martes, 5 de febrero de 2013

Mejor no meneallo

Enfrentarse todos los días a una página en blanco no es tarea fácil. Hay días que uno está más perezoso que otros y lo normal es que eso se refleje en lo que escribes. Les voy a desvelar un secreto… aunque parezca muy disciplinado a la hora de darle a la tecla no siempre me acuerdo de los temas que durante el resto del día me vienen a la cabeza, así que tiro de agenda y voy apuntando las cosas que se me ocurren para ponerlas aquí al día siguiente o cuando cuadre. Cuando veo que no hay temas de interés o que me tienen aburrido (léase la política nacional) tiro de listado y saco artículos de ahí. Hoy es uno de esos días. 

La política es entretenida, es una de mis pasiones, pero como últimamente estamos centrándonos en la de nivel nacional y esa me aburre mortalmente (lo mío es Lugo y lo relativo a Lugo, sólo hay que ver el título del blog) pues como que voy a pasar de darle más vueltas a lo mismo. Así que tirando de agenda les voy a hablar de algo que no tiene nada que ver con lo que he hablado los últimos días. Les voy a hablar de Star Wars. Sí, es un buen cambio de tocata, lo sé, pero así es más divertido. 

El otro día (no recuerdo exactamente cuándo, hará una semana escasa) pusieron en la tele “El retorno del Jedi”, la última de las tres películas que se hicieron en los años 70/80 (esta es de 1983) sobre la historia de Darth Vader y sus amigos y enemigos. Luego, más recientemente, se hicieron otras tres películas pero esas son dignas del más absoluto desprecio, con lo que no hablaré de ellas. 

Estaba viendo (otra vez) esta película, a pesar de que lo mío es más Star Trek, cuando empecé a ver cosas que no me cuadraban. Salían naves que no había visto nunca, las explosiones brillaban de una forma extraña, ciertas imágenes no me sonaban de nada… ¡¡porque han cambiado la película!! Han metido ordenador hasta en la sopa y han modificado notablemente muchas de las cosas que salían en la original. 

¡Si hasta nos han cambiado a Yoda, que en la original era una marioneta o algo así por un Yoda digital, que no pega ni con cola!. E incluso han cambiado al bueno de Darth Vader, lo cual tiene que ser una marranada para el actor, que se pasó tres películas detrás de una máscara para salir sólo un par de minutos al final como fantasma y van y lo quitan para meter al niñato que hace el papel en las nuevas tres películas.

Los que somos fans de la ciencia ficción, incluida la que ya peina canas, asumimos las limitaciones que la tecnología tenía en hace 40 años para poder mostrarnos lo que la imaginación del escritor, el director, o quien demonios fuera tenía en mente. Es parte del encanto de estas cosas, el que se hicieran con los medios de entonces y que no se redujera todo a que los actores dijeran sus frases ante un fondo verde al que después se añadirían un montón de cositas que nunca han existido, ni siquiera en cartón-piedra. 

Ver los escenarios cutres de Star Trek, los monstruos de goma, los trajes “espaciales”, las armas “energéticas” y esas cosas es parte del encanto de estas cosas. Hoy día vale que se hace todo mucho más creíble, más vistoso y más dolby sorrund envolvente con 3d, pero son cosas diferentes. El intentar coger una película clásica, y encima tan conocida, y querer darle una vuelta de tuerca para, imagino, vender unos cuantos miles o millones de copias comercialmente será una cosa muy rentable, pero es como desenterrar un cadáver para hacerle un lifting y que luzca mejor en la tumba. Hay cosas que no se deben tocar. 

Otra cosa es si hablamos de los “montajes del director”, que suelen ser versiones de una película a la que se añade metraje que, por razones normalmente de tiempo, se cortaron en la versión original. No se añade nada digital, sólo se meten unos minutos que nunca se deberían haber eliminado. Estoy pensando, por ejemplo en la versión del director de “Amadeus”, una de las más grandes obras de arte que ha dado el cine para mi gusto. 

Lo digital no siempre mejora las cosas. Hay otra cosa que me pone del hígado y que es el tema de las voces. Imagino que será por pasar del estéreo al home cinema 5.1 o lo que cuernos sea, pero me mata comprar un DVD con una película que me gusta y encontrarme que la han vuelto a doblar. Cuando uno tiene metida en la cabeza la voz de un personaje es muy complicado que te la cambien, y además a mi los doblajes que se hacen ahora me suenan fatal incluso en películas nuevas. 

