No me gusta opinar sobre los conciertos de San Froilán, principalmente porque saca a relucir mi aspecto menos cultivado que es el de la música contemporánea. Les diré que no tenía ni idea de quién era Carlos Jean hasta que el año pasado vivimos el culebrón de “ahora voy, ahora no voy”, lo cual por lo visto marca un hito en mi incultura musical de lo que se lleva en los rollos nocturnos. También influye que no salgo de noche demasiado, supongo.
Pero es que lo de este año es de traca. Con decirles que el único nombre que me suena es el de Charo Reina, además de los resucitados para la ocasión: Obús y Os Resentidos. Tampoco es que para recuperar los 80 hayan traído a Miguel Ríos, que eso sí sería un puntazo.
Achacaba mi desconocimiento a mi reconocida ignorancia sobre los grupos actuales, y una vez informado me cuentan que lo de Obús y Os Resentidos que va a ser que no “peta” pero que Love of lesbian sí está bien. Lo de que tengan nombre inglés mola porque así cubren el hueco de la “actuación internacional” que se había anunciado, aunque el grupo es de Barcelona.
Hay dos cosas que me cuesta entender en San Froilán. La primera es que se prime la cantidad sobre la calidad, llenando el programa de actuaciones a lo loco en lugar de seleccionar un poquito más y traer conciertos que realmente convoquen al público. La primera es la obsesión del “todo gratis”. Los tiempos ya no están para andar quemando la pólvora en salvas, y eso de traer los conciertos a las plazas públicas está muy bien, pero no necesariamente pagando todo de nuestros impuestos.
Cuando vino Sabina a Lugo no quedó una puñetera entrada, y el concierto fue de pago y en el pabellón viejo, como toda la vida. Lo mismo cuando actuó Joan Manuel Serrat. La gente está dispuesta a pagar, pero cuando el concierto merece la pena.
Es sorprendente que una ciudad cuyo gobierno ha decidido cobrar entrada a los museos públicos porque “se ponen en valor” no aplique esa política a las cuchipandas, cuando lo lógico sería que fuera al revés: la gratuidad de la cultura “pata negra” y el cobro de las fiestas. Me parece más constructivo que un ciudadano pague por ver un concierto que para enterarse del pasado de su propia localidad.
Y todo con el agravante de que se han gastado 9.500 euros en contratar a un amiguete para llevar el tema de los conciertos. Cuando digo lo del amiguete es literal, que la persona designada (no tengo el placer de conocerlo pero me han soplado algunas cosas) es un exasesor del PSOE, lo que lo sitúa en las órbitas cercanas al partido, que es donde mejor crece la hierba.
Para ese viaje no nos hacían falta tantas alforjas, señores míos. Porque no sé si lo saben, pero una orquesta decente (no a lo mejor la Panorama o la Olympus, que son de las famosas) puede costar entre 3.000 y 4.000 euros. Si te vas a las de arriba sale en 10.000 o 12.000 euros. Vamos, que con lo que cobra este hombre solucionábamos las orquestas de tres días, que no está mal.
Eso sí, de la propuesta de cobrar una pequeña tasa a los manteros (controlando que no vendan falsificaciones, claro) ni palabra, aunque podría reportar 20.000 euros al presupuesto de las fiestas. Para qué recaudar por ahí, si ya se puede culpar después a los hosteleros de que las cuentas no cuadren. Es el nuevo principio de la política populista: hazlo mal pero culpa a otro.
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