jueves, 3 de noviembre de 2011

Bendito paladar

Uno, aunque hace ya tiempo que abandonó los caminos de la devoción, sigue sintiendo un respeto casi supersticioso por algunas cosas de la religión. En parte porque considero que es importante mostrar cierta consideración por las creencias ajenas y en parte porque siento una profunda admiración por muchas personas que dedican su vida a los demás.

Cuando hablamos de la Iglesia, automáticamente se nos vienen a la cabeza las extraordinarias riquezas atesoradas en altares y sagrarios, con su máximo exponente en los Museos Vaticanos, que son un insulto al voto de pobreza. Esas riquezas, bien empleadas, probablemente podrían acabar con mucho del sufrimiento que en el mundo hay, y sin tener que acudir a la limosna. También están los escándalos que han sacudido a la Iglesia, tanto de pederastia como de corrupción, tráfico de influencias, inversiones en fábricas de preservativos que dicen atacar…

La Iglesia, como institución, tiene mucho que rascar, e incluso muchos de sus preceptos están desfasados por el devenir de los tiempos. Es curioso cómo cosas que la Biblia afirma tajantemente se niegan y otras que los Evangelios no mencionan se elevan a dogma. Les voy a poner un ejemplo: Jesucristo jamás mencionó el sacramento del matrimonio, y parece que es uno de los pilares fundamentales de la Iglesia Católica. Por el contrario, en la Biblia se prohíbe tajantemente comer cerdo o tocar sus cadáveres y ya ven las panzadas de jamón que ponen en los bautizos, bodas y comuniones.

Una vez despellejada convenientemente la institución, les diré que hay un sector de la Iglesia que sigue lavando su imagen día a día: las monjas. Antes de nada, clasificaremos las monjas en dos tipos: las de enseñanza y las demás. Lo digo porque las monjas dedicadas a la enseñanza forman un subgrupo que tienen una fama bastante peculiar, de religiosa-sargento. Como nunca he tenido profesorado religioso (uno es de enseñanza pública, ya ven) no tengo experiencias al respecto así que mejor me callo.

El otro tipo de monjas, que suelen ser las dedicadas al cuidado de enfermos, ayuda a los pobres o simplemente contemplativas, son las que despiertan una ternura difícilmente superada por cualquier otro colectivo. Esa monjita amable, normalmente mayor (la combinación de crisis vocacional y biología no ayuda), que te atiende cuando vas a comprar dulces o jabones al convento de turno, que reparte ayudas tan sencillas como un plato caliente… Ese tipo de personas redimen a la Iglesia de gran parte de sus pecados (no los que afectan a terceros, como los curas con manos largas).

Hay un canal en el TDT, el canal 13, de corte muy religioso. No tengo ni idea de a quién pertenece ni lo voy a buscar ahora en Google porque la verdad es que me da igual. En ese canal, además de tertulias bastante sesgadas y programas que emiten en directo las misas del Vaticano, hay un programa que está dando bastante que hablar. Hasta en Cuatro, la cadena progre, no pueden evitar rendir pleitesía a ese programa. Se llama Bendito Paladar.

Está presentado por dos monjas de clausura: Sor Beatriz y Sor Liliana. La primera es una ancianita simpática como ella sola, que de vez en cuando suelta alguna inconveniencia. La otra, Sor Liliana, es más joven e intenta corregir a Sor Bea cuando puede, mientras cuenta parábolas y leyendas durante la elaboración de los platos. Lo malo es que nunca acaba la parábola, porque se lía con la receta y el don de la palabra no acompaña a la buena hermana.

Ayer vi el programa completo por primera vez, y creo que no me reía tanto desde el número de “Encarna de noche” de Martes y Trece. No me entiendan mal, no me reía de las monjas en sentido peyorativo, sino de que son muy graciosas. Es una risa respetuosa, si es que eso existe, porque realmente lo que me dieron es una tremenda sensación de ternura y de humanidad. Bueno, un poco de gracia también hace ver las imágenes de los santos encima de la nevera, que no pegan nada.

El plato que presentaron ayer no podía ser más fácil: chuletitas de codero fritas con un poco de ajo, y champiñones rebozados. Tirado, pero oye, se agradece que alguien enseñe cocina normal. Y la verdad es que tenían una pinta buenísima, si no fuera porque a una de las monjas le dio por echar por encima una salsa de miel y mostaza que para mi gusto estropeaba el plato, mientras que la otra, la mayor, le decía “¡¡pero qué haces!!”.

En cada programa hacen una especie de historieta, como que vienen unos ladrones al convento, o que alguien pide ayuda. Pero lo hacen de una forma tan poco preparada que les sale de película dentro de su cutrez. Es algo tipo “naif”. Un día, por ejemplo, aparecía Sor Beatriz y le preguntaba decía a Sor Liliana que quién llamaba a la puerta. Le contesta Sor Liliana que eran unos vecinos que se habían quedado en paro y que venían a pedir un bocadillo o algo de comer. Hasta ahí lo que habían preparado, porque con toda naturalidad luego Sor Beatriz le pregunta si les dio algo y la otra contestó que no, que no tenía nada… y vamos a preparar la comida, que hoy será un pollo al ajillo…

De verdad, véanlo. Es para nota. Uno no puede considerarse mínimamente friky sin ver este programa al menos una vez.

1 comentario:

  1. Nos han fastidiado pues la mejor hora es 14:00, y no las programación que pones, que nos hacen pasar de cadena.

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