¿Que no vale el doblaje viejo para aprovechar bien las cosas nuevecillas? Pues pongan dos pistas, como si fueran dos idiomas, en plan “doblaje clásico” y “nuevo doblaje”, pero no me estropeen lo que ya conocía hombre, que me hacen la puñeta. 

Tal vez la tecnología sea buena, no lo niego, pero hay cosas que es mejor no “meneallas”.

lunes, 4 de febrero de 2013

Necesito creer a Rajoy, y encima le creo

Igual que cuando Felipe dijo que no tenía nada que ver con los GAL, o cuando el Rey aseguró no ser el “elefante blanco” del 23F, hay veces en que es necesario confiar en nuestros gestores, incluso a riesgo de que se nos engañe. No hay confianza más digna que esa, la que se deposita en alguien conociendo las consecuencias de que lo que nos cuentan no sea cierto. Pero ¿Qué alternativa nos queda? ¿En qué clase de país viviríamos si no damos un pequeño salto de fe y rompemos una lanza a favor de la presunción de inocencia? 

Pincha en la imagen para ver la comparecencia completa
El sábado Rajoy salió a la palestra y habló a calzón quitado durante 15 minutos sobre el tema de Bárcenas, los sobres y el supuesto dinero negro que circulaba alegremente por el PP. Tengo que reconocer que pensé que se iría un poco más por las ramas, pero no veo que dejara ningún cabo suelto, e incluso llegó a poner la mano en el fuego por “los dirigentes del PP”, lo cual es un acto de valentía como pocos, porque en este momento es complicado fiarse hasta de tu sombra como para arriesgarte a apostar públicamente por la honradez de un grupo más o menos grande de gente. Liquidó el tema de las acusaciones con contundencia: “No voy a necesitar más de dos palabras: Es falso”. 

Rajoy tocó todos los temas espinosos. Incluso el del formato de su comparecencia, ya que a mi, personalmente, me llamó mucho la atención que tuviera papeles en la mano para tratar un tema en que debería quizás hablar con menos formalidad y más pasión, pero lo explicó: “Lo estoy leyendo porque no quiero pronunciar una palabra más alta que otra”. A mi me costaría ser tan comedido, pero eso va en el carácter de cada uno. Para ser Rajoy, que es un tío frío en sus maneras en plan Vicente del Bosque, se le notaba cabreado, lo cual es un alivio. Si te acusan de una falsedad tu primera reacción es empezar a bajar santos y mentar a la madre del acusador, como mínimo. 

Tampoco ha reducido la dimensión del problema: “Se ha provocado un escándalo de grandes dimensiones […] y que por incluirme a mí alcanza a la Presidencia del Gobierno”. Vamos, que no se ha andado con paños calientes diciendo que el tema no es para tanto. Es consciente de la gravedad del asunto. 

Escuché el otro día que no había tocado el tema de los sobres, que sólo había hablado del dinero negro, y no es cierto, vaya si habló de todo: “En este partido no se pagan cantidades que no hayan sido registradas en la contabilidad del partido ni que de cualquier otra manera resulten físicamente opacas. Eso no se hace. No es cierto que hayamos percibido dinero en metálico que hayamos ocultado al fisco. Todas nuestras retribuciones se han ajustado a la más estricta legalidad a lo largo de todos estos años”. Si a alguien le quedan dudas que relea el párrafo. Otra cosa es que te lo creas, pero que nadie diga que ha sido poco claro. 

Llegó a tratar el tema de sus finanzas personales con claridad, explicando que no está en política por dinero: “A los 23 años era registrador de la propiedad”. “No quisiera tener que decirlo pero me están obligando: yo sé ganarme la vida. Yo he trabajado fuera de la política. Yo ganaba más dinero en mi profesión que como político. Nunca he presumido de ello y me da cierto pudor decir esto, pero entenderéis que hoy debo hacerlo”. Un toque bastante evidente a quienes nunca han demostrado saber agenciarse un duro por méritos propios fuera del mundo de la política, y una diferenciación entre los trepas y quienes se dedican al tema por vocación de servicio. 

