Cuando El Progreso me propuso escribir estas líneas sobre mi Lugo querido, la primera frase que me vino a la mente fue que la nuestra es la ciudad que no acaba de despegar. “Demasiado negativo”, pensé, pero creo que la sinceridad es lo único que puede hacer que reaccionemos colectivamente evitando la tradicional impasibilidad que nos caracteriza.
Somos la única capital de Galicia donde el AVE ni está ni se le espera; la ciudad que despilfarra 11 millones de euros en un museo al que hay que llevar a los visitantes a punta de pistola mientras su población no puede darse un chapuzón en una playa fluvial con la que cuenta casi cualquier municipio de la provincia; la que sigue esperando sin reaccionar – salvo en campaña electoral – que el infarto nos dé en horario de oficina porque continuamos sin los servicios prometidos para un hospital, por lo demás digno de Star Trek; somos esa urbe cuya web de turismo no funciona tras lustros de inversiones escandalosas en algo que cualquier quinceañero con un poco de imaginación puede crear en un par de semanas; la que pasa con temor por delante del cuartel de San Fernando por si le cae en la cabeza un trozo de cornisa del que desde hace 15 o 20 años iba a ser un museo…
Hay un libro editado en 1993 por el Colegio de Arquitectos de Lugo que me enfada particularmente. Se lo recomiendo. Se titula “Sempre en Lugo” y es una comparativa de las estampas de su año con imágenes de las mismas ubicaciones en el pasado. Es la prueba gráfica del patrimonio destruido en esta ciudad en los últimos cien años y demuestra que permitimos la pérdida de un capital arquitectónico y urbanístico que nos daba personalidad para sustituirlo por edificios descafeinados creados al discutible gusto de los promotores. Es triste ver que se podría hacer una nueva edición añadiendo las fotos de hoy en día porque hemos seguido por ese camino, el de la falta de respeto a lo que esta ciudad fue y aún podría ser. Como ejemplo baste la reforma de lacalle San Marcos, que debía haber sido un gran espacio público en lugar de la espantosa, inútil y fría plaza que nos han dejado.
A pesar de todo esto, como dice la canción, “y sin embargo, te quiero”. No cambiaría mi Lugo por nada… o quizás por un Lugo mejor.
Tuvimos un chispazo de gloria con la declaración de la Muralla como Patrimonio de la Humanidad y la peatonalización del casco histórico, valiente medida ejecutada por Joaquín García Díez, hitos que recuperaron el orgullo de ser lucenses, y hay que seguir por ese camino.
Soplan nuevos vientos en las administraciones locales, y confío en que traerán tiempos mejores, en que pondremos sobre la mesa el espíritu luchador de María Castaña, el de la ciudad que protagoniza el escudo de Galicia, la de la única Muralla Romana completa del mundo, la del Padre Miño y del primer Camino de Santiago, un lugar donde se respira con tranquilidad y se vive muy bien. Solo necesitamos encontrar la mejor versión de nosotros mismos y trabajar para que nuestra ciudad, el lugar donde vivimos, exprima su potencial. Y lo haremos juntos.
Artículo publicado en El Progreso del 24 de agosto de 2015