Iglesia de As Achas en A Cañiza |
Ayer fui a la zona de Vigo, concretamente al municipio de A Caniza, a un funeral de la abuela de una buena amiga, y a pesar de las circunstancias he de decir que no hay despedida más hermosa que las que se hacen en la zona rural.
En las ciudades por mucha gente que haya en un funeral (hace algo más de diez años A Nova estaba llena hasta los topes para despedir a Doña Emilia, mi abuela) no se logra la calidez, la cercanía y el recogimiento que hay en esas pequeñas iglesias del campo.
Esos pequeños templos, con sus viejos bancos, sus retablos cuidados con cariño, sus piedras llenas de musgo... tienen una poesía y un encanto que ninguna catedral iguala, salvo la honrosa excepción de San Martiño de Foz.
La cercanía de los vecinos se percibe en el rural como no existe en la mayoría de las ciudades desde hace tiempo, y si bien en Lugo todavía pervive algo de ese espíritu de conocernos todos, en las urbes grandes la sensación no es ni parecida.
La capilla que estaba cerca de la casa de mi abuela y que le daba nombre, San Isidro, está en ruinas. Las puertas abiertas, el techo agujereado y el retablo semidestruido. El abandono del rural y de las casas que con tanto esfuerzo construyeron nuestros abuelos, bisabuelos o tatarabuelos da al traste con esos pequeños núcleos que fueron el epicentro de la vida social del campo. Hoy son insostenibles porque la Iglesia como institución tiene cada vez menos fieles y menos sacerdotes para atender una red que lo fue todo y va camino de ser nada, en gran parte por sus propios deméritos.
Esto no trata de una defensa de la religión ni mucho menos, soy un convencido ateo que sólo reza cuando pintan bastos, pero no a un dios sino a esa suerte que insiste en no darme ni un duro en la lotería de Navidad. Llámenle como quieran.
Pero sí me apena enormemente la desaparición de un mundo que tenía sus graves problemas y que era muy duro para el día a día, nadie lo puede negar, pero que también tenía una sensación de comunidad que parece que se va sin remisión.
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