Paniagua, Quiroga y los hijos de Villafranca, además de los premiados del concurso de escaparates Fotos: La Voz de Galicia |
Se clausuró ayer la XLVI Semana de Cine de Lugo, un evento que sigue en pie gracias a la tenacidad, por no decir cabezonería, de muchas personas a la cabeza de las cuales están Julio Giz y Manuel Curiel, responsables del Grupo Fotocinematográfico Fonmiñá, que en los años 70 comenzó esta aventura que aún sigue.
En la clausura se hizo un reconocimiento a los tres expresidentes de la entidad, Tomás Paniagua, Vicente Quiroga y Enrique Villafranca. El primero de ellos con cien años recién cumplidos, acudió a recoger el premio, así como Vicente Quiroga y los hijos del fallecido Villafranca.
También se entregaron los premios del concurso de escaparatismo organizado con la colaboración de Lugo Monumental, la asociación que tengo el honor de presidir, y en que resultaron premiados la Farmacia da Cruz, la Óptica de la Torre y, el primer premio, Meninas, que hizo un escaparate sencillo pero muy llamativo con un maniquí al estilo Marilyn Monroe que completó con un ventilador para recrear la más famosa escena de La tentación vive arriba, una imagen icónica que casi setenta años después sigue en el imaginario colectivo.
El Cine no vive su mejor momento. Mucha gente pensaba que los videoclubs acabarían con las salas de proyección, pero son las plataformas digitales las que amenazan con echar el candado a la mayoría de las salas. Sólo perviven gracias a algunos taquillazos y a convertir la experiencia en un lujo, aumentando en precios lo que se pierde en espectadores.
Me sorprendió gratamente que reabriesen los cines Cristal, acabando con el monopolio que tenían en el centro comercial donde quedaban las únicas salas en activo, y más aún los Codex Cinema, que se atreve con películas no tan comerciales y ahí sigue.
Quizá sea romanticismo, o tal vez nostalgia, pero a pesar de que cada vez son más cómodos sigo echando de menos algunas salas que hoy sólo son recuerdos: el Gran Teatro, que nuestros corazones ha elevado a la categoría de edificio mítico (a pesar de su corriente fábrica tenía mucho encanto), el Kursal, con su gigantesca sala de proyecciones, o los cines Paz y Victoria, vecinos de calle. Ahora las butacas son más acogedoras, pero al mismo tiempo más frías.
Si había un cine peculiar al que tuve la suerte de ir fue el Hermanos Pequenete de Foz, en que hacían un descanso en medio de la película con un “visite nuestro bar”. Recuerdo que fuimos a ver “Batman vuelve” y no nos enterábamos de nada… porque se habían confundido de rollo y pusieron la segunda parte al principio y claro, el argumento era más peliagudo de entender. Tampoco es que fuera “Lo que el viento se llevó”, pero no sabíamos por qué Michelle Pfeiffer se vestía de gata o qué le pasaba a Dani de Vito para tener aquel aspecto tan extraño. Se nos ofreció volver a empezar con la película o devolvernos el dinero… y nos quedamos todos.
Se ve que me hago mayor, que esos recuerdos son vívidos, aunque bastante lejanos, pero pocas cosas como el cine nos ayudan a escapar durante un par de horas del día a día.
¡Larga vida al cine!
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