Me gustó también la defensa de la política como una dedicación noble, es importante que se diga, y que se reivindique públicamente el papel de los gestores de lo común porque la alternativa es el caos. 

Empecé diciendo que quería creer a Rajoy, y lo repito. Necesito creer que hay gente honrada al frente del Estado, y que la presunción de inocencia no sólo vale para el carterista o el banquero, sino incluso para el Presidente del Gobierno. “Ahora las infamias se disfrazan de presuntas”, dijo Rajoy, y hay que darle la razón. Una acusación no puede jamás ser una condena salvo que en medio haya pruebas y un juzgado que lo certifique, porque si damos rienda suelta a nuestras sospechas y actuamos en consecuencia esto se convertiría en la peor de las dictaduras. 

No temo a la verdad”. Me alegra saberlo, porque en este momento la necesitamos como el agua en medio del desierto. También les diré una cosa, aunque siempre quedará quien crea que es culpable (probablemente ya lo pensaba antes de empezar todo esto) si Rajoy supera esta crisis saldrá reforzado de ella. 

Pero el gran problema de todo esto es el siguiente ¿cómo se demuestra la inocencia? La culpabilidad es fácil, basta con poner una prueba contundente ante las narices del juez, pero ¿qué prueba puede haber de que no se ha cobrado dinero negro? Es totalmente imposible y por eso el Estado de Derecho, base de la democracia, se fundamenta en que el peso de la prueba recae en los acusadores, no en los acusados. 

Si ustedes no confían en la palabra de Rajoy, lo cual es comprensible tal y como está el tema, les voy a proponer dos cosas. La primera es que vean el vídeo de su comparecencia, porque casi apostaría a que no lo han visto más que en cortes de telediario o en titulares de prensa (¿me equivoco?). La segunda es un ejercicio mental: párense un momento y piensen en la posibilidad de que sea inocente, sólo como teoría. ¿Qué tendría que hacer para convencerles de eso? ¿Existe algún modo de que disipe cualquier sombra de dudas? ¿Negarlo no sería lo primero? Piensen en ello, en qué necesitan para que los convenza o en si realmente desean pensar que es un corrupto y da igual cómo se lo plantee. 

Nadie puede demostrar lo que no hace, y no podemos bajo ningún concepto caer en la tentación de pretenderlo, porque esto nos convertiría en un Estado arbitrario, con una presión inaceptable sobre sus ciudadanos. Ni siquiera en 1984 (el libro, no el año) se contemplaba tal escenario. 

Creeré a Rajoy mientras no me demuestren lo contrario, igual que creí a Orozco, a Besteiro, a Fernando Blanco o a cualquier otro acusado que no haya sido condenado mediante pruebas fehacientes. 

Insisto, es que además necesito creerle.

viernes, 1 de febrero de 2013

La titularidad de San Fernando

El Ayuntamiento va a actuar sobre San Fernando. Teóricamente por responsabilidad aunque aseguran que el edificio ya no es responsabilidad, suya. En la práctica porque son los titulares y, como tales, tienen que comerse el marrón si pasa algo. 

Fíjense cómo debe de estar la administración de pobretona que estamos desandando el camino que desde los años 80 se siguió con absurda energía. Si antes toda administración pública que se preciara daba bofetadas a quien fuera para conseguir competencias sobre cualquier cosa, ahora pretenden enajenarlas a un ritmo aún más acelerado, porque el presupuesto no da para más. 

La historia del Cuartel de San Fernando es conocida por todos. De instalación militar ha pasado a solar abandonado con la peculiaridad de tener encima un edificio cuya protección se ha convertido en un problema para meterle la piqueta, por suerte para todos. De tirar hermosos edificios en Lugo sabemos bastante, y baste abrir algún libro como el editado por el Colegio de Arquitectos, creo que a finales de los 80 o primeros de los 90, que se llamaba “Sempre en Lugo” y que pone de mala uva a cualquiera porque compara lugares de la ciudad con fotos de su estado hace 60 o 70 años y salimos perdiendo en todas las imágenes. 

