La semana pasada la terminamos con el escándalo de Bárcenas, que amenaza con convertirse en uno de los más graves de la historia política de este país, que es decir bastante en lo que parece ser esta cueva de ladrones llamada España.
Tengo que reconocer que estoy gratamente sorprendido por las declaraciones de Esperanza Aguirre, paladín una vez más del sentido común que pide que se investigue “caiga quien caiga” y que se extraña de que nadie en el PP supiera nada (supongo que ella misma se incluye, que se entiende que es una persona informada), y de la reacción de algunos líderes del partido afectado (le ha tocado al PP) que de cara a la galería, por ahora al menos, aseguran lo de que “cada palo que aguante su vela”, pero es algo realmente excepcional.
Me ha descolocado un poco que salga el PSOE como una hidra a decir que es “insoportable”, o que se lea por ahí que el PP es el “partido de la corrupción”. No voy a hacer recuento de las corruptelas de otras formaciones, empezando por ésta, porque creo que precisamente ese es el problema: que se trata de una batalla mediática, electoral y cortoplacista.
Los partidos políticos tienen, en este tema, unas miras muy cortas, ya que simplemente confían en que con taparse la nariz cuando les toca la china y dejar pasar la tormenta el chaparrón escampará y que en breve ya saldrá otro escándalo que deje el propio en segundo plano de la actualidad. Cada vez que hay un escándalo en un partido, los del otro lado se frotan las manos con muy poco disimulo y dicen que es lógico, que “esa gente es así” y que ellos son los honrados. ¿De veras? Creo que ya no queda ningún partido que no se haya visto implicado en un tema de este tipo, y si lo hay es porque probablemente no ha pisado una moqueta oficial en su vida.
Aquí se producen dos tentaciones diferentes: una la que ya hemos dicho de decir, de una manera menos clara “ya sé que en mi casa hay chorizos, pero anda que en la de los otros…”. La otra es más del pueblo llano que es reducir todo a un “todos son iguales” y, por lo tanto, identificar política con corrupción y asumir que quienes deberían ser servidores públicos lo son de lo propio. Grave error aunque comprensible visto lo visto.
La corrupción no es inherente a un partido o a otro, sino a la sociedad. No culpo al español medio de que Bárcenas se llevara la pasta, no me entiendan mal, pero sabemos que España es un caldo de cultivo fantástico para estas cosas. Somos el país de Rinconete y Cortadillo, del Lazarillo de Tormes… tanto es así que en lugar de hablar de ladrones o delincuentes hemos inventado la palabra “picaresca” para que no suene tan mal. Luego dicen que es la envidia, pero les garantizo que el pecado nacional es, sin duda, la “picaresca” (lo digo así para que nadie se me ofenda).
España es un lugar donde cuando a uno lo multan no sólo no se molesta en leer la denuncia, sino que ni se le pasa por la cabeza la idea de recurrirla; mejor nos buscamos un amigo, cuñado, padrino, colega o lo que sea que “nos la quite”. Es donde cuando hay un camino legal y sencillo para hacer una cosa se oye lo de “ah, espera que llamo yo a un amigo mío que te lo arregla”, cuando para “arreglarlo” sólo hay que hacer la correspondiente instancia porque son cosas administrativas y automáticas. Es el paraíso del amiguismo en todos los niveles, que en los más bajos supone saltarse la cola porque conoces al de la mesa y en los altos meter varios millones en Suiza.
Pero lo grande es que se defiende esto pública y descaradamente. No lo de los 22 millones, porque no todo el mundo puede acceder a ellos, pero lo otro sí. “Hombre, es que si conoces al tío para qué hacer cola”. Pues para demostrar respeto por las personas que llegaron antes que tú y que a lo mejor tienen tanta prisa o más. Ahí es donde nos llevan ventaja los nórdicos, los europeos, las personas civilizadas de verdad, los que asumen que la sociedad no puede funcionar a base de “cuñados” o “amiguetes”.
Nuestro país se indigna con los políticos corruptos, pero acepta con normalidad que los demás sectores de la sociedad estén podridos. Pues tengo dos noticias, una buena y una mala: la mala es que este tema no es propio de unas siglas, ni siquiera de un sector de población, aunque sea el que más sale en la prensa. La buena es que hay políticos honrados, al igual que funcionarios, taxistas, panaderos, notarios, médicos, electricistas, comerciantes, empresarios, sindicalistas, barrenderos y maestros honrados aunque salgan manzanas podridas en el cesto.
Antes de decir que “todos son iguales” piénsenlo bien. Piensen que no condenan a una mal llamada “clase política”, sino que están hablando del reflejo de nuestra sociedad. La política es, para bien y para mal, el espejo de la población a la que representan.
Eso no les disculpa, sino todo lo contrario. Que nadie entienda que estoy defendiendo o minimizando la corrupción, es justo al revés, estoy denunciando que en mi opinión llega mucho más allá del concejal de urbanismo o el tesorero de un partido.
El gran problema de todo esto es que la gente no está perdiendo la fe en los políticos, sino en todo, en las instituciones, en el sistema. Y el sistema no es malo, ni bueno, es normal como todos, pero no existe ninguna forma de organizar un Estado que pueda funcionar bien con engranajes podridos. Con cambiar de funcionamiento no vamos a lograr nada si primero no se sustituyen las piezas deterioradas, y corremos el riesgo de que nos venga un “salvapatrias” a vender honradez a un euro el kilo y nos salga rana. Así ganó las elecciones Adolf Hitler.
muy buen artículo.descorazonador pero real.
ResponderEliminarGracias Patxi. No sé si es descorazonador, creo que la primera fase de una solución es el diagnóstico. Si no asumimos la responsabilidad privada de cada uno malamente podemos exigir la pública, aunque sea la que más llama la atención.
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