martes, 12 de noviembre de 2019

Toca ceder pensando en el país y no en el partido

El pacto que no se repitió le costó a Ciudadanos una caída épica. A ver qué hacen ahora Sánchez y Casado
Lo de Albert Rivera es algo digno de estudio: ha dimitido, un verbo que en este país la inmensa mayoría solo sabe conjugar en tercera persona. Ha sido coherente, otra palabra poco habitual, incluso en él mismo últimamente.

Rivera llevó a Ciudadanos a hacer un papel necesario en este país, ocupando un espacio político liberal que el PP abandonó hace ya mucho tiempo y que ahora seguramente intentará ocupar, aunque de aquella manera porque nota el aliento de Vox en el pescuezo y también querrá cubrir ese flanco. Difícil elección, que deberá resolverse aplicando principios en lugar de cálculos políticos, ya que los primeros duran bastante más que los segundos.

El desplome del partido naranja se debe, en mi modesta opinión, a su cerrazón traducida en hacer un “cinturón sanitario” nada menos que al PSOE, insultando no solo a los socialistas, sino a los votos “prestados” que tuvo de ese partido y a los muchos españoles (entre los que me incluyo) que consideramos que, pese a sus errores, este país le debe mucho al PSOE. Se echaron al monte, y para eso la gente prefiere opciones más extremas, porque Ciudadanos tenía otra función que no cumplió y de ahí el castigo.

Precisamente el discurso original de Rivera, aquel en que hablaba del respeto que hay que tener a PP y PSOE por lo que han hecho de bueno por España fue el que le aupó, porque sonaba bien, incluso porque no nos hacía cómplices a todos de los desmanes que ambas agrupaciones protagonizaron. Haber votado al PP o al PSOE no significa avalar la corrupción que ambas formaciones han protagonizado, y los electores solo tenemos un puñado de opciones entre las que últimamente tenemos que elegir a la que menos asco nos dé, que ya es triste.

Si Albert se hubiera tragado su orgullo y hubiera seguido sus propias doctrinas (las del principio), en abril se habría sentado con Sánchez para un gobierno de coalición, reeditando aquel pacto que firmaron en su día y que habría sido la puerta para demostrar si Ciudadanos tenía la madera de gestor de la que siempre presume. Les faltó sentido de Estado.

Ahora la puerta se les ha cerrado en las narices y los dos partidos mayoritarios están en una encrucijada parecida, aunque aún más polarizada. ¿Puede el PP votar a favor de un gobierno de Pedro Sánchez? Lo dudo, tanto como que el PSOE acepte esa alianza. Por mucho que hablemos de una situación excepcional, si dan la menor señal de estar pensando siquiera en eso, los que votan “contra” Sánchez se irán a Vox como último recurso para parar a “los que rompen España”, y los que votan “contra” Casado virarán a Podemos como forma de luchar contra el PP.

Asumámoslo, hace ya tiempo que aquí no se vota por alguien sino contra alguien. Los dos extremos del arco parlamentario, Podemos y Vox, surgieron como reacción, como hartazgo y como forma de demostrar que la gente está harta de chorradas. El PSOE está lejos, lejísimos de aquel partido que Felipe González encabezaba y que cometió grandes errores, pero que también demostró pensar en el país por encima de las encuestas. El PP, por su parte, también está entregado a una estrategia cortoplacista, huérfano de dirigentes que vean más allá de sus narices y de la próxima elección.

Con este panorama ninguno de los dos es capaz de cerrar un pacto de Estado que garantice cierta tranquilidad durante cuatro años. Comparto con ellos que probablemente a corto plazo darían alas a sus propias versiones extremas, pero tal y como están las cosas quizás es el momento de olvidarse de estrategias y pensar con un poco más de altura.

La España moderada, la que mayoritariamente ha votado a ambos partidos, pide con silenciosos gritos que se entiendan porque de lo contrario esto acabará mal. Yo por mi parte ya estoy reflexionando sobre mi voto para marzo.

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