Como ya nos conocemos, seguro que alguno piensa, al ver el título del artículo, que les voy a hablar de otra cosa, pero uno es verso libre incluso para eso, así que no sean mal pensados que no van los tiros por ahí. Les hablo de Aznárez y su desvío aéreo para que los pasajeros vieran la Muralla de Lugo y la petición de que se le nombre “hijo adoptivo” de la ciudad.
En este puñetero país no tenemos sentido de la medida y pasamos de apuntar al norte a hacerlo al sur en cuestión de segundos. O ignoramos olímpicamente a alguien, o lo ensalzamos hasta el cielo, o lo hacemos descender al séptimo círculo del infierno descrito por Dante. Hay una obsesión enfermiza por convertir a personas en ángeles o demonios, en la encarnación del bien o del mal… y la mayoría de las veces hablamos de personas normales, con sus virtudes y sus defectos.
No quiero restar ni un ápice a la importancia de lo que hizo este piloto, que promocionó Lugo casi tanto como el Pokemon, el Campeón o el Carioca, pero sin juzgados, policías ni detenidos de por medio. Creo que hacía años que no salíamos en el telediario si no era por una imputación al alcalde de la ciudad. Pero oigan, tampoco nos pasemos.
Un hijo adoptivo de la ciudad se hace por cosas un poquito más relevantes que los 15 minutos de gloria de Warhol. Hay cosas que, aunque les parezca mentira, son más importantes que salir en los telediarios en las noticias “curiosas”.
Medalla de oro al trabajo |
Además, tampoco conocemos a este señor, vaya usted a saber. Insisto, no tengo nada contra él, no lo conozco de nada y la única referencia suya que tengo es la de un amigo que coincidió en vuelos comandados por este hombre y que me habló maravillosamente de su cultura y lo bien que lo pasaron en el viaje. Pero eso es un mérito para que el ministerio correspondiente te otorgue la medalla al trabajo, no para que nuestro ayuntamiento te eleve a los altares de hijo adoptivo. Que luego pasa cualquier cosa y andamos retirando medallas como locos y quedamos fatal, y si no miren las de los banqueros o las que acumuló Franco en su día.
Me parece mucho más proporcional la propuesta de Orozco, de invitarlo a venir al Arde Lucus, o incluso si quieren que venga a dar el pregón de las fiestas de San Froilán, que creo que sería mucho más adecuado. Es importante que un pregonero demuestre cierta afinidad al lugar y, si encima es un tipo culto, ya ni les cuento lo bien que nos viene.
Así que, insisto, tampoco fue la cosa para tanto, así que no nos volvamos locos. Un aplauso, me parece correcto, que la ciudad esté orgullosa de lo sucedido, pues vale, pero que nuestra hambre de héroes no nos haga beber arena en el desierto.
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