Hay una película protagonizada por Julia Roberts que se llama “La sonrisa de Mona Lisa” en que ella es una profesora “revolucionaria” en un colegio bastante conservador de señoritas en los años 50 más o menos. La película que se parece un poco a la de Robin Williams, “El club de los poetas muertos”, pero en vez de ser profesora de literatura Roberts da clases de arte. Se la recomiendo, es bastante curiosa porque no es tan previsible como la de los poetas muertos, aunque esta última tiene el mérito que le dan sus años (es del 89).
En esa película la protagonista intenta abrir un poco las mentes de sus alumnas, que están siendo educadas para pillar marido más que para llevar una vida profesional propia, y cuando pasa por el típico problema al que se enfrentan los protagonistas de las películas, se cabrea y da una magistral clase de arte que se centra en la publicidad como forma de “arte contemporáneo”. Totalmente de acuerdo con el personaje: la publicidad es fiel reflejo de nuestra sociedad.
Los publicistas no intentan vender oponiendo su producto a la sociedad, sino todo lo contrario. Cuanto más identifiquen a la persona con lo que venden más fácil es colocarles sus chismes, ya sean coches, bebidas, colonias, muñecos o anticonceptivos. Por ejemplo CocaCola, que parece que haya inventado la publicidad de lo bien que se le da (quién no recuerda el “Cocacola es así”), dirige uno de sus últimos anuncios a la generación de los que tenemos ahora sobre 30 o 40 años que nos recuerda tantas cosas familiares como el “hasta aquí puedo leer” de Mayra”.
Pero ahora los anuncios no suelen ser tan amables. Van desde la vulgaridad más extrema al acojone del cliente. Ejemplo de los primeros están el de Evax en que invitan a abrirte de piernas sin miedo a que huela mal (no exagero, pueden verlo en youtube), o el del chisme ese en que con una muestra de orina te dice los días fértiles y sale una pareja bastante repulsiva explicando lo maravilloso que es (lo mejor es el texto de abajo que dice que funciona al 94%). El paradigma del segundo tipo de anuncio, el amenazador, es el de Mario Picazo sobre seguridad en que nos cuenta el robo de una casa y el de la de los García, que “no tuvieron tanta suerte” porque estaban en casa cuando entraron a robar.
La mayoría de estos anuncios dan risa, pena o incluso asco, pero desgraciadamente son el espejo en que tenemos que mirarnos. Cuando los cerebros pensantes de las empresas que montan estos bodrios llegan a la conclusión de que es la mejor forma de conectar con el público, y esa es su profesión, es el momento de repensar si estamos creando un mundo así de cutre.
Parece que empieza a surgir una contracorriente que quiere recuperar algunas cosas de antes, las buenas, como el de Donuts que habla de volver a la receta clásica (si era tan buena ¿por qué demonios la cambiaron?) pero creo que es algo minoritario. Estamos embarcados en una espiral de vulgaridad que recurre a lo más bajo para vendernos el detergente o la máquina de afeitar.
Los anuncios de los 80 serían sexistas, simplones o previsibles, pero al menos no daban ganas de colgarse de la lámpara de la sala. Viendo el de Evax me gustaría que alguien, preferiblemente del instituto de la mujer o algo así, me explique con mucha calma si hemos avanzado mucho. Lo triste es que probablemente esa persona creerá que sí, que es super guay y que la liberación ha llegado al mundo de la menstruación. ¡Viva!
La verdad, cuando yo vi el anuncio de Evax por la tele, me pareció de lo mas vulgar. Sobre todo, la chica de amarillo, que cuando se abre de piernas, le marca en la ropa un triangulo negro justo donde se supone que hay un triangulo negro debajo. Yo creo que mas explícito no puede ser. Puntuación: cero.
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