Hoy toca confesión. Les voy a abrir mi alma y confesarles que conozco mucho menos a las personas de lo que pensaba, porque siempre tiendo a fiarme y a creer que la gente es mucho más razonable de lo que es.
He llegado a la conclusión de que a la gente no la conoces bien hasta que no estás en desacuerdo con ella en algo, entonces es cuando sale a relucir la auténtica personalidad de cada cual. Por las buenas, cuando todos vamos de la mano hacia el mismo sitio y por la misma senda, todo son buenas caras, besos y abrazos. Pero ¡hay de ti si discrepas! En el momento en que haces notar que en un único punto o en algo estás en desacuerdo con cierto tipo de personas se les escapan los gases por todos los poros de su piel y se lía parda.
Es curioso, porque además todos tendemos a catalogar, clasificar, encasillar, etiquetar y categorizar. Nos encanta decir de alguien que “es de tal partido” y con eso dar por supuestas una larga serie de características, opiniones y hasta inclinaciones que le adornan. Tanto para bien (las menos) como para mal (casi todas). Eso funciona igual si dices que alguien es de tal ciudad, de una determinada clase social, descendiente de nosequién o que se dedica a una tarea u oficio.
Esto permite sentirnos muy contentos de nosotros mismos, ya que permite establecer un “ellos” y un “nosotros” en que achacamos los defectos, al menos los más graves, a aquellos grupos a los que no pertenecemos y nos quedamos tan anchos. Por supuesto aceptamos algún defecto propio, no sea que se ponga en duda nuestra objetividad, pero siempre son pecados veniales, de los que se pueden curar con un padrenuestro y tres avemarías.
Para salir de un grupo y ser clasificado en otro sólo tienes que discrepar. No escucharás argumentos, que eso es algo muy sesudo y para lo que hay que pensar, sino generalizaciones, banalidades, incluso cosas que no tienen nada que ver “es que los de Lugo…” o “es que los funcionarios…” o “es que los altos…”. Francamente es alarmante la poca predisposición que hay, entre gente presuntamente leída, para debatir abiertamente sin prejuicios sobre casi cualquier tema.
Los debates no son tales, normalmente son cruces de monólogos en que se intenta dar más una respuesta ingeniosa que coherente. Importa más "ser listo" que contestar inteligentemente a lo que se está planteando y ante la duda siempre queda el recurso Fernán Gómez y soltar un "¡a la mierda!".
Que la Democracia en España no ha arraigado lo tengo más claro que el agua. Llegó con muy buenas intenciones pero se ha convertido en una especie de circo de tres pistas en que sólo hay dos grupos: los que mandan y los que quieren mandar. Entre los primeros tiende a abundar el deseo, por otra parte lógico, de querer perpetuar su mandato, mientras los segundos intentan dar el cambiazo a los sillones o, en el peor de los casos, arrimarse todo lo posible a los mandamases para coger aunque sea las migajas del mantel. Curiosamente también en eso categorizamos, pero ahí no voy a entrar porque se me puede interpretar muy malamente y no tengo el día para muchas tonterías.
En fin, lo que siempre digo: intenten pensar por sí mismos. Escuchen argumentos de todas las partes y después decidan. Pero no decidan pensando en quién dice el argumento, sino en la validez del mismo, porque al final una persona por muy mala que sea puede tener razón en un punto o en dos o en diez.
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