miércoles, 9 de noviembre de 2011

El monstruo de la deuda

Cuando a uno le interesa la política, como es mi caso, empieza a leer cosillas por ahí y, si bien los medios de comunicación hacen que nos preocupemos bastante la realidad es aún peor. Muchas veces no se explican las cosas porque me da la impresión de que creen que la ciudadanía no está preparada para entenderlas, pero en esos casos el problema puede estar más en el emisor que en el receptor. Es decir, cuando uno quiere plasmar un problema complejo lo puede reducir al ciudadano de a pie, donde estamos la mayoría, y entonces sí es comprensible. La cuestión es si interesa explicarse.

Eso es lo que pasa, por ejemplo, con el problema de la deuda pública en España. Hasta mediados del año 2007, la deuda del total de nuestras administraciones se mantuvo estable en torno a los 300.000 millones de euros. Pasado el verano de aquel año, y al comenzar la crisis, se disparó de forma escalofriante, y a día de hoy sobrepasa los 700.000 millones de euros.

deuda ¿Qué problemas genera la deuda pública? Fundamentalmente dos. El primero es que cada vez se destinan más recursos públicos para pagar los intereses. Año tras año la deuda no se amortiza, sino que se refinancia e incluso se incrementa, con lo que cada vez hay que dedicar más y más millones de euros a pagar intereses. No es posible sostener una situación en que los presupuestos de las administraciones se desvían a gastos financieros, que en román paladino se vienen llamando intereses a los bancos.

El otro problema, tan grave o más como el primero, es que los bancos dedican sus depósitos a comprar deuda pública, que saben que la cobran seguro. Como los recursos son finitos, eso quiere decir que cada euro que se mete en prestar al Estado queda fuera de circulación para prestarlo a empresas y particulares: para hipotecas, para empezar negocios, para comprar un coche… Como casi nadie tiene dinero para comenzar un negocio o comprar un piso sin financiación, se paraliza el consumo…

¿La solución? Obviamente hay dos: o subir más los impuestos para reducir la deuda o rebajar los gastos. Eso es de perogrullo. El problema es que si subes más los impuestos ahogas a las pocas empresas que aún sobreviven a la debacle económica, así que lo lógico parece ser reducir el gasto.

Ahí es donde estamos en este momento. La reducción del gasto es un caballo de batalla de Rajoy, que lo propugna como la gran medida de su programa económico para, sino aniquilar, maniatar al monstruo de la deuda. Por supuesto, el argumento de Rubalcaba es que se va a cargar el Estado del Bienestar.

¿Es posible reducir la deuda sin rebajar prestaciones? Obviamente sí. En este blog ya hablamos en ocasiones de lo absurdo que es nuestro esquema actual, en que cada administración ha ido asumiendo competencias para la que no estaban pensadas, y ya no duplicando el gasto, sino multiplicándolo por 3 o 4. Pongamos por ejemplo la educación, vaca sagrada donde las haya. Ayuntamientos, Diputaciones, Comunidades Autónomas y Estado tienen competencias sobre el tema: unos pagan los colegios, otros a los profesores, otros deciden las materias, otros cómo se imparten… ¿No sería más lógico reducir ese batiburrillo competencial y dividirse el trabajo para no estar todos haciendo y gastando recursos en lo mismo?

Además de esto, hay medidas que han funcionado bien. Miren el tema de los medicamentos, en que se ha ido un paso más allá de los genéricos y ahora se receta por principio activo. Para el que no sepa de qué va esto, les diré que hay tres vías para la receta

  • La receta de una marca concreta. Con los “visitantes médicos”, se convirtió en la fuente de corrupción legalizada más descarada de este país. Los medicamentos recetados eran de un laboratorio concreto, que luego hacía “congresos” en Cuba, Santo Domingo y otros paraísos, a los que invitaban a los médicos que más hacían tomar sus productos.
  • La segunda es la receta por genéricos. En esta receta se especifica el medicamento, pero se obliga a la farmacia a dispensar el más barato de los que tengan. Como las fórmulas, pasados 10 años pierden su patente y cualquiera puede fabricar el mismo medicamento, entra la competencia en juego y bajan los precios.
  • El tercer sistema es el del principio activo. Ahí lo que se receta es simplemente el principio que nos va a curar. Cada laboratorio tiene libertad de fabricar ese principio como quiera (cambia la fórmula, excipientes y otros componentes).

La Xunta está ahorrando más de 100 millones de euros al año usando el segundo sistema, que ahora cambiará por el tercero por orden del Ministerio (quien, por cierto, había metido en el juzgado a Galicia por recetar genéricos). En teoría el usuario ni se debería enterar, porque teóricamente los medicamentos son los mismos.

Es decir que hay muchas formas de ahorrar, de reducir la deuda, de hacer que con el dinero de todos se paguen menos intereses y que dejemos de tener la espada de Damocles sobre nuestras cabezas eternamente. Lo que no puede ser es que cada año aumentemos los gastos y reduzcamos los ingresos, y que digamos que la varita mágica es “cobrar más impuestos a los ricos”, porque entre otras cosas los ricos son los primeros que pondrán pies en polvorosa o buscarán el subterfugio legal para pagar menos, principalmente porque tienen mejores asesores que los demás.

Lo normal, digo yo, será que el Estado gaste menos y pida menos. Si hay que apretarse el cinturón, empecemos por los que manejan nuestro dinero colectivo.

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