juan Manuel Jimenez Muñoz.
Médico y escritor malagueño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Derecho a réplica:
Se admiten comentarios, sugerencias y críticas. Sólo se pide cierta dosis de ''sentidiño'' y cortesía.