jueves, 16 de enero de 2014

Ese no es el camino


Hoy toco de oído. La cosa va de la “revolución” de Burgos. Sólo sé lo que salió en los telediarios, que es tanto como no saber gran cosa porque hoy en día lo que hacen es repetirte varias veces el titular en lugar de profundizar en la noticia, así que si meto mucho la pata no me lo tengan demasiado en cuenta.

Tal y como nos lo han presentado la cuestión es como sigue: El ayuntamiento de Burgos decide la modificación de una calle para hacer aparcamientos subterráneos y peatonalizar en superficie, y los vecinos, que no lo consideran una obra necesaria y creen que es mejor gastar ese dinero en coas más urgentes, protestan.

Como las protestas no tienen resultado, aumentan la presión de la caldera y empiezan varias jornadas de violencia callejera con quema de contenedores, rotura de escaparates de negocios y, como siempre, particular incidencia de sucursales bancarias (a excepción de las vascas, curiosamente).

El ayuntamiento, ante este panorama, decide suspender las obras y abrir una negociación con los protestantes (no la religión, sino los vecinos de Burgos cabreados) y a ver cómo sigue el culebrón.

Pues me preocupa mucho la decisión del ayuntamiento. Verán, estamos en un momento tan sumamente contradictorio en que encuentras a quien te dice que la gente no sale a la calle pase lo que pase y quien afirma justo lo contrario. Aunque parezca una paradoja estoy de acuerdo con las dos partes. Me explico: la población no sale a la calle con facilidad, ni siquiera para cosas importantes y en la que le van sus propios intereses, porque somos bastante perezosos, pero sí hay un grupo de personas que en vez de paraguas en la entrada de casa tienen pancartas de lo mucho que las usan. Como todas las generalizaciones esta supongo que también es muy injusta pero a ver si matizamos un poco más.

Quienes presumen de “antisistema” suelen tener una facilidad pasmosa para salir a gritar a la calle por cualquier causa, y si ésta se vende bien en prensa ya ni les cuento. Sirven para un roto como para un descosido, y los más radicales suelen ampararse en la masa, en el grupo, para dar rienda suelta a su violencia incluso sin estar necesariamente de acuerdo con la reclamación. Supongo que en este caso ha pasado esto y que entre mucha buena gente que realmente está preocupada por el futuro de su ciudad se metieron unos cuantos desgraciados que compensan a golpes sus paranoias. El problema es que los demás vecinos no identifiquen y denuncien a esos bárbaros que lo único que hacen es deslegitimar su protesta.

No dudo que los vecinos de Burgos tengan sus motivos para la movilización pero nada, absolutamente nada, justifica que la oposición a unas obras decididas por el pleno de un Ayuntamiento acabe en vandalismo. Y lo peor de todo es que el alcalde, por la vía de los hechos, ha legitimado esta actitud.

Supongo que no tenía mucha más opción, porque la otra salida era llamar al ejército para defender a las brigadas de obras, pero ya me dirán ustedes qué clase de democracia es esta en que a bofetadas se pueden paralizar decisiones, aunque sean equivocadas. Si se hubieran encadenado a los árboles de la calle (es un decir, no sé si tienen árboles) o hubieran hecho una sentada silenciosa, o una huelga de hambre, yo no estaría escribiendo esto… pero no puedo aceptar el vandalismo como una forma legítima de presión a una administración.

Es un camino peligroso que se ha iniciado en Burgos, y los ánimos están bastante caldeados en temas mucho más importantes que ese así que a ver cómo acaba esto.

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