Lo asombroso en este caso es que el Ayuntamiento asegura que ese edificio es de la Xunta y la Xunta que es del Ayuntamiento. En teoría la cosa está bastante clara: el Ayuntamiento hizo una cesión a la Xunta en el año 2008 pero la administración autonómica aún no lo aceptó, con lo que técnicamente sigue siendo de titularidad municipal. Obsérvese que en el 2008 había un “gobierno amigo” en la Xunta, que tampoco se hizo cargo de aceptar la cesión, porque sabían que era un ladrillazo presupuestario.

En cualquier caso la cuestión es clara, vayan ustedes a consultar el Catastro y el Registro de la propiedad, que es donde se sabe de quién es un bien, y verán que sigue figurando a nombre del Ayuntamiento, con lo que es la institución municipal la que se come el marrón. Supongamos que una piedra de San Fernando se cae y le da a alguien en la cabeza. ¿A quién se metería en el juzgado? Al titular. ¿Quién es el titular? El Ayuntamiento de Lugo a día de hoy. Todo lo demás son figuras teóricas de humo. 

Para darle más claridad al tema, si ahora la UNESCO o Amancio Ortega (seguramente este último tiene más capacidad económica) quisiera comprar el edificio para hacer ahí una sede sobre la Muralla (es un ejemplo) el receptor de la pasta sería el Ayuntamiento de Lugo, que es el propietario. Supongo que en ese caso habría un juicio entre ambas administraciones reclamando la propiedad.

Y la prueba está en que el Ayuntamiento, que sabe esto perfectamente, va a gastar dinero en hacer obras de urgencia en el cuartel. ¿Alguien se cree que lo haría si no tuviera la responsabilidad? Porque puestos a meter pasta en obras urgentes les puedo decir de carrerilla por lo menos tres o cuatro sitios donde su actuación es acuciante: la casa en ruinas de la calle Castelao, el edificio abandonado de Santo Domingo que cada poco tiempo siembra la calle de cristales, justo frente a éste la casa apuntalada frente a la parada de taxis… Si será por edificios en ruinas en Lugo… 

Pero con el más absoluto descaro, en la pasada campaña de las autonómicas dos diputados del PSOE se hicieron la foto de rigor “reclamando” a la Xunta obras de urgencia en el edificio. No sé cómo razona la mente política, pero hasta donde yo sé si una cosa es propiedad de alguien es ese alguien quien debe tenerlo en estado de revista al menos hasta su cesión formal. 

Mientras tanto, la dejadez del Ayuntamiento frente a este tema permite que el edificios se caiga en pedazos, mientras se gasta 10 millones de euros que no tenemos en hacer un Museo Interactivo que van a ver cuatro gatos y un montón de niños de colegios (cuando cobren entrada veremos cuánta gente va si ahora ya van pocos). 

Y Lugo sigue viendo deteriorarse ese edificio, en pleno centro, para mayor gloria de nuestros gestores.

jueves, 31 de enero de 2013

Ciclogénesis social - (de www.joaquingarciadiez.com)

Hoy no voy a escribir, voy a copiar. Es la primera vez que hago esto en el blog, pero francamente, cuando uno ve un artículo tan redondo y escrito por quien tiene responsabilidades públicas, no puede menos que hacer un “copiar y pegar”. 

A continuación les reproduzco el más reciente artículo firmado por Joaquín García Díez en su blog, que pueden consultar en www.joaquingarciadiez.com.

El autor del artículo, el diputado Joaquín García Díez

Ciclogénesis social

Durante el pasado fin de semana se han combinado dos fenómenos complicados de soportar, uno climatológico denominado ahora ciclogénesis explosiva, y otro político que cada uno ha calificado como ha querido o le ha convenido y al que yo, siendo prudente, no puedo menos que calificarlo de indecencia.

Los temporales o ciclogénesis vienen cuando se dan circunstancias previsibles, derivadas del cambio climático y de todas las alteraciones que el hombre sigue provocando con sus actuaciones irresponsables sobre el medioambiente.

La corrupción en cambio obedece a otros patrones y a una casuística muy variada. Cuando la practican personas que están vinculadas a partidos políticos sus consecuencias se ven multiplicadas y su repercusión mediática también.

Llevamos años escuchando y leyendo en todos los medios de comunicación los diferentes procesos judiciales abiertos con nombres como Campeón, Pokemon, Gürtel, Carioca, Nos..., que esconden tras ellos todo tipo de delitos relacionados con la corrupción y en los que aparecen imputados conocidísimos personajes de la política y otras instituciones hasta llegar al yerno del Rey.

