Un amigo mío que lleva muchos años en política con importantes responsabilidades me enseñó una lección de la gestión pública: lo importante no es hacer obras, es mantenerlas. Es una verdad fundamental que va desde la farola al gran edificio de servicios, porque conseguir financiación para edificar un mamotreto es relativamente sencillo si uno tiene algo de labia y alguna influencia política. Lo complicado es mantener el chiringuito.
Los presupuestos tienen la tozuda manía de irse hacia los números negativos, que las administraciones suelen intentar reconvertir del rojo al verde mediante operaciones de contabilidad-ficción como el incremento de los ingresos previstos, o el recurso al crédito, que viene a ser el pedir pasta al tipo de interés que marquen “los mercados” para fiarse del gobierno de turno.
¿Dónde está el problema de esta creatividad numérica? En que eso hay que mantenerlo año tras año. Uno puede colar, incluso dos, pero después lo único que haces es generar una deuda brutal que tarde o temprano o se paga o genera un colapso del sistema. Eso es lo que hace que tengan tanta importancia cosas como la prima de riesgo o la colocación de deuda en mercados extranjeros.
Pues con las pequeñas obras pasa lo mismo. No sólo se trata de abrir una ventana arqueológica o hacer una fuente, además del presupuesto para hacerlo, que suele ser achacado a “Europa” (siempre me pone de mala uva lo de “esto viene de Europa”, “esto lo paga Europa”, como si nosotros formáramos parte de África, Asia u Oceanía), hay que contar con el dinero anual que cuesta mantener las cosas. Si no te arriesgas a que te pase lo que pasa, que tienes los edificios cerrados a cal y canto cayéndose a pedazos o que se te ponen las obras hechas un asco.
La actual fuente, en todo su esplendor |
La reforma de la calle San Marcos, que tanto critiqué en su momento porque me parece un auténtico espanto, entra dentro de este capítulo de “planificación sin planificar”. Las nuevas y horrorosas fuentes que sustituyen a las viejas y elegantes que había en el jardín frente a la Diputación están verdes. Pero verdes, verdes de verdad, no es una metáfora.
Se me podrá decir que las viejas daba pena verlas, pero ahí vamos a lo mismo, es cuestión de mantenimiento. Si nos ponemos en ese plan las que hay ahora también habría que tirarlas a la basura y hacer una nueva contratación, lo que tal vez sería divertido sólo por ver si se puede estropear aún más un espacio público ubicado en un lugar tan privilegiado.
Los antiguos jardines, hoy desaparecidos |
Las obras hay que pensarlas un poquito más. Esas fuentes, además de verdes, pierden agua a raudales siempre que están encendidas (que no es siempre, es a ratos). Lo de ahorrar agua, aprovechar la de la red pluvial para elementos ornamentales y todas esas cosas tan bonitas resbalan (será por el frío) por la dura realidad en que vemos que aquí se dice una cosa y se hace la contraria.
Para este viaje no hacían falta tantas alforjas, y si bien vemos día sí y día también que se tira dinero a manos llenas, al menos podían hacer un mínimo mantenimiento de los horrores que construyen para que sea una mera cuestión de (malos) gustos. Lo único que han conseguido es gastar una pila de dinero para crear una fuente de problemas. Menos mal que no es nuestro, que “viene de Europa”.
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