miércoles, 18 de mayo de 2022

La capilla de San Isidro como metáfora del abandono de lo rural

De la piedra que hay en el muro se deduce que la capilla es de mediados del siglo XVII

A pocas decenas de metros del límite entre los ayuntamientos de Guntín y Lugo hay una pequeña capilla dedicada a San Isidro. Está al lado de una edificación que, por ese motivo, se conocía como la Casa de San Isidro y que es la natal de mi abuela Emilia. Quiso la casualidad que precisamente falleciera en la fecha de su onomástica, el 15 de mayo, hace ya 9 años.


El exterior de la capilla presenta un mejor aspecto que su interior

El domingo fui a la zona y me encontré con un escenario desolador. El tejado de la capilla está en muy mal estado y tiene enormes goteras que han dañado los bancos y el altar. No es que se trate de una obra de arte de gran nivel, pero francamente me dio mucha pena porque al final casi 400 años de historia están encerrados entre aquellos muros. La capilla se edificó, según me parece entender en una piedra que allí hay, en 1655 y se rehabilitó en 1891.

Es una modesta ermita de planta rectangular, de pequeño tamaño y con una escalerita y un balcón superior. Una de tantas como hay en Galicia pero que, como les pasará a ustedes con otras, siento más cercana por una vinculación familiar. En ese espacio hubo bodas, bautizos y funerales de mis antepasados y quizá por eso, sin haber ido yo a ninguna celebración allí, me apena tanto verla en ese lamentable estado.

El altar y los bancos cada vez están más dañados por el agua que entra por los agujeros del tejado.

Puede que sea el reflejo de una sociedad en desaparición que será reemplazada por otra que, mejor o peor, será diferente. Más tecnológica, más urbana, más atea… y con menos memoria. No hace falta ser una persona religiosa (yo mismo no lo soy) para respetar, apreciar e incluso querer a los templos y lugares en que nuestras familias vivieron muchos de sus momentos de mayor tristeza y felicidad.

La despoblación del rural es un hecho que la pandemia parecía que podría revertir tímidamente, pero ese principio sólo vale para “un tipo de rural”, el que tiene más o menos cerca un centro comercial, un cine o un centro de salud. Es lógico. Es muy difícil renunciar no sólo a las comodidades, sino a los servicios esenciales que incluso ciudades tirando a pequeñas como Lugo nos ofrecen y donde la vida es más fácil.

Las casas en el campo quedan para los cada vez menos numerosos héroes del sector primario, para algunos jubilados que buscan tranquilidad, y para hacer micro parques temáticos para turistas. Un futuro complicado para miles de preciosas casas de piedra que languidecen y van perdiendo tejados primero y muros después.

Probablemente a la pequeña capilla de San Isidro le acabe ocurriendo lo mismo con el tiempo.





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