La sociedad está harta de todo este relatorio de presuntos delincuentes que en mayor o menor medida se han aprovechado de sus puestos para enriquecerse. Por ello, cuando estos días hemos conocido más detalles de uno de estos procesos abiertos, la indignación ha sido la reacción generalizada. No es de extrañar en el presente momento, con una sociedad padeciendo tasas de paro insufribles y ajustes difíciles de adoptar y soportar.

En este caldo de cultivo es cuando aparecen aquellos que aprovechan cualquier enfado colectivo para echar más gasolina con tal de obtener algún rédito, sin darse cuenta que lo que están haciendo es incrementar el rechazo también hacia ellos mismos.

Tal grado de indecencia en la vida política sólo admite una respuesta: contundencia. Contundencia en investigar hasta el final y con todas las consecuencias todos los presuntos casos de corrupción. Todos sin excepción.

Hacerlo con celeridad, sin demoras ni excusas, y con la mayor transparencia. Y todo al tiempo que se siga avanzando con premura en el proceso abierto de reducción y ordenación del conjunto de administraciones publicas, reduciendo ayuntamientos, concejales, asesores, fundaciones, instituciones y entes públicos, regulando las competencias, evitando duplicidades, demostrando en definitiva que esta tarea y compromiso del gobierno es irrenunciable y prioritaria.

Porque ya no llegan los informes, las comisiones de trabajo o de investigación de propios y ajenos. Es ya tiempo de la contundencia para evitar que siga sangrando la herida por el mismo sitio. La sociedad ya no nos dará más oportunidades y los que durante años hemos trabajado en el servicio público con honradez no soportamos el hedor de los que se han aprovechado del sistema en su propio beneficio.

Un paso atrás o una justificación de lo injustificable, provocará una ciclogénesis social que podrá predecirse, pero difícilmente podrá controlarse.

miércoles, 30 de enero de 2013

La inviolabilidad del Parlamento

Pilar Rojo, presidenta del Parlamento de Galicia, ha decidido retirar a los grupos políticos la posibilidad de tener invitados en el palco del público de la sede legislativa gallega. ¿A qué se debe esto? A que se han cansado de tener en la tribuna a personas que no van observar respetuosamente lo que allí sucede, sino a montar gresca, sacar pancartas, abuchear, aplaudir o interrumpir directamente la sesión. 

Aquí confrontamos dos argumentos, el serio y el demagógico, que deberían ser diáfanos como una mañana de verano, pero que no lo son porque nuestra sociedad está en un punto tal que no diferencia entre el agua y el espejismo. ¿Dónde está el problema de base? En la falta de respeto a las instituciones, la desconfianza en un sistema político que se ha demostrado poco efectivo en la organización de la cosa pública, y, sobre todo, en una suicida tendencia por parte de algunos de no diferenciar entre los partidos y los organismos que rigen. 
La inviolabilidad del Parlamento es una máxima que hay que respetar. A pesar de que en este momento las instituciones están en horas bajas, es en estos momentos cuando uno tiene que mantenerse firme en sus principios. No podemos confundir que haya ganado las elecciones quien no nos guste con una falta de democracia. Este concepto, precisamente, pasa por la aceptación de que gobierne la mayoría (aunque con respeto a la minoría) y por asumir que a veces ganan los otros.

Hay una evidente moda de salir a la calle pancarta en mano para defender los intereses propios. Esto es perfectamente legítimo, sólo faltaría, pero siempre y cuando tengamos en cuenta dos cosas: la primera es que esas personas defienden lo suyo, y la segunda es que no pueden, con esa protesta, perjudicar los intereses generales. Pero la táctica política más simplista hace que cuando algunos ven una aglomeración de gente protestando se pongan al frente y, no es que les apoyen, es que quieren perjudicar al de enfrente. Con este esquema, en que entran al trapo la mayoría de los partidos y muchas agrupaciones “apolíticas” (al menos hasta que rascas un poquito), te encuentras con una situación insostenible. Puede que esto sea rentable a corto plazo pero como estrategia de sociedad es una ruleta rusa. 

