A veces las coincidencias son llamativas. Ayer les hablaba de los edificios de la Expo del 92 y de la Exposición Iberoamericana de 1929 como ejemplo de que no siempre el “progreso” es tal… y miren por dónde a las pocas horas un edificio hipermegamoderno de Londres, llamado el “walkie talkie” derritió, literalmente, el capó y varias piezas de un Jaguar aparcado en la calle.
Por lo visto el fenómeno se produjo porque, quién lo iba a imaginar, no es buena idea poner un espejo cóncavo de 36 pisos en una zona donde da el sol. El efecto vino a ser una concentración de los rayos de sol que tostaron el Jaguar como si fuera una hormiga a los pies de un niño dotado de lupa y mala leche. Eso sí, no me negarán que los ingleses tienen un estilazo del copón. Un Jaguar nada menos. Ya de derretir un coche derretir uno que quede “fashion” en los telediarios de todo el mundo.
La pregunta que me asalta es… ¿en qué demonios estaban pensando? Tanta tecnología y tanta leche y resulta que no caen en algo obvio que con un par de espejos y sentido común se le habría ocurrido a cualquiera, o al menos a cualquiera que vaya a gastarse 200 millones de libras en un mastodonte de acero, hormigón y cristal.
Tengo una hermana arquitecto, y nunca nos ponemos de acuerdo con estas cosas. Hay edificios que puede que sean lo más de lo más del diseño, pero si no son acogedores, si no cumplen su función principal, que es alojar personas, a mí no me valen. No hace falta derretir un coche para que un edificio sea una estupidez.
Hay excepciones por supuesto, y el tamaño no tiene por qué ser algo malo. El Empire State Building, sin ir más lejos, es un edificio espectacular, impresionante, y que no crea problemas salvo en las películas donde los gorilas gigantes tienden a la escalada libre, rubia chillona en mano.
Hay excepciones por supuesto, y el tamaño no tiene por qué ser algo malo. El Empire State Building, sin ir más lejos, es un edificio espectacular, impresionante, y que no crea problemas salvo en las películas donde los gorilas gigantes tienden a la escalada libre, rubia chillona en mano.
Este veterano de los rascacielos fue diseñado en dos semanas y construido en un año y cuatro meses, y sigue ahí, dando testimonio de que el estilo no tiene por qué estar reñido con la altura. Y no ha derretido coche alguno.
Por supuesto todo esto es algo meramente personal, pero la admiración, la emoción que despierta algún edificio concreto no se nota en otros. Las torres Petronas de Kuala Lumpur, por ejemplo, son tan espantosas como altas, y las torres Kio serán muy originales pero ahí se acaba su encanto.
Lo mismo pasa con los coches, o con la ropa. Ves diseños de espectaculares vehículos de los años 50, o de trajes de los años 20 que están a un nivel que hoy no soñamos alcanzar. Evidentemente no les estoy diciendo que nos tengamos que ir al pasado y hacer todo como hace setenta años, pero echo de menos la mezcla. En lugar de ser todo acero y cristal, o que todos los coches, todos, sean casi exactamente iguales, es una lástima que nadie siga fabricando automóviles que, con un corazón fabricado con la más moderna tecnología, le una la estética del pasado. ¿Por qué no se pueden hacer cosas así hoy día? Si hubo un estilo “neoclásico” en arquitectura (espantoso en mi opinión, por hortera, pero eso es otra historia) ¿por qué no podemos hacer lo mismo y recuperar estilos que nos encandilan cada vez que los vemos en una película?
Parece que nos hemos pasado de rosca. Hay que redefinir el progreso de forma que porque podamos hacer una cosa no signifique necesariamente que tengamos que hacerla. Quizás volver la vista atrás sea bueno de vez en cuando, y sobre todo si hablamos de temas de diseño.
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