miércoles, 24 de septiembre de 2014

Gallardón se va

La dimisión de Gallardón es un acto de coherencia. Después de que su proyecto más mediático, a pesar de que no creo que fuera su intención, se meta en un cajón no le quedaba más remedio que hacer lo que ha hecho, marcharse.

Con Gallardón sólo hablé una vez en toda mi vida, por teléfono. Yo era un estudiante de ciencias políticas que organizaba un ciclo de conferencias en mi colegio mayor. Él era, nada más y nada menos, que el todopoderoso presidente de la Comunidad de Madrid, con una popularidad que hacía palidecer la de líderes del PP nacional y que demostró con su exitoso asalto a la alcaldía de Madrid. Y me llamó para decirme que no podría dar la conferencia a la que lo habíamos invitado.

Un detallazo que a pesar de todo lo que ha pasado a lo largo de los años me cuesta olvidar, porque en el fondo todos somos humanos, y con esa deferencia te ganas fieles, como bien sabe nuestro actual Alcalde, que es un experto en la materia.

Gallardón era el “progre” del PP, el que la izquierda decía que tenía que ser el modelo de la derecha, el que “no pega con el PP, debería estar en el PSOE”… y entonces se hizo ministro. Y se abrieron las diversas cajas de Pandora, y la izquierda pasó de aplaudirle a mandarlo a las catacumbas de la perdición.

El tema del aborto, como ya escribí en su día en este blog, me parece tan complejo que no osaré a dar recetas de máximos como se suele hacer con estos temas. Sin embargo hay que reconocer que la ley en vigor es una barbaridad en algunos puntos, si bien en otros es aceptable. El problema es que se pasó de una postura de máximos a otra igual de extrema, y así se armó el cirio pascual que hay sobre la mesa.

La retirada de la reforma y la dimisión de Gallardón es un alivio para unos, pero también una traición para otros. Los llamados “provida” pondrán (con razón, al menos con su razón) el grito en el cielo porque se les priva de una promesa electoral, mientras si piensa alguien que los demás partidos aplaudirán la “moderación” de Rajoy pierde su tiempo, porque se venderá como un signo de debilidad del gobierno.

España tiene sobre la mesa un reto fundamental, el del secesionismo catalán. El propio Gallardón reconocía el otro día que era el único tema sobre la mesa que desbancaba a todos los demás, una vez la economía ya parece estar encauzada y la amenaza de rescates y bancarrotas estatales son un mal recuerdo que cada vez queda más alejado.

No sé si han visto La Locura del Rey Jorge, una extraordinaria película sobre el rey británico que perdió “las colonias” (hoy conocidas como los Estados Unidos). Es normal que ni Rajoy dirija todos sus esfuerzos a luchar por no ser el Presidente en cuyo mandato se perdió Cataluña, y de hecho es una cuestión que trasciende al Gobierno, es una cuestión de Estado.

España ha demostrado que no hay reto inalcanzable. Cuando todas las quinielas y los augurios hablaban de catástrofes inevitables y colapsos inminentes llegó Rajoy y enderezó el timón, a costa de un esfuerzo titánico por parte de todos, pero que es mucho más llevadero que el abismo al que nos dirigíamos a toda máquina.

Sacrificar un alfil en esta partida no es lo peor que podría pasar, aunque sea Gallardón.

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