¿Y en el Parlamento? En el Parlamento el problema es más grave. Eso no es la vía pública, donde cualquiera tiene derecho a sacar la pancarta y ponerse a reivindicar lo que le venga en gana, sino un espacio que en Democracia es más sagrado que el Gólgota para la Iglesia Católica. Violar la independencia del Parlamento es atacar a la esencia misma de la democracia, y me importa un pepino que me digan que es fascista. Lo que es fascista es que 100 personas o las que sean intenten presionar o imponer sus ideas o sus intereses a los representantes de dos millones y pico de gallegos. Si realmente creen que lo pueden hacer mejor, que se presenten a las elecciones (seguramente muchos de los pancarteros ya lo hicieron, bajo las siglas de algún partido de la oposición, con poco éxito). 

No estoy diciendo que el Parlamento deba reunirse a puerta cerrada, pero el público tiene que respetar unas evidentes normas de comportamiento. Quizás habrá que imponer sanciones económicas fuertes a quienes interrumpan las sesiones, o incluso a quienes los han invitado, con penas de inhabilitación temporal, así controlarían mejor a quiénes respaldan para sentarse en el palco. 

En cualquier caso, no podemos permitir que una supuesta “democracia directa”, que no es tal sino una maniobra de política cutre, viole la esencia misma del debate democrático, que es el desarrollarlo sin sentir en el salón el aliento de quienes gritan por sus intereses. Eso en la calle. 

Una última sugerencia. Si piensa diferente y cree que es legítimo ir en ese plan, imagine que quienes están ahí son, por ejemplo, nazis o algo por el estilo. E imaginen que van todos los plenos a interrumpir ¿Sigue gustándole la idea de que presionen a nuestros diputados? A mi no.

martes, 29 de enero de 2013

La inexistencia de sanciones políticas

Hablábamos ayer de los sueldos de los representantes públicos, “los políticos”, como le gusta decir de forma despectiva a mucha gente. Hoy hablaremos de las sanciones. Hay cosas que son totalmente incomprensibles en el funcionamiento de este país, y ya no sólo en política sino en cualquier ámbito. No existe la responsabilidad, ese concepto básico de cualquier sociedad avanzada y que en España en lugar de intentar inculcarse se disimula en la educación de las últimas generaciones. 

Vemos en los telediarios día sí y día también que fulano de tal, que arruinó su imperio económico y que entró en concurso de acreedores, metiendo en un berenjenal a cientos de empleados y recurriendo a dineros públicos para “sanear” el chiringuito, monta una nueva empresa multimillonaria a los pocos días. Por poner nombres y apellidos, los lucenses observamos ojipláticos que Dorribo, que tiene más líos de los que podemos contar, anda creando industrias allá por la costa mediterránea sin ningún tipo de problema. Esto, llevado a la política, es un poco lo mismo. Quienes han colaborado activamente a arruinar a este país no sólo no se meten en un agujero (por favor, entiéndanme que hablo de agujero como madriguera, que aquí caen querellas por amenaza como mantas) sino que se atreven a alzar la voz y decir a sus sucesores “lo que tienen que hacer”. 

No hay responsabilidad, no existen consecuencias. Desde que la Iglesia entró en declive, y con ella la religión en España, el temor al infierno (que por lo visto ora existe, ora no existe, según se levante el Papa ese día) ya no es amenaza para los fieles, y como la legislación aprobada por nuestros padres de la patria es muy laxa con sus propias vergüenzas, nos encontramos con esa situación en la que vemos que el que la hace no sólo no la paga, sino que la cobra. 

Para el hipotético y poco probable caso de que un chorizo no encuentre un buen abogado o una trampa legal por la que escabullirse (recuerden que Liñares está en la calle por un tecnicismo, perfectamente lícito, pero tecnicismo a fin de cuentas) se inventaron la figura del “indulto”, que viene a ser una violación flagrante del principio de separación de poderes por el que el Gobierno se salta a la torera una sentencia en que se considera probado un delito y “perdona” al malnacido de turno. Y lo hacen de forma arbitraria y sesgada, sin molestarse en salir a la plaza pública a preguntar al “pueblo” (me pone enfermo lo de usar ese término para hablar de los ciudadanos, lo pongo precisamente en plan demagogia) “¿A quién queréis que libere, a Jesús o a Barrabás?”, lo cual tiene la ventaja de hacer lo que te venga en gana y la desventaja de no poder lavarte las manos. 

Llevamos en democracia 18.000 indultos, lo cual hace que la medida excepcional, lo que se dice excepcional, no parezca. Son líderes de misericordia los gobiernos de Felipe González (5.948 indultos) y Aznar (5.944). No les digo los delitos más habituales que se me encienden las masas y toman la Moncloa, incluso retroactivamente. 

Pero a lo que iba, hablábamos de la responsabilidad. ¿Qué puede pasarle a un diputado que haga una barrabasada? (obsérvese el hábil manejo de la figura de Barrabás con el término “barrabasada”) pues a lo más le puede caer una sanción de su grupo político, y eso sin pasarse. Para que se hagan a la idea, jugar al Apalabrados en el escaño supone una sanción de 300 euros si sale en los periódicos (si no sale, no pasa nada), y romper la disciplina de voto en una consulta sobre la unidad de España sólo cuesta 100 euros más. Son las sanciones que pusieron a los diputados que salieron en la prensa dándole a las letras flotantes y a los del PSC que se abstuvieron en la declaración soberanista de Mas y compañía. No son sanciones, son tiritas que se ponen para sanar titulares negativos. 

¿La solución? Compleja. O creemos en la libertad de los diputados para votar lo que les venga en gana, lo cual en un país de listas redactadas por partidos políticos y nula responsabilidad ante los electores directos, u optamos por las famosas listas abiertas y la circunscripción más reducida aún que la provincia. Pero esto último es política-ficción por ahora. De todas formas, recuerden que lo de la falta de responsabilidad no vale sólo para diputados, va para todos, políticos y no políticos. Es lo bueno de ser español si eres un fan de la picaresca, y lo malo si quieres hacer una sociedad mínimamente seria.

lunes, 28 de enero de 2013

¿Cuánto debe cobrar un concejal?

Hoy me he levantado revoltoso y voy a hablar de algo que a todo el mundo le gusta pero al revés de lo que la mayoría de la gente piensa. En este nuestro país, en el que el pecado nacional es la envidia (aunque el Rey diga que es la “Pasión” para quedar bien) no se pueden tocar ciertos temas sin que se nos altere la sangre y nos gotee el veneno por el colmillo (anda, pues va a tener razón Don Juan Carlos y todo). 

Uno de esos temas es el sueldo de los políticos. He visto carteles con “sueldo base para los políticos hasta que solucionen la crisis” o diciendo que como la política es vocacional “que vivan de su trabajo”. Conceptualmente esto es una barbaridad como pocas, ya que su trabajo, precisamente, es la gestión de lo público, de la “res pública” (España es una monarquía un pelín rara, con un Rey de adorno más que otra cosa, y últimamente poco adorna, la verdad). 

Tal y como he escrito en muchas ocasiones soy un firme partidario de que las personas que se dedican a la cosa pública cobren bien, por dos motivos: el primero es que quien tiene un sueldo razonable tiene menor tendencia a meter mano a la caja, ya que se juega mucho (obviamente cuando hablamos de llevarse 22 millones a Suiza no hay sueldo que valga, pero hablo de los “chanchullos” de andar por casa). La segunda es que si queremos que la gente de valía, los buenos profesionales, se dediquen a echar una mano al común hay que ofrecer una compensación económica proporcional. 

Les voy a poner un ejemplo. Imaginen que decimos que Amancio Ortega, que aparentemente es un genio de las finanzas, sería un gran ministro de Economía o de Hacienda. Lo que pasa es que un Ministro en España no llega a los 70.000 euros brutos al año y como comprenderán el dueño de Inditex eso lo gana dejando pasar un par de minutos de su reloj. Para la mayoría de los mortales ese dinero es un sueldazo, pero es que la mayoría de los mortales no somos unos superdotados de la economía, y eso hace que quienes aspiren a ese salario sean, en muchas ocasiones, los trepas de toda la vida (no voy a poner nombres, que ustedes ya me entienden). 

Aunque no nos vayamos tan arriba. Un abogado de cierto prestigio, un buen asesor financiero… en definitiva, un gestor decente, ganan bastante más en su profesión que en la política honrada. Volvamos a la casuística: un concejal del Ayuntamiento de Lugo con dedicación exclusiva gana 3.000 euros al mes. Es una pasta, ya lo sé, pero si en tu profesión ganas bastante más (y los ejemplos lo ganan) ¿para qué te vas a meter a dar la cara perdiendo dinero? ¿Para que te la partan? Y además ¿qué pasa con tu despacho o tu asesoría mientras estás cuatro, ocho o los años que sean en la concejalía? ¿Cómo tendrás las cosas cuando vuelvas a tu profesión, que es de la que vives? 

Tal y como están las cosas ahora, y salvando las enormes distancias que supone cualquier generalización, un profesional de éxito jamás se metería a concejal, ni a ministro en la misma proporción. Esto hace que no vayan los mejores a los puestos públicos, sino los que tienen plaza de funcionario (que es el único sector en que no se cumple lo anterior, ya que vuelves a tu puesto pasados los años que sean) y de la privada lo que queda, y entiéndanme bien que no estoy diciendo que todos “los políticos” sean unos fracasados, hay mucha gente de gran prestigio y de enorme valía que se mueven por una auténtica vocación de servicio público y no por dinero. 

Entonces, ¿cuánto ha de cobrar un concejal? ¿O un ministro? Es una difícil pregunta ya que hay dos criterios muy razonables pero opuestos. El primero, por el que me inclino en general, es el de que a igual puesto iguales retribuciones, por lo que una persona que esté desempeñando un cargo de concejal no puede cobrar ni más ni menos que un compañero suyo que haga la misma función. Pero el otro criterio, que me tienta en el caso concreto de la política, es uno que haría que cada uno cobrara en función de lo que cobraba antes de dedicarse a ejercer un cargo público, estableciendo, por supuesto, mínimos y máximos. 

Es decir, que si yo soy auxiliar administrativo y gano 1000 euros al mes, como concejal gane un máximo de 1500 (es un ejemplo, no me critiquen la cifra) y si soy un abogado que de media factura unos 6000 euros al mes en el mismo puesto gane unos 4500. Una cosa es perder algo de dinero y otra muy diferente cobrar la mitad o un tercio de lo acostumbrado porque, insisto, a quienes nos interesa que los buenos se dediquen a poner orden en este gallinero es a nosotros. 

Esto debería ir enmarcado en una reforma completa que fijara una serie de baremos para los sueldos de los responsables públicos. No es normal, en mi opinión, que Artur Mas (144.000 euros) cobre el doble que Rajoy (78.185 euros), o que un miembro de su gobierno (más de 108.000 euros) supere con creces al ministro del mismo ramo (menos de 69.000 euros). Tampoco parece lógico que un Alcalde como el de Barcelona (casi 110.000 euros) gane más que el Presidente del Gobierno o que cualquier ministro, o que el de Lugo (46.018 euros) gane poco más de la mitad que el de Ourense (72.000 euros). Me lo pongan como me lo pongan es totalmente absurdo que el alcalde de Sevilla (107.000 euros) cobre más que el de Madrid (102.000 euros) por muchísimas razones entre las que está el puro sentido común. Si nos vamos a las cifras de los ayuntamientos pequeños vemos que alguno como el de Muras, con menos de 800 vecinos, paga a su alcalde 54.300 euros anuales, que es una barbaridad. 

Entonces, se preguntará algún avispado lector, ¿en qué quedamos? ¿Se cobra en función de lo que se había cobrado antes o según lo que marque la ley? Pues podemos llegar a una “Entente Cordiale”. Tal vez habría que diseñar una fórmula en que se decida de forma objetiva el sueldo en función de algunos factores como la población, las responsabilidades asumidas y servicios ofrecidos, el presupuesto ejecutado, el salario medio de los habitantes de la administración de que se trate, e introducir un modificador en función de los ingresos que la persona tenía antes de entrar en el cargo o que el resultado sea un porcentaje a aplicar respecto a ese sueldo previo. 

Nadie ha dicho que sea fácil lo que propongo pero sería cuestión de ponerse a ello. Cosas más raras se han hecho, pero desde luego, y partiendo de la base de que sé que mi propuesta sería muy mal recibida por muchos sectores, al menos espero que sí se abra un debate serio en este país sobre las retribuciones de los cargos asumiendo que, aunque la demagogia diga otra cosa, un gestor de nuestros intereses colectivos tiene que cobrar un buen sueldo. Y, por supuesto, elegir gente competente para los puestos, claro.