martes, 14 de enero de 2014

Tradicionalismo intermitente

No encontrarán mayor defensor de Lugo y del casco histórico que yo mismo. Dicho así suena muy radical pero es cierto, de veras. Sin embargo hay que matizar ciertas cosas, como por ejemplo qué es lo que se entiende como “proteger” el centro de Lugo. 

Para unos, entre los que me incluyo, se trata de buscar un futuro para el barrio de los barrios, la zona que todo lucense considera como propia aunque resida en cualquier otro punto de la ciudad. Uno puede ser de Garabolos, Fonte dos Ranchos o Aceña de Olga pero cuando vienen visitas lo que le enseña es la Muralla, la Catedral, y se da una vuelta por la calle de la Cruz y la Ruanova para tomar los vinos. Como es lógico.

Pero para unos es poner una serie de normas y cortapisas a todo cuando movimiento haya que no esté controlado por la sacrosanta administración: fachadas, toldos, sillas, mesas, carteles, anuncios, luces… mientras las propias entidades públicas se pasan por el forro sus propias normas porque, como dijo el gobierno en un pleno “no nos vamos a multar a nosotros mismos”. Curiosa teoría sobre la aplicación de las normas en pie de igualdad.

Sin embargo, incluso lo más intervencionistas de los intervencionistas, los más homogeneizadores entre los homogeneizadores, dejan colar algún gol siempre que venga firmado por un arquitecto o que suponga unos dividendos urbanísticos vaya usted a saber para quién. Es el caso del famoso edificio del fondo de la plaza de España, y no me refiero al de Caixa Galicia (para mí siempre tendrá ese nombre, qué quieren que les diga) sino al que está al otro lado de la rampa, donde antes había un relojero en el bajo. Ese edificio era una pequeña construcción de bajo y dos plantas que por arte de birlibirloque ahora tiene cuatro más bajocubierta. O tres más bajocubierta que parecen cuatro por la forma de poner los cristales, no lo tengo claro.

Pero ya no se trata de cuántas plantas tiene, que también, sino de la pinta que tienen. Vamos a ver, señores míos, no dejan ustedes poner un cartel que no tenga las medidas, colores, olores y sabores que a ustedes les da la gana, no permiten que las fachadas tengan ningún elemento que no sea “tradicional” y me plantan en el puñetero centro un edificio de cristales ahumados encima de uno de piedra de cantería.

“Es que es moderno”, me dirán, “y sigue las tendencias constructivas de hoy en día”. Vale, fantástico, pero entonces me gustaría que me explicara por qué permiten eso pero no dejan poner las puertas de madera en el casco histórico, que por si ustedes no lo recuerdan, están prohibidas por nuestro excelentísimo ayuntamiento. Al igual que los paraguas y toldos que no sean de un color crema del gusto del señor Alcalde, o las mesas y sillas que no se adapten al modelo que le sale de las narices a nuestro primer edil. Así, con democracia.

Habrá que preguntar a los promotores de tamaño desatino urbanístico cómo han conseguido convencer a Orozco y sus muchachos de que eso encaja en el casco histórico y apliquen esa especie de "tradicionalismo intermitente". A lo mejor era en tiempos de Liñares y Besteiro nos podemos enterar cuando se levante el secreto del sumario del Pokemon, vaya usted a saber…

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