martes, 27 de julio de 2021

El Ayuntamiento de Lugo diagnostica la dependencia de redes sociales

 

La dependencia de redes sociales puede ser terriblemente dañina

Aún no he podido ver el IV Plan de Drogodependencias del Ayuntamiento de Lugo, presentado ayer por la Alcaldesa, Lara Méndez, y el concejal de juventud, Mauricio Repetto, pero tiene buena pinta. El documento recoge la de las redes sociales como una de las adicciones de los jóvenes de hoy (creo que se podría ampliar a la sociedad en general).

Internet tiene cosas maravillosas y cosas terribles, como casi todo en este mundo. Las redes sociales, nacidas con la buena intención de conectar a las personas independientemente de las distancias que las separen, permiten conocer a gente con la que de otra forma sería improbable que interactúes. Por ejemplo, a mí me ha permitido encontrar a Lucía Barrios, una excepcional ilustradora con la que estamos trabajando en un cuento infantil (ya les contaré, que esperamos tenerlo en la calle en septiembre) y que si no fuera por Facebook probablemente nunca habría conocido.

También es cierto que las redes sociales sirven para volcar lo peor del alma humana. Un símbolo de por qué se ha torcido este tipo de páginas es el de los trolls, esa gente que sólo está ahí para insultar y crear tensión desde el supuesto anonimato de las redes, justificado infantilmente con que “no quieren dar sus datos a empresas” cuando esas empresas son las que precisamente saben de sobra quiénes son. Todos sabemos que lo que no quieren es que sus amigos y su familia sepan la mala persona que se esconde tras su nombre falso. Si hubiera que poner el nombre real toda esa morralla se cortaría bastante más a la hora de escribir.

La gran ventaja de esto es que te dan cierta facilidad para evitar lo malo y quedarte con lo bueno. El bloqueo es una forma de no tener que aguantar las faltadas, y si les digo la verdad yo, que era bastante de mantener larguísimas y estériles discusiones con perfiles anónimos, ahora opto por zanjar la cuestión cuando entra en espirales ridículas o, llegado el caso del insulto o la falta de respeto, bloquear. Y vivo mucho mejor.

Pero al margen de esta cuestión puntual, sí es cierto que las redes crean ansiedad. Si se lo dice un tío cuarentón como yo, imagínense lo que tiene que ser para esa chavalada que ha nacido con estas cosas integradas en su vida como si fueran realidades tangibles. Esa tensión que todo adolescente tiene por ser popular en el cole o el instituto ahora se ve incrementada con la de reflejar en las redes una vida perfecta, sea o no sea cierta. De hecho, da la impresión de que les importa más esa imagen virtual y falsa que la vida real, lo que es un síntoma de patología como otro cualquiera.

Probablemente nos hemos equivocado con esto, pero tampoco sé muy bien cómo se podría evitar. Conseguir que un adolescente entienda que el mundo real es otra cosa, y que la vida está más allá de los “me gusta” de Instagram o demás tenderetes virtuales es más espinoso de lo que pudiera parecer en un principio.

El primer paso para solventar un problema es detectarlo, y a falta de ver la guía elaborada por el Ayuntamiento, parece que eso lo han cubierto. La receta parece que la basan en dar opciones de ocio alternativo, algo complicado en un momento de pandemia que no ayuda a la causa de la realidad sobre la fantasía, pero estoy seguro de que es el camino correcto.

Supongo que las actividades físicas son la clave y no me refiero sólo al deporte (que también) sino a todo tipo de acciones que tengan que tener lugar en el mundo real.

Estamos en un momento complicado, en que un año y medio de anormalidad ha disparado lo virtual como vía de escape. Ya no se trata de juegos de matar bichos, sino de algo más grave, de construir una vida idealizada que, en comparación con la del día a día, siempre va a causar frustración.

Cuidadito con las